Capítulo 30

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Rei apagó tu celular, dejándolo de nuevo en la mesita de luz para salir disparado del cuarto, yendo directamente hasta la habitación del chico rubio que intentaba descansar. 

—Kazuki—Lo llamó el pelinegro al encenderle las luces, asustándolo sin querer. 

—¿Qué pasa..?—Cuestionó mientras pasaba sus puños por sus ojos para intentar acostumbrarse a la luminosa habitación luego de haber estado un par de horas en la oscuridad. Volvió a asustarse cuando Rei lo tomó por los hombros.

—Podemos salvarla—Anunció el chico. Kazuki cerró sus ojos unos momentos, para después fruncir el ceño y volver a mirarlo confundido. 

—¿De qué hablas?—Quiso saber. 

—Haz un plan, Kazuki—Pidió desesperado.—Podemos salvar a ____. 

[...]

La puerta se abrió, deslumbrándote la vista inevitablemente cuando toda la luz del pasillo había entrado al cuarto oscuro en el que estabas. No querías ni abrir los ojos, por puro miedo a que sea lo que creías. 

Escuchaste que unos pasos avanzaban hasta ti de manera apurada luego de haberse quedado parado en la entrada con la mirada pegada sobre tu cuerpo descuidado, golpeado y cansado, acostado en el suelo sucio. Te tomaron de las muñecas con mucho cuidado, para después quedarse quieto. 

Otra oportunidad perdida por tu cansancio. De haber tenido energías para moverte, seguramente ya hubieses saltado al cuello del tipo para robarle las llaves y escapar, pero simplemente no podías. 

Y te odiaste por ello. 

—Logré convencer a tu padre de dejarte bajo mi cuidado durante uno o dos días—Era la voz de Arai, que te relajó al instante. No pudiste evitar soltar unas lágrimas cuando sentiste que tus muñecas eran liberadas y te alzaba en sus brazos para sacarte fuera del lugar en el que estabas. 

Querías golpearlo y gritarle algo, pero tu voz no quería salir, y apenas podías darle unos débiles manotazos en su pecho. 

—Podrás golpearme cuando recuperes fuerzas—Dijo mirando al frente.—Mientras tanto, te darás una ducha, comerás, y dormirás en otro lado. 

Tal como el pelinegro había dicho, cargó una tina elegante con agua caliente y mucha espuma para ti, dejando que unas chicas te ayuden a quitarte la ropa y a bañarte. Te avergonzaba el hecho de que habían sacado mucha tierra y sangre de tu cuerpo, pero también te relajaba saber que ya no tenías nada. 

Luego de eso, al salir del baño te esperaba un cuarto iluminado por la luz del día. Todo era color blanco, con detallitos dorados o grises que te daban serenidad a la vista, y además, hacían que la mesita con comidas de todo tipo encima resalten sobre todo lo demás. 

Las chicas que te ayudaron y Arai salieron de la habitación un momento para dejar que te cambies, dejando unas prendas encima de la cama elegante y bien ordenada. Las tomaste entre tus manos; ropa interior, calcetines, una camisa blanca simple, y unos pantalones sueltos color negro.  

Mierda, todo demasiado formal. Se notaba que Arai había elegido esa ropa. 

Al colocarte las prendas, tomaste una liga y te ataste el cabello cuando estuvo seco, para después acercarte a la mesita con la comida y sentarte allí. Miraste unas tostadas con mermelada de fresas con los ojos entrecerrados. 

—No está envenenado ni nada—Se escuchó desde la entrada. Ni te volteaste a ver, ya que sabías bien quién era.

—No sé si confiar en ti—Dijiste con una voz rasposa y débil, tomando entre tus manos el pan tostado para darle una pequeña mordida. Te había costado bastante poder soltar aquellas palabras, y no porque sabías que a Arai le dolerían, sino porque te ardía la garganta. 

Rei Suwa || Buddy DaddiesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora