CAPÍTULO 12

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Kiara

Alexia: ¿Cómo van las cosas? ¿Sabes cuánto tiempo te quedarás allá?

Yo: El ambiente es pesado, la situación es lamentable. No sé cuánto tiempo estaremos aquí.

Bloqueé mi móvil después de responder el mensaje de Alexia, sin estar aun preparada para enfrentar el día de hoy.

Habíamos llegado a Canadá a la media noche y Owen decidió que fuéramos al hospital de inmediato luego de aterrizar.

Al llegar, nos encontramos con su familia nuclear y curiosamente, a pesar de la situación, fueron muy amables conmigo.

El hermano de Owen, Kyle, nos explicó que aún faltaban varios estudios de imagen y laboratorio para que los médicos pudieran establecer un diagnóstico certero.

Sin embargo, los médicos creen que pudiera tratarse de esclerosis múltiple.

Ese día, por la tarde, le habían hecho una resonancia magnética con contraste y el día de hoy le harán una punción lumbar. Luego de eso, los médicos vendrán para interpretar los resultados y finalmente darle nombre a la enfermedad.

Kyle nos dijo que, eventualmente, la madre de Owen había estado sintiendo múltiples síntomas, pero en minoría. Esto causaba que hiciera caso omiso a las señales que daba su cuerpo alertando que algo no estaba bien.

Fue hasta el viernes pasado, por la mañana, donde tuvo —al parecer— el primer brote —y el más fuerte hasta ahora— de la posible enfermedad.

La esclerosis múltiple es una enfermedad autoinmune, donde los anticuerpos se defienden de lo que para ellos es un antígeno. Es decir, las células de nuestro cuerpo que se encargan de mantener el equilibrio ante un agente externo atacan a las células sanas.

En el caso de esta enfermedad, el sistema inmune cree que el antígeno es la capa protectora que recubre a las células nerviosas del cerebro y de la médula espinal. Es un daño a nivel nervioso y las alteraciones se ven reflejadas tanto en la sensibilidad, como en la motricidad.

Es por eso por lo que los síntomas más frecuentes son la pérdida de la visión —por el daño a nivel del nervio óptico—, incapacidad para caminar, hablar, masticar y deglutir —por el daño en los pares craneales que nos dan la motricidad—, calambres y sensación de ardor en la cara —debido al nervio trigémino— y en las extremidades.

Los síntomas no son lo peor. Lo peor es que no existe una cura para esta enfermedad. Se puede controlar, pero a la fecha no hay medicamento que pueda revertir la degeneración que provocan los brotes.

Lo único que ha logrado la ciencia, es que los medicamentos ayuden a que los brotes de síntomas duren menos tiempo de lo que normalmente durarían y a que estos —una vez que aparece el brote— sean pocos.

Es una enfermedad de altas y bajas. A veces lenta, a veces rápida. A veces estás bien y a veces el brote no te permite ni siquiera levantarte de la cama.

A nivel psicológico, es bastante duro para los pacientes que la padecen. No es fácil aceptar como el día de ayer estabas bien y eras una persona sana y el día de hoy ya no pudiste levantarte de la cama porque tus piernas decidieron no responder.

Fue hasta que un brote como este, cuando no le permitió seguir con su vida normal, que decidieron acudir al médico.

Aunque aún está por confirmarse el diagnóstico, todo apunta que es esclerosis múltiple.

Después de tomar un baño y de desayunar algo ligero, nos dirigimos al hospital para ver como seguían las cosas.

Una vez ahí, Owen me guío a la sala de espera que se encontraba cerca de las habitaciones del departamento de neurología.

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