CAPÍTULO 10

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Alexia

—¿Sigues ahí? —inquirí tras el silencio sepulcral que se creó luego de que Kiara desactivara la cámara en la videollamada.

Tardó unos segundos en reaccionar y volvió, activando la cámara.

—Sí, pero ya tengo que irme. Debo hacer maletas.

—¿Qué? —inquirí sorprendida—. ¿A dónde vas?

Kiara suspiró.

—Voy a Canadá con Owen. Al parecer, su madre se encuentra delicada de salud. —explicó mientras sus dedos tamborileaban sobre la mesa.

—¿Estás segura de que quieres ir? —pregunté, preocupada—. Es decir, nunca has conocido a su familia, y no sé si ahora sean las mejores circunstancias. —argumenté.

—Debo hacerlo. —acotó secamente.

—De acuerdo. Bueno, pues no te quito más tú tiempo —dije tratando de apaciguar el ambiente. Y me di cuenta de que funcionó luego de que un rictus se formara en sus labios—. Mantenme al tanto de todo, ¿de acuerdo?

—De acuerdo. Tú también mantenme al tanto de la situación allá. Aunque esté en Canadá viviendo el drama familiar de mi vida, puedes escribirme o llamarme si es lo que necesitas.

—Anotado, gracias. —le dediqué una sonrisa—. Que tengan un buen vuelo. Avísame cuando hayan aterrizado.

—Lo haré.

Hicimos un ademán de despedirnos con la mano y dimos por finalizada la videollamada.

Estaba realmente agradecida con ella por haberme dedicado unas cuantas horas de su día. Sentía la ansiosa necesidad de desahogarme con alguien luego de lo vivido en las últimas horas. Percibía la situación como si me encontrara en una película de comedia dramática, sólo que a mi nada de esto me causaba gracia.

Me dejé caer sobre el respaldo de la cama, agotada por todas las sensaciones que había estado experimentando constantemente.

De pronto, sentí la incertidumbre de saber qué es lo que estaría haciendo Andrew justo ahora.

¿Estaría dormido?

«Sí, seguramente sí. Tú eres la única loca que no puede dormir» contestó mi consciencia.

«Aunque, también podría estar con Derian Wood, haciendo mil cosas que tal vez no quieras imaginar» siguió argumentando la voz de mi cabeza.

No podría importarme menos. De cualquier modo, probablemente era su esposa.

Decidí desechar esa idea de inmediato.

Me arrepentí eternamente por no haber encontrado el valor necesario para pedirle su número móvil. Era tan extraña toda esta situación, porque a pesar de que no llevábamos conociéndonos mucho tiempo, siempre que estábamos juntos parecía todo lo contrario.

Pero al parecer, no había la confianza necesaria para hablar mediante otro medio.

«Nada de esto estaría pasando si hubieras tenido la iniciativa por primera vez en tu vida y le hubieras pedido su número» insinuó de nuevo la voz en mi cabeza.

Dejé mis pensamientos a un lado y después de ir a la cocina para prepararme un café, me dispuse a terminar de una vez por todas el libro de Andrew.

A falta de poder contactarme con él, qué mejor que terminar de traducir el libro donde cuenta personalmente toda su vida.

De cualquier forma, estaba segura de que me sería imposible conciliar el sueño pronto. No por la dosis de cafeína que acababa de prepararme, sino porque siempre después de que tengo un ataque de ansiedad, el insomnio que me invade es irrevocablemente mortal.

Bajo la luzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora