Capítulo 22

387 114 11
                                    

Genevieve continuaba mirando fijamente al camino que llevaba hasta la herrería cuando Gisele se acercó hasta la puerta, dispuesta a salir. Carraspeó, esperando que su hermana la dejara pasar y, al encontrar sus ojos, se preocupó inmediatamente.

–¿Pasa algo? –inquirió.

–No –Genevieve contestó, forzándose a mirarla–. No –repitió e hizo un amago de sonrisa. Gisele bufó por lo bajo–. ¿Qué?

–Es evidente que algo sucede contigo, hermana. ¿Se trata de Heath?

–No –contestó rápidamente. Gisele arqueó una ceja–. En realidad, se trata de mí.

–Ah. Asumo que no hablaste con Heath de tus temores entonces...

–De hecho, lo hice.

–¿Sí? Entonces, ¿cuál es el problema? –frunció el ceño–. ¿No lo entendió?

–En realidad, fue comprensivo. Heath siempre lo ha sido y... temo que se canse de ello.

–¿De qué?

De esperar. De amarla. De... ella.

Genevieve sacudió la cabeza, poco dispuesta a dejar que aquellos pensamientos se materializaran en palabras. Suspiró, recordando lo sucedido en la noche pasada.

Cuando pensó que... al final, ella había fracasado. Una vez más.

Se sentía frustrada consigo misma y aún más culpable porque Heath la había tranquilizado y consolado, como si... como si no hubiera algo malo con ella.

–¿Genevieve? –llamó Gisele, preocupada.

–No es nada, hermana –Genevieve intentó adoptar un tono tranquilizador–. Sólo me siento algo inquieta, no puedo dejar de pensar que... bueno, de sentir que algo está por suceder.

–¿Además de nuestra partida hacia Savoir?

–Eso es lo que menos me preocupa –de momento.

–Ah. Bueno, iré por algunas hierbas.

–No te alejes demasiado –pidió, preocupada.

–Lo prometo –habló por encima del hombro Gisele, despidiéndose.

Genevieve volvió a su lugar en el umbral de la puerta, sin saber cuánto tiempo pasó mientras se preguntaba qué debía hacer, cómo debía seguir, qué...

Sus pensamientos se detuvieron abruptamente cuando identificó al hombre que se acercaba por el camino a su hogar, el que la había visto aun cuando se apresuró a cerrar la puerta.

Había sido demasiado tarde. Estaba sola y... ¿era mejor arriesgarse a salir a pedir ayuda o quedarse encerrada? Dioses, ¿qué debía hacer?

Lo que sea, pensó, debía hacerlo en ese momento.

Y se escuchó unos golpes en la puerta.

Cerró los ojos. Era, en verdad, muy tarde.


***


Gisele sintió que alguien se acercaba y elevó la mirada, extrañada, pues pocas personas paseaban por ese lugar. De hecho, no sería de interés a menos que...

–¡Edith! –exclamó con los ojos brillantes. La mujer la abrazó–. ¡Qué alegría que volviste!

–Sí, y veo que no has olvidado las lecciones –Edith dijo, sonriendo.

–Ni una sola. En realidad, pensé... –pero su voz se apagó cuando notó que Edith no estaba sola. Ladeó el rostro, observando a los dos jóvenes que la acompañaban–. Oh.

Una oportunidad (Drummond #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora