Capítulo 26

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Ante la frustración de los hombres que lo interrogaban, Heath intentó mantener un gesto serio, con solo un toque de aburrimiento. Lo cierto es que había esperado que tardaran menos tiempo en venir por él, pero suponía que la tardanza era producto de la despreocupación de Ashton y no de la falta de insistencia de Gisele.

Cuando finalmente entraron a la estancia, pudo ver que tenía razón, pues Gisele tenía un claro gesto de fastidio e impaciencia en su rostro, mientras que su hermano menor se veía relajado y venía a paso lento. Se aclaró la garganta y el par de hombres que no habían notado que alguien había dejado entrar a tres personas más, se giraron.

–¿Y ustedes quiénes son? –preguntó el hombre a cargo, con recelo al ver los distintivos que portaban Ashton y Kyan, que los identificaba claramente como soldados del rey–.¿Cómo entraron? ¿Qué se supone que...?

–Por la puerta –dijo Ashton, claramente aburrido en esos pocos instantes–. Y ya que ha preguntado, él es Kyan, capitán del ejército de Glenley. Yo soy Ashton Drummond... –al encontrar los ojos de Heath, sonrió al añadir–: cierto, lord. Lord Ashton Drummond –rodeó a los hombres y se acercó a la silla en que relajadamente lo esperaba Heath– ahora, señores, ¿pueden informarme bajo qué cargos han detenido al heredero de Savoir?

–¡Mienten! –chilló alguien desde el umbral de la puerta. Heath puso en blanco los ojos, fastidiado hasta el extremo con ese ridículo hombrecillo. Los otros dos hombres que lo habían interrogado no decían nada, seguramente habían reconocido al menos los símbolos de la tierra de Glenley que Kyan portaba como guerrero que era. Pero ese otro no conocía ninguna prudencia–. ¡Es un mentiroso y es cómplice de este impostor! ¿Qué le ha ofrecido para mentir y arriesgarse por él? ¡No tiene nada de valor, es un simple campesino! ¿Acaso no lo pueden ver? ¿Se han vuelto todos locos?

Ashton, en lugar de lucir ofendido, se veía nuevamente divertido. Kyan, por otra parte, estaba frunciendo el ceño y había llevado su mano a la espada al ver retada su identidad y su honor de guerrero. Los dos hombres lo miraron alarmados e, irónicamente, giraron hacia Heath en busca de ayuda. Él asintió, casi imperceptiblemente.

–Se trata de un malentendido, capitán –habló Heath, dirigiéndose a Kyan– no hay necesidad de sacar un arma.

–Aun –soltó Ashton alegremente. Kyan bufó por lo bajo, irritado y Heath sonrió un poco.

–Estos hombres solo cumplían con su deber, así que creo que será suficiente para acreditar mi identidad con la presencia de mi hermano y un capitán del ejército del rey que me conocen, ¿cierto?

–Desde luego, milord –asintió quien estaba a cargo, sin mirarlo. Pero, el hombrecillo era otra historia.

–¡Por supuesto que no! ¿Cómo sabemos que dicen la verdad? ¡Ni siquiera sabemos que son quienes dicen ser! –protestó.

–Eso tiene fácil solución –dijo Ashton, evidentemente cansado de jugar con ellos–. Aquí –soltó, sacando de su capa el sello que lo identificaba como miembro de la familia Drummond– ¿es esto suficiente o debo traer a todos los soldados que nos acompañan y están acampando a las afueras del poblado para que confirmen mi identidad?

Los ojos del hombrecillo parecían salir de sus órbitas y no se habían despegado del medallón presentado. Cualquiera podía identificar el escudo de armas de cada una de las tierras del Reino, y aun si no podía leer el nombre familiar, la identificación como alguien de la nobleza era inequívoca.

Luego elevó los ojos lentamente, encontrando por un instante los de Heath, antes de apresurarse a desviarlos. Pero Heath no necesitó más tiempo para saber lo que había visto, con absoluta claridad. En sus ojos hundidos había terror.

Una oportunidad (Drummond #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora