Derek
Desde que puse un pie en la manada, la familiaridad del ambiente me golpeó con una mezcla de nostalgia y preocupación. Isaac, con su característica urgencia por informarme de lo acontecido, se acercó apenas crucé el umbral del arco de piedra.
—Derek, hay algo... importante —empezó, pero lo interrumpí levantando una mano. Lo último que deseaba era escuchar sobre los tropiezos, errores y posibles riñas de Larisa durante mi ausencia.
—¿Cómo está la manada? —pregunté, cortando su intento de comunicarme algo que terminaría por arruinarme el ánimo.
Isaac frunció el ceño, evidentemente sorprendido por mi abrupta interrupción. Sin embargo, comprendió que mi prioridad era el bienestar de la manada, y procedió a informarme sobre la situación camino al edificio líder.
Al llegar, me encontré con Larisa. Sus ojos brillaron al verme, como si mi presencia resultara en un gran alivio para ella.
—Derek, te he extrañado mucho —su voz, más aguda y cuidadosa al dirigirse a mí, me pareció extrañamente falsa. La miré con desgane. Verla era el recordatorio de volver a la rutina. Antes de que pudiera acercarse más, la detuve con un gesto.
—Necesito descansar... —murmuré, alejándome antes de que pudiera decir algo más.
Decidí dirigirme al lago, un lugar que siempre me había proporcionado un respiro en tiempos de pesadez. El sendero serpenteante a través del bosque era familiar; cada árbol parecía saludarme mientras avanzaba. Sin embargo, el peso de la reunión todavía colgaba sobre mis hombros, una carga que sin duda preferiría haber evitado.
Las voces que flotaban en el aire mientras me acercaba al lago hicieron que mi corazón se agitara con expectación. Reconocí su voz, esa melodía que me había acompañado en mis sueños y desvelos. Cada palabra suya resonaba en mi alma, despertando emociones que creía haber enterrado.
El aroma de su presencia llenaba mis sentidos, mezcla de tierra húmeda y flores silvestres, un perfume único que había dejado una marca indeleble en mi memoria. Cada inhalación me transportaba a momentos compartidos, a risas y promesas susurradas al viento.
Pero la dulzura de su voz se vio empañada por la presencia de otro, masculino y desconocido. Un nudo de incertidumbre se formó en mi garganta, una sensación de malestar que creció a medida que me acercaba.
Con cautela, me adentré entre los árboles, deseando descubrir quién era el intruso en la conversación. A través de la espesura, la escena se desplegó ante mis ojos, y mi corazón se hundió en el pecho al verla allí, envuelta en una bata traslúcida que dejaba al descubierto su tersa piel, a la que una vez tuve el privilegio de tocar.
Un extraño sentimiento se apoderó de mí al presenciar su desnudez, una mezcla de deseo y celos que luchaban por dominar mis pensamientos. Aunque sabía que Christal no sentía vergüenza por su cuerpo, el simple hecho de ver a otro hombre cerca de ella encendió la llama de la ira en mi interior.
Mis puños se apretaron con fuerza, la tensión vibrando en cada fibra de mi ser mientras observaba impotente cómo Grayson se atrevía a besarle la mano. Cada gesto suyo era como una provocación que me empujaba al borde de la razón.
Un susurro de maldiciones escapó de mis labios, apenas audible sobre el susurro del viento.
Finalmente, Christal y Grayson notaron mi presencia y se voltearon para mirarme, aún con las manos entrelazadas. Christal rompió el silencio con su humor ácido.
— Parece que tenemos audiencia...
Decidí avanzar hacia ellos, mis pasos resonando en el suelo cubierto de hojas. Mientras lo hacía, una figura conocida emergió entre los árboles. Era B, el familiar de Christal, que llegaba en el momento justo.