Alexia
—Más a la izquierda —dije observando a Andrew con atención—. ¡A la izquierda, cariño! Esa es la derecha.
Soltó un suspiro lleno de hastío al fulminarme con la mirada.
—Para mí esa es la izquierda —respondió con desdén.
—Bueno, mi izquierda —le contesté inocentemente.
Tuvo la osadía de ponerme los ojos en blanco antes de regresar su atención al librero que acababa de armar y que estaba acomodando en su estudio. Bueno... nuestro estudio. Andrew aún seguía reacondicionándolo, aunque ya casi daba por finalizado su cometido. Solo hacían falta unos cuantos detalles para que quedara formalmente listo.
—Llevamos horas acomodando un simple librero, nena. Ya basta. —Se alejó del mueble para ponerse frente a él—. Ya agotaste toda mi paciencia. No se ve mal, así que así que va a quedar.
Caminé sigilosamente hacia él. Lo abracé por detrás mientras apoyaba mi cabeza sobre su espalda y mis manos se incrustaban en su pecho.
—Pero si mi hombre es la persona más paciente del universo. ¿Dónde está toda esa paciencia que siempre presumes?
Sentí con mis manos como su pecho subió y bajo al emitir el suspiro de una risa.
—Tú tienes esa paciencia. Me la arrebatas y te la robas cual bandido.
—¿Me estás diciendo que te desespero? —pregunté muy ofendida.
Se dio la vuelta para quedar frente a mí. Una de sus manos navegó hasta mi espalda baja mientras la otra se posó contra uno de mis glúteos. Me atrajo hacia él con firmeza, estrechándome contra su cuerpo.
—Por supuesto que no, cariño. Pero si eres la única persona que sabe muy bien cómo hacer que pierda los estribos.
Le sonreí con suficiencia.
—Me siento halagada, entonces. —Deposité un casto beso sobre sus labios y me regodeé en aquella sensación tan gratificante cuando él sonrió contra los míos.
Entrelazó nuestras manos al separarnos para guiarme hasta el nuevo sofá del estudio, el cual Andrew me había pedido que yo escogiera y esta vez no me opuse demasiado. El sofá anterior era muy simple y de colores muy... apagados. Al estudio le hacia falta cierta vida que yo me encargué de darle con las cosas que él me pedía elegir.
—Hay algo que quiero discutir contigo, nena. —Se sentó en el sofá de color azul, muy parecido al de sus ojos y que se estaba convirtiendo en mi color favorito. Luego dio unas palmaditas en sus piernas, indicándome dónde debía sentarme.
—¿Sobre qué? —Acaté su indicación y me senté sobre su regazo como de costumbre.
—A finales del mes será el cumpleaños del pequeño Aaron. Mi hermano me pidió como favor si podía hacer la fiesta de cumpleaños aquí, en casa.
Asentí sin saber muy bien a dónde quería llegar.
—¿Y qué le dijiste?
—Que tenía que discutirlo contigo.
Enarqué una ceja.
—¿Pero por qué conmigo? Esta es tu casa, cariño. Puedes tomar todas las decisiones que tu creas convenientes.
Pasó un mechón de cabello por detrás de mi oreja y aquello me generó una sensación de deja vú que me llevó a través de los recuerdos a la primera vez que nos besamos.
Todo era tan diferente desde aquella ocasión.
—Ahora ésta también es tu casa, nena. Tienes todo el derecho de tomar ese tipo de decisiones junto conmigo.
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Bajo la luz
RomanceAquellas personas que estén unidas por el hilo rojo están destinadas a convertirse en almas gemelas, y no importa cuánto tiempo pase o las circunstancias en las que se encuentren, están destinadas a vivir una historia valiosamente vital. Puede que n...