Capítulo 2

662 133 8
                                    

Estaba en el infierno.

El calor que lo abrasaba, el dolor intenso, la interminable oscuridad... todo esto... todas eran señales de que había muerto y estaba en el infierno.

Heath intentó moverse y un intenso dolor lo atravesó en el costado. Su cabeza no estaba mejor, notó, cuando algo hizo que girara.

¿Una voz?

Intentó, a través del dolor y la oscuridad, alcanzar a distinguir la voz. Las palabras que decía. Se quedó quieto, intentando entender, tratando, de alguna manera, de transmitir la necesidad de que volviera a hablar, quien quiera que fuera.

–Heath.

Esta vez lo entendió. Con absoluta claridad porque estaba cerca, muy cerca.

Quiso abrir los ojos, pero no pudo, solo sentía su respiración cercana y un olor a vainilla que le hizo pensar que, quizá, no estaba en el infierno.

¿Cómo podría ser el infierno si había un ángel que olía a vainilla colocando su mano en su mejilla y llamándolo?

–¡Ayúdame! –pidió la mujer. Él quería contestar que sí, que haría lo que fuera necesario, pero no sabía qué necesitaba, en qué podría ayudar.

Luego pensó que quizá había alguien más ahí y no se estaba dirigiendo a él. Escuchó a alguien más, pero la cadencia que permanecía y lo atraía era ella.

–¡Tiene fiebre! ¿Qué debemos hacer? –escuchaba su angustia y deseó consolarla. Ojalá pudiera decirle que estaba bien, que no tenían que hacer nada. De todas maneras, él no creía que pudiera escapar de aquel dolor.

Lo sabía. Iba a morir.

–No vas a morir –dijo en su oído la joven, como si hubiera adivinado sus pensamientos. Luego, sintió como una compresa fría era colocada en su frente y con un paño húmedo iba recorriendo su cuerpo. Se sintió agradecido, más de lo que pudiera expresar.

Las semanas que siguieron fueron un borrón de momentos y sonidos, sensaciones y dolor, de intensos deseos de darse por vencido y de sentir como era traído del abismo, una y otra vez, por ella.

Cuando quería darse por vencido, la sentía tomar su mano y rogar que resistiera, que aún le quedaban fuerzas para hacerlo.

Y en esos momentos, con su voz, él podía creer que era así. Podía resistir. Sobreviviría.

Debía despertar.


***


–¿Cómo sigue? –preguntó Genevieve, tratando de ocultar su angustia. No sabía por qué razón, no podía ponerlo en palabras, pero algo le decía que era importante que él sobreviviera. Lo sentía, sabía que tenía que sobrevivir.

Miró a la mujer mayor que se cernía sobre él, examinándolo y haciendo pequeños ruidos y murmuraciones cada vez que lo miraba.

–Es un milagro.

–¿Un milagro? ¿Está bien?

–¿Bien? –la mujer mayor soltó con un deje burlón–. Es un milagro que siga vivo.

–Oh.

–¿Tú lo has estado cuidando, Genevieve?

–Sí, señora.

–Supongo que Gisele te habrá ayudado. Estas curaciones están bien hechas.

–Sí. Agradezco que ella tenga más habilidad en eso que yo. Usted le ha enseñado bien.

Una oportunidad (Drummond #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora