Capítulo 23

437 108 11
                                    

Heath respiraba con fuerza, tratando de mantener a raya su temperamento, el que rara vez surgía, lo admitía. ¿Por qué lo haría si normalmente no existían desafíos abiertamente en su contra en Savoir y en sus visitas a la Corte se limitaba a afrontar todo con humor y sin dar mucha importancia? Siendo así, sencillamente no había tenido muchas oportunidades en las cuales dejar que su enojo fluyera libremente.

Como en esos momentos, cuando vio la destrucción de la puerta de su hogar y pensó en el peligro en que podría estar Evie. No lo había pensado, sólo se había lanzado a verificar su bienestar y ese hombre había estado acorralándola, amedrentándola en su propio hogar, su lugar seguro.

Había querido matarlo. Si se había contenido únicamente había sido porque Evie se había lanzado a sus brazos, obligándolo a mantener su cordura mientras la sostenía a su lado.

Dioses, cuánto la amaba. Y cuánta satisfacción sentiría de, finalmente, ser capaz de ayudarla y protegerla.

Había golpeado a ese hombre, pero no era suficiente. Quería que se alejara para siempre de Evie, que entendiera que ella sería una mujer a la que jamás podría tener, a la que no debería atreverse a codiciar. Y si para eso tenía que revelar quién era y hacer uso de su título, lo haría. Una y otra vez, sin dudarlo.

–¿Drummond, dice? ¿Y nada menos que un lord? ¡Habrase visto semejante atrevimiento! –soltó el hombre, que evidentemente no tenía ni pizca de sentido común –. ¿Y aun así continuará sosteniendo que no ha hecho más que engañar a esa muchacha tonta? ¡Un lord! Y ella seguro lo cree –añadió, riendo nasalmente.

–Aún si no fuera un lord, él es mi esposo –habló Genevieve con firmeza–. Así que sería mejor que se retire, señor, ahora que ha quedado claro que estoy casada y no necesito su... "ayuda".

–¡La necesitas más que nunca! ¿Cómo puedes ser tan...? –al escuchar el gruñido de Heath y encontrar su mirada asesina, se abstuvo de terminar la frase.

–Márchese –dijo Heath, sorprendido de la calma de su voz, cuando todavía se sentía furioso–. En este momento. Y si tanto le cuesta, ustedes –miró hacia los dos siervos– levántenlo y llévenselo de aquí.

–¡Se va a arrepentir! –prometió una vez más el hombre–. ¿Qué creen que hacen? ¡Suéltenme! –se sacudió de sus siervos, a medio levantar, y volvió a caerse.

En verdad, si la situación fuera otra, Heath no podría evitar reírse de lo ridículo que era ese hombrecillo.

–Llévenselo –repitió con tono autoritario– y no se atrevan a volver.

–Esto no se quedará así, Genevieve –juró el hombre e, imprudentemente, alargó la mano hacia ella. Heath se adelantó, pero no fue necesario que hiciera nada, pues Genevieve lo apartó de un manotazo.

–Márchese, señor, es descortés permanecer en un lugar donde claramente no es bienvenido –remató Genevieve, sintiendo la presencia de Heath a su lado. Él tomó su mano y la apretó, mirando como el hombre salía, aun maldiciendo por lo bajo–. ¡Vaya, tendremos que hacer algo urgente con esa puerta si queremos...! –no terminó su frase porque Heath la había tomado en sus brazos e hizo que diera una vuelta–. ¡Heath! –rió, encantada, aferrándose a sus hombros.

–¿No te lo dije? ¡Eres tan valiente, Evie! –exclamó Heath, mirándola con amor–. Estoy orgulloso de ti.

–No pude defender nuestro hogar –musitó, mirando con lástima hacia la puerta– pero llegaste a tiempo.

–Y siempre agradeceré a los dioses por ello, cariño. De ahora en más, no me apartaré de ti.

–Heath, tampoco es necesario que...

Una oportunidad (Drummond #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora