Había pasado la noche en casa de Chant y Lisa, años atrás había encontrado al sofá de la sala particularmente cómodo pero la noche anterior pude contar hasta los resortes de este calando en mi espalda. No pude conciliar el sueño ni por un momento, aunque claro, era mejor culpar al sofá e ignorar totalmente el peso de mi regreso a la manada que calaba en mi espalda.
Me debatí internamente cuando me planté frente a la puerta de la casa de la abuela, entre si tocar o no el timbre. Juguetee con mis manos antes de desistir y darle la espalda a la puerta.
—¿A dónde crees que vas? —maldije para mis adentros y me di la vuelta.
—¿Cómo es que...?
Señaló la ventana cubierta por una cortina —Llevo cinco minutos viendo como estas parada frente a mi puerta, le daba tiempo a tu valentía, pero...—negó con la cabeza— me parece que no va a llegar. Entra ya.
Tardo nada en aplastarme en un sillón y servir dos tazas de té.
—Entonces...
La mire a los ojos cuando habló.
La porcelana de la vajilla era el único sonido en el ambiente. Me aclaré la garganta antes de comenzar.
—Sabes que ya deberías estar allá ¿Cierto? —su interrupción no me ayudo en absoluto.
Asentí dándole toda la razón —Lo tengo claro, es solo que...Ha pasado un tiempo. Temo que la manada crea que he tomado el papel que se me confió a la ligera. Como un juego —aclaré—. Siento que me he marchado tantas veces que no puedo ser tomada enserio lo suficiente para que confíen en mí.
» Desconozco el estado de esta, o si su relación con Larisa mejoró. Si la han aceptado y ahora a la que verán como una intrusa será a mí.
Mi sinceridad no aligeraba ni un poco la sensación asfixiante que sentía. La abuela solo me miraba atentamente sin una expresión en el rostro.
—Abuela, Larisa es de su misma especie y creo que eso juega un papel muy importante ¿Y si la manada la ha aceptado...? No hay manera en la que yo pueda competir con eso.
Dejo su taza con brusquedad sobre la mesa haciéndome brincar del susto y ni si quiera ese acto pudo prevenirme para la reprimenda que me esperaba.
—¡Suficiente! No quiero escuchar lloriqueos absurdos. Tu madre podrá haber cometido actos atroces, pero créeme que ella jamás habría dudado de esta manera —me quede en silencio al instante—. Ella sabe el poder que posee y jamás ha olvidado lo que significa ser una Kyteler.
Un silencio tenso llenó la habitación mientras el aroma del té se mezclaba con la intensidad del momento. Mi abuela, con ojos que habían visto innumerables lunas, se levantó de su asiento y me miró con una expresión que me hizo enderezarme en mi lugar.
—¿Temor? ¿Dudas? ¿Compararte con esa Loba? Eso no es propio de una Kyteler. Tú llevas la esencia del Caos en tus venas. No permitiré que te menosprecies.
Sin previo aviso, su mano rugosa se estrelló contra mi mejilla, y el sonido resonó en la habitación. Fue una bofetada simbólica, un despertar abrupto de mi propia autocompasión.
—¿Crees que la manada te acepta por la especie a la que perteneces? ¡Eres una Kyteler! Tu valor no lo miden por cuan afiladas sean tus garras o que tan puro sea el color de tu pelaje. La manada te acepta por la fuerza que llevas dentro.
Me lleve la mano a mi mejilla que escocia por la bofetada.
—Y si crees que tu manada te reemplazaría de esa forma, si piensas así sobre ellos, yo te aconsejo no regresar porque si dudas así de la familia que te ha elegido ¿Cómo esperas que ellos confíen en ti? Si tu no confías en que ellos anhelan tu regreso...