Capítulo 30

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Tras separarse de Evie, Heath se dirigió hacia el estudio donde el regente actual normalmente atendía los asuntos de las tierras de Savoir. Encontró a su hermano, revisando unos documentos, concentrado y con el ceño fruncido.

–¿Sucede algo? –inquirió Heath, acercándose. Robin se incorporó, haciendo un gesto hacia el asiento que estaba ocupando–. Ah, no importa. De momento, creo que seguirá siendo más sencillo si me pones al día del resto de asuntos desde allí –dijo, sentándose frente a él–. He visto a padre –añadió.

–Ah –su tono fue idéntico al de Heath. Una sílaba que encerraba el entendimiento tan profundo que existía entre los gemelos Drummond–. ¿Qué piensas hacer?

–Siempre directo, Rob –Heath esbozó una media sonrisa–. ¿Francamente? No lo sé.

–Podrías escribir al rey...

–¿Tú ya lo hiciste? –Heath entrecerró los ojos–. ¿Qué exactamente le dijiste?

–No mucho... sobre ti. Que regresaste y no estás disponible para cumplir ninguna alianza, pese a que... ocupé tu lugar en la ceremonia de ayer.

–Gracias. Imagino que tendré que partir pronto a la Corte, de todos modos. Para arreglar lo de la sucesión.

–Efectivamente. Supongo que el llamado del rey no tardará –Robin lo miró, preocupado –. Querrá saber de ti.

–Tendré que pensar muy bien qué decir... y hacer.

–¿Crees que el atentado contra ti vino de la Corte?

–¿No es eso lo que tú crees también?

–Podría ser –dijo en tono cuidadoso Robin– aunque no puedo imaginar el motivo. Es arriesgado si solo se trata de... un desagrado por los Drummond.

–No creo que sea eso. Lo he pensado y... creo que hay una razón.

–¿Cuál? –inquirió una voz desde un asiento al fondo del estudio, cerca de la chimenea. Los dos hermanos se giraron, incrédulos–. ¿Qué? –dijo Weston, incorporándose y ladeando la cabeza, curioso.

–¿Cómo entraste? –preguntó Heath, al mismo tiempo que Robin decía:

–¿Desde cuándo estás ahí?

–Sigan con... lo que sea que estén tratando –hizo un ademán con la mano y sonando aun divertido, agregó–: haré de cuenta que no sé nada.

–¿Qué sabes? –Heath inquirió, exasperado–. Dioses, cada vez te pareces más a Ashton.

–¿Qué no sabe Weston? –señaló Robin, ocultando una sonrisa–. Él está en todas partes. Lo sabe todo.

–Bueno, hermanos, si tan importante es su privacidad... me marcharé –ofreció Wes, caminando hasta la puerta. Salió.

–¿Cómo es que logra pasar desapercibido? –Heath preguntó, todavía exasperado.

–Siendo silencioso y nunca llamando la atención sobre sí mismo –Robin se encogió de hombros– nuestro hermano, desde aquel accidente, más parece una sombra que...

–Dioses –musitó Heath cuando Robin no siguió. Esperaba, de corazón, que no tuvieran que perder a otro hermano pronto–. A veces olvido que Wes... –sacudió la cabeza. Suponía que la familiaridad era lo que hacía que no lo viera diferente. Que se perdiera en su mente la imagen de cómo debería ser Weston de no haber sufrido aquella enfermedad, haciendo que su apariencia actual le pareciera normal.

–No vamos a perderlo –soltó Robin con seguridad. Heath encontró los ojos de su hermano, tan serenos y seguros, y asintió.

–Ahora, quiero preguntarte un par de cosas –Heath clavó sus ojos en el rostro idéntico de su hermano.

Una oportunidad (Drummond #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora