Capítulo 26

1.2K 145 17
                                    

Tres veces tres significa Caos.

Existe una magia detrás del número tres, una que te dicta el precio de tus actos, y el peso de tus castigos. La magia de una triada poderosa, símbolo de una Diosa poderosa poseedora de tres rostros. La niña, la dama y la anciana. Intrigante y misteriosa, llena de sabiduría antigua y poder divino.

Una figura materna y protectora, con un fuerte vínculo emocional con la naturaleza y los ciclos de la luna.

La madre de las brujas y también...

Madre de los seres de la noche, aquellos que custodian la penumbra de los bosques con espíritus salvajes.

Aquella que guía, protege y ama a sus hijos con sabiduría y compasión, que calma sus impulsos con su cálida energía suave y tranquilizadora pero también...

Implacable en la defensa de sus protegidos y que aquel que osara dañar a cualquiera de ellos, enfrentaría su furia y pagaría el precio de sus actos. 

Desde hacía semanas, había estado planeando este momento. Una parte de mi estaba indecisa pero la sola imagen de ellos dos uniendo sus labios me hacía dejar esa sensación atrás. Estaba cansada de soportar la presencia de Larisa, pero verlos juntos fue un detonante. Él había prometido que las cosas cambiarían entre ellos, que se alejaría de ella, pero nada de eso sucedió. Me sentía traicionada y herida, no importaba que fuera su alma gemela, el vínculo ya estaba roto, miré el libro sobre mis manos, la esquina esta arrugada de tantas veces que mientras lo leía jugueteaba con ella.

Llamaron a la puerta, dejé de respirar por un momento por el temor de que fuera Rubí, pero entonces escuché la voz de Phil. Vi la hora en el reloj de la pared, que puntual.

—Su hermana llegará dentro de un rato, debe salir a recibirla —me recordó justo como le pedí.

—Gracias, Phil iré ahora.

Apenas puse un pie fuera de la casa un viento frío me recorrió entera. La puntualidad no era el fuerte de Chant y lo tuve más presente cuando repasé la hora en el reloj de mi muñeca por tercera vez. Quince minutos de retraso.

Un portal apareció frente a mí, una sensación extraña se me instaló en el estómago. Chant salió de este y suspiré antes de ir hacia ella. No hubo saludos ni formalidades. Ambas sabíamos la seriedad de este encuentro.

—Aquí esta lo que pediste.

Levanté la mano en dirección a ella, dejo un frasco en mi palma. La sangre de Derek.

—¿Cómo lo hiciste? Conseguirla debió ser muy complicado.

—Lo más complicado fue hacer que no lo notará, pero finalmente aquí lo tienes —me miró a los ojos—, sé que es muy importante para ti y que lo que harás es...

—¿Cuestionable?

—Muy arriesgado —corrigió—. Hagas lo que hagas, tus actos, motivos sean buenos o malos, no tienen valor para mí. Sé quien eres y que lo que harás no es algo que te tomaste a la ligera.

Me sentí abrumada. No podía creer que a pesar de esto estuviera dispuesta a apoyarme en una situación tan delicada.

—Tienes un buen corazón Christal —posó su mano en mi hombro— y te digo que estas en todo tu derecho de hacer que un lazo no lo destruya.

Le di las gracias antes de que se marchara. Sabía que podía contar con ella para todo y el frasco en mis manos solo era una reafirmación de mi creencia.

Sentada en el centro de la habitación, encendí cada una de las velas que rodeaban el círculo de protección. Tomé un poco de sal y la esparcí en el suelo, dibujando círculo en el centro. Me situé en el y con un cuchillo de rituales escribí sus iniciales en una vela roja D. H, tomé el frasco que Chant trajo y deposité su contenido en los surcos que se habían creado en la cera. Hice lo mismo cuando tomé mi vela, con el cuchillo repase la palma de mi mano abriendo una herida que cerraría otra. Uní ambas con un cordel rojo y con un chasquido las encendí.

El chasquido hizo eco en mi habitación debido al silencio y en mi mente debido a la culpa que con nada se iba.

Luego, con lágrimas en los ojos, comencé a recitar las palabras del hechizo que había encontrado en un antiguo libro de magia.

—Que el vínculo que une nuestras almas se desvanezca, que las ataduras que nos unen desaparezcan. Que las cenizas del pasado se disuelvan en la nada y que el futuro se abra ante mí sin ti.

Mientras recitaba las palabras, las velas comenzaron a parpadear y la habitación se llenó de un aura oscura y siniestra. Las velas comenzaban a consumirse y cuando el cordel ardiera y cediera ante las llamas el lazo desaparecería.

La llama de el era pequeña; tímida, y ardía tan lento con temor a dañar el cordel, en cambio, la mia tenía una llama alta y fuerte pero no lo suficiente para hacer arder el lazo. Los ojos se me cristalizaron cuando vi como la cera de su vela envolvía el cordel para protegerlo del fuego.

—¿Por qué haces esto...? —susurré con la voz quebrada.

Limpié las lagrimas con el dorso de mi mano, se avivo el fuego de mi llama en el momento en el que a mi mente llegaron los recuerdos de la ultima vez que los vi. La cera comenzó a consumirse a gran velocidad y cuando llego al cordel las llamas se tornaron de un color distinto, un aro de fuego envolvió el cordel y pesar de la cera que lo rodeaba este ardió, no solo rompiéndose si no reduciéndose a cenizas.

Sentí un escalofrío recorriendo mi cuerpo mientras la energía del hechizo fluía a través de mí. Una punzada en el pecho me hizo llevarme la mano ahí, luego otra y otra más. De repente, ambas velas se apagaron, y cuando miré la luna a través de la ventana que tenía enfrente esta estalló haciéndose añicos. Bañándome con miles de cristales que hacían cortes sobre mi piel, el aire frio entró provocando un lastimero quejido. Me cubrí como pude, y quise volver a encender las velas, pero algo me dejo helada.

Quedé aturdida, con un pitido en los oídos debido al estallido. Algo había cambiado dentro de mí. Mis manos temblaban, la cabeza comenzó a darme vueltas y empezaba a perder las fuerzas, algo había salido terriblemente mal con este hechizo.

Y una sola frase se repetía en mi cabeza.

«Es el precio a pagar»

Entonces a la lejanía pude escuchar a Rubí llamándome, mis ojos comenzaban a cerrarse y para cuando llego junto a mí solo podía ver su silueta difusa.

—¿Qué fue lo que hiciste? —su voz se distorsionaba, pero aun así fui capaz de distinguir su total pánico y preocupación.

Levante la palma de mi mano y mis últimas palabras fueron...

—Mi magia se fue...

...y entonces todo se volvió negro. 

Él es mío Donde viven las historias. Descúbrelo ahora