Desperté sintiéndome más descansado que la noche anterior, aunque las emociones del día anterior aún pesaban en mi mente. Me incorporé lentamente en la cama, recordando las palabras de Isaac y la necesidad de enmendar mis errores con Christal. Pero antes de poder ponerme en pie, la puerta se abrió y Larisa entró en la habitación con una expresión preocupada.
—Derek, ¿cómo te sientes? —preguntó con tono ansioso, acercándose rápidamente a mi lado.
Me froté los ojos y la miré con desdén, sintiendo un nudo de frustración en el estómago al tener el peso de la decepción de no ver a Christal.
—No sé cómo tienes el valor de entrar sin tocar la puerta —la mire con el ceño fruncido—, si no quería verte cuando estaba muriendo en el hospital mucho menos cuando estoy recuperándome.
Ella retrocedió un paso, visiblemente sorprendida por mi respuesta brusca, pero no se dejó amedrentar.
—Solo intentaba ayudar, Derek. No tienes por qué ser tan grosero —respondió con voz firme, aunque su rostro mostraba el dolor que mis palabras le habían causado.
—¿Tú me dirás como debo ser? —le dije fríamente, sin apartar la mirada de la suya— Conoce tu lugar y ten bien en claro con quien es que estas hablando. Retírate.
—Derek...
—Me parece que en tu nefasto programa no te enseñaron que las ordenes del Alfa se ejecutan sin replicar.
Ella bajó la mirada, visiblemente herida por mis palabras, y salió de la habitación en silencio. Permanecí en silencio durante un momento, dejando que mis pensamientos se aclararan. Sabía que había sido duro con Larisa, pero no podía evitar ser de esa forma. Cada interacción con ella me dejaba con la sensación de que algo no estaba bien, como si ocultara algo detrás de su aparente preocupación.
Me levanté de la cama con cuidado, sintiendo el dolor punzante en mi costado recordándome la batalla de la noche anterior. Aunque me sentía más fuerte físicamente, emocionalmente estaba más vulnerable que nunca.
Decidí dejar de pensar en eso por un momento y centrarme en recuperarme por completo. Me dirigí al baño para lavarme la cara y refrescarme, tratando de despejar mi mente.
Decidí vestirme y bajar al comedor para tomar algo de desayunar. Mientras caminaba por los pasillos de casa, traté de apartar de mi mente los pensamientos negativos y concentrarme en recuperar mis fuerzas. Sin embargo, la sombra del arrepentimiento seguía persiguiéndome, recordándome que las heridas emocionales eran igual de difíciles de sanar que las físicas.
Llegué al comedor y me senté frente a la larga mesa, tratando de concentrarme en el plato de comida frente a mí. Sin embargo, mi apetito había desaparecido junto con mi tranquilidad. Cada vez que cerraba los ojos, veía el rostro de Christal, escuchaba sus palabras y sentía el peso de mi propio orgullo aplastándome.
Mientras jugueteaba con la comida, Larisa se acercó, una sonrisa en el rostro que parecía demasiado brillante para ser genuina. Mi estómago se retorció con una mezcla de desconfianza y molestia.
—¿Te sientes mejor, Derek? —preguntó con una voz dulce y melosa que me resultaba irritante.
La miré con frialdad, sin ocultar mi desagrado. —¿Qué es lo que pretendes, Larisa? —le espeté, sin darle la oportunidad de seguir con su farsa de preocupación.
Ella arqueó una ceja, aparentemente sorprendida por mi brusquedad. Pero su sonrisa no se desvaneció, y en lugar de responder, se sentó frente a mí con una elegancia forzada.
—Solo quiero asegurarme de que estés bien —dijo con una voz suave, pero sus ojos brillaban con una chispa de malicia que no pasó desapercibida para mí. Una chispa que no tenia cuando estuvo en mi habitación.