Larisa
Mi corazón latía con una furia desatada cuando entré en mi oficina y vi a Christal parada allí, desafiante. La presencia de esa mujer me atormentaba, y mi lado salvaje rugía en respuesta, exigiendo liberarse. Un instante de descontrol y, antes de que pudiera detenerme, mi garra rasgó el aire, golpeando la puerta con una violencia que resonó en la habitación.
—¡¿Quién te crees que eres al regresar así?! —grité, mis ojos centelleando con furia. Mis instintos salvajes rugían, una tormenta que amenazaba con desatarse.
—Larisa, estoy aquí porque la manada lo necesita. No tienes la capacidad para liderarla.
Mis garras se cerraron en puños mientras luchaba por controlar la bestia interior. La habitación estaba impregnada de tensión, como si la lucha interna entre mi humanidad y mi lado salvaje creara una atmósfera palpable.
—¡La manada no te necesita! ¡Yo soy su líder ahora! —grité, pero mi voz temblaba, una grieta en mi fachada de control.
—¿Líder? Parece que la manada ha bajado sus estándares.
Antes de que pudiera procesar su desprecio, mi lado salvaje rugió, exigiendo liberarse de las cadenas de la contención. Mis ojos se volvieron salvajes, pero, en un instante de lucidez, logré contenerlo. Respiré hondo, intentando recobrar la compostura.
—No tienes idea de lo que he enfrentado en tu ausencia. Esta manada ahora es mía, y no necesitamos a alguien que huya de sus responsabilidades.
—Interesante discurso, Larisa. Pero parece que la manada aún no lo compra —sus palabras altaneras me hacían hervir la sangre.
—Este territorio ahora es mío. ¡Fuera de mi oficina! —exigí, pero mi voz sonaba temblorosa.
Mis palabras eran un intento de afirmar mi autoridad, pero, en el fondo, sabía que la presencia de Christal amenazaba la frágil estabilidad que había construido. Ella desafiante, se movió hacia la silla de Derek y se sentó con insolencia, como si estuviera marcando su territorio.
—¿Territorio? Interesante elección de palabras.
Sonreí desafiante, iba a borrar esa expresión triunfante de su rostro —No solo el territorio, Christal. También reclamé lo que una vez fue tuyo. Derek ahora me pertenece.
La expresión de Christal apenas cambió, pero pude percibir una chispa de desafío en sus ojos felinos. Era como si estuviera probando mis límites, como si quisiera ver cuánto podía soportar.
—Larisa, no me interesan tus juegos de posesión. Derek no es una propiedad que pueda ser reclamada. Además, ¿realmente piensas que voy a pelear por él? No desperdiciaré mi tiempo en disputas absurdas. Y, déjame decirte, en cuanto Derek me vea, tú serás la última de sus preocupaciones.
Mis dedos se crisparon en un gesto instintivo, y sin pensar, dejé que mi mano volara hacia el rostro de Christal. Pero mi golpe fue detenido en seco.
Los ojos de Christal brillaban con una intensidad felina mientras sostenía mi mano con la suya. Un escalofrío recorrió mi espalda, y por un instante, me encontré perdida en la mirada de aquellos ojos que solo transmitían una cosa.
—La manada es mía. ¡Y tú no eres bienvenida aquí! —mis palabras salieron en un intento desesperado de no dejarme intimidar por ella, pero solo demostraban eso, cuan desesperada estaba.
—¿Crees que después de todo lo que has hecho...saldrás impune? ¿Crees que permitiré que la manada quedara bajo el mando de una...sustituta?
Antes de poder reaccionar, la puerta se abrió abruptamente. El Beta, entró con una expresión de desconcierto y furia en su rostro.