Derek
El estruendo de la batalla resonaba a través del bosque, un eco siniestro que anunciaba el caos inminente. La manada estaba bajo ataque, y cada lobo luchaba con ferocidad para proteger el territorio y a sus compañeros.
Corría entre los árboles, mis sentidos agudizados por el peligro inminente. A pesar de mi voluntad de ayudar, era consciente de mi propia limitación. Sin mi esencia salvaje, me sentía prácticamente inútil, al menos por ahora era igual a un humano.
Isaac permanecía a mi lado, su mirada llena de preocupación mientras avanzábamos hacia el corazón del tumulto. Sabía que algo no estaba bien conmigo, que mi naturaleza estaba desequilibrada y vulnerable en medio del caos que nos rodeaba.
En medio del frenesí de la batalla, mis ojos se posaron en Christal. La vi junto a B, su familiar, custodiando a un pequeño grupo de mujeres hacia el Norte. La distancia entre ellos se amplió, dejándola sola en medio del peligro.
De repente, un lobo solitario se lanzó hacia ella, un destello de peligro que desató el pánico en mi pecho. Al mismo tiempo, escuché la voz de Larisa, gritando por ayuda en medio del caos.
Mi corazón latía desenfrenado, una mezcla de impotencia y frustración mientras luchaba por encontrar un equilibrio en medio del tumulto. Sabía que era mi responsabilidad proteger a la manada, pero mi propia debilidad me impedía hacerlo eficazmente.
Junto a Isaac, nos dirigimos hacia Christal y el grupo de mujeres. Antes de llegar a su lado, le ordené a Isaac que fuera por Larisa y yo me encargaría de Christal. Isaac se resistió, pero le afirmé mi autoridad, dejándole claro que era una orden.
Cuando finalmente estuvimos cerca de Christal, B apareció justo a tiempo para protegerla. Me acerqué a ella con determinación, sintiendo el peso de la responsabilidad sobre mis hombros.
—Debes ir al Norte con los demás para ponerte a salvo —ordené, mi voz cargada de urgencia.
Ella me miró con determinación, su ceño fruncido denotando su terquedad.
—No iré a ninguna parte —respondió con firmeza—. El que debe marcharse eres tú.
Me desconcerté ante su respuesta. ¿Cómo podía ser tan obstinada en medio del peligro inminente?
—Es una...
—¿Orden? —levantó la ceja— Tu ve hacía el Norte —demandó en un tono en el que creo jamás me habló antes—, eso si que es una orden.
—Por favor, Christal, debes entender que las cosas no son como antes. Ahora eres vulnerable —imploré.
Ella se enfureció ante mi súplica, su mirada chispeando con determinación.
—¿Vulnerable? Qué me dices de ti ¿ah? Ve hacia el Norte —reiteró severa— apuesto a que Larisa te estará esperando con los brazos abiertos, además ya deberías saber que cuando el Alfa no puede proteger a la manada, es mi deber hacerlo en su lugar —declaró con vehemencia.
Mis emociones se agitaron ¿Cómo podía hacer semejante declaración en su estado?
—Por favor, Christal, te lo ruego, debes irte —insistí—. Si algo te ocurre yo...—mi voz apenas un susurro en medio del caos que nos rodeaba.
Ella me miró con ojos entrecerrados, su determinación inquebrantable.
—No me moveré de aquí. Si no puedes proteger a la manada, entonces yo lo haré en tu lugar —soltó con firmeza.
Un nudo se formó en mi garganta, la sensación de impotencia amenazando con abrumarme.
—¿Cómo pretendes cuidar de la manada si ya no posees tu magia? —le espeté, dejando escapar la frustración que me consumía.