Capítulo 32

434 108 11
                                    

Genevieve observó cómo su hermana formaba las letras que Weston les estaba enseñando ese día, tal como lo había hecho durante los últimos cuatro días. Era un joven paciente, con una voz suave pero firme, que no admitía derrota, aún cuando Gisele podía llegar a frustrarse con el lento avance en la lectura.

Y es que ella había aceptado unirse a las clases únicamente cuando Genevieve le había asegurado que le serviría para, en un futuro, continuar su formación como sanadora. No estaba segura de que fuera así, pero estaba convencida que sería útil que tuviera esos conocimientos ahora que podía adquirirlos. Sin embargo, Gisele continuaba mirando, varias veces, anhelantemente a las ventanas de la biblioteca, donde la luz del sol asomaba y probablemente bañaba los jardínes en esos momentos.

–No exactamente –dijo Weston, poniendo la mano sobre la de Gisele y guiándola levemente–. Así.

–Es igual. Se entiende que... –estaba diciendo Gisele, pero Genevieve no pudo continuar prestándole atención porque escuchó una especie de gruñido bajo, proveniente del rincón y se esforzó por ocultar una sonrisa.

Era evidente que, a la pequeña guardiana de Weston Drummond, Jordane, no le hacía ninguna gracia esas clases.

–De acuerdo. Está mejor –respondió Weston con una pequeña sonrisa. Gisele también sonrió en su dirección.

Sin duda le tenía cariño, así como ella misma. Su cuñado había resultado ser increíblemente amable y se ocupaba de que estuvieran bien en todo momento, haciendo lo posible porque disfrutaran de todas las comodidades del Castillo Drummond.

–Creo que por hoy... –Gisele empezó, intentando, como de costumbre, terminar antes las clases.

–De todas maneras pensaba que termináramos antes el día de hoy, pues tengo algo que enseñarte –soltó Weston, incorporándose. Gisele lo miró con curiosidad–. ¿Qué esperas? Sígueme.

Gisele arqueó una ceja, en gesto desafiante, pero a regañadientes, lo siguió hasta uno de los estantes más alejados de la estancia. Genevieve también los miró, curiosa.

–Ten –entregó Weston.

–¿Un libro? –inquirió Gisele, en un suspiro– sabes que todavía no soy capaz de leerlo.

–No es necesario. Puedes empezar por mirarlo –indicó, abriéndolo en una página al azar y enseñándoselo. Gisele ahogó una exclamación. Esto hizo que fuera el turno de Genevieve de arquear las cejas.

–¡Esto es increíble! –habló, emocionada–. Gracias, Wes –dijo y, antes de alejarse para enseñarle el libro a Genevieve, se puso de puntillas y lo besó en la mejilla. Él se limitó a mirarla con una sonrisa llena de calidez–. ¡Mira, hermana! –exclamó, sentándose finalmente a su lado y abriendo el libro.

Estaba lleno de ilustraciones. De plantas y el uso que podía darse en tratamientos, si estaba entendiendo bien. Era increíble.

–Es el primer volumen –señaló Weston acercándose–. Puedes continuar explorando esa sección, creo que te gustaría.

–¡Gracias! –repitió, emocionada Gisele. Y parecía que iba a abrazarlo, cuando un fuerte carraspeo sonó muy cerca.

–Weston, creo que debemos ir por su infusión del día –dijo con furia apenas contenida Jordane–. Ahora –añadió, como si la intención no fuera clara.

Weston asintió, se despidió de ellas y salió con Jordane, mirándola con algo de extrañeza.

–¿Qué le sucede? Creo que no le agradamos mucho... –comentó Gisele, al descuido. Genevieve rió–. ¿Qué?

Una oportunidad (Drummond #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora