Para muchos lo primordial es la línea de sangre, pero ¿Que importancia tiene eso cuando lo que prima es el amor?
Nuestra sangre no nos define como personas, ni fija nuestro destino, solo podemos ser víctimas de aquel primitivo y audaz ladrón llamad...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
MES Y MEDIO DESPUÉS
DRACO
El tiempo pasaba de forma extraña para mí. Un momento podía convertirse en una eternidad, como también unas horas se podían convertir en segundos.
Mi vida había dejado de lado el hecho de que soy un adolescente para pasar a ser un soldado, gracias a la ayuda de mi tía Bellatrix mi entrenamiento estaba dando frutos y era exitoso, específicamente en el campo de la Oclumancia había destacado bastante bien, volviéndome así un predilecto perfecto para cumplir el rol de mortifago.
Sentía que toda inocencia en mi estaba muriendo, todo lo que estaba presenciando a mi alrededor me recordaba una y otra vez que este ya no era mi mundo, si no del señor oscuro al cual debía servir con honor y orgullo, o eso era lo que me repetía Bellatrix a diario.
El aprecio de nuestro señor hacía nosotros era nulo, puesto que con el fracaso de mi padre había perdido varios esbirros útiles. A pesar de no ser mi padre me tocó cargar con su castigo el cual se basó en una ronda de crucios los cuales fueron presenciados por mi madre, y aunque deseé morir en ese instante no me lo permitió, pues eso no era ni una mínima parte del castigo que él ideaba para mí.
Nunca me había sentido tan solo en mi vida, sentía que no tenía a nadie, pues había perdido a mi hermana en un acto de traición, el cual se basó en entregar a mi padre a los aurores, condenándome a mí a seguir sus pasos.
En este tiempo había contemplado el suicidio, sin embargo no podía dejar a mi madre sola, pues sabía que su pilar en ese momento era yo, y ella era lo único que me quedaba, no podía abandonarla.
Estando ahí frente al espejo observando mi reflejo que muchas veces antes me había generado orgullo, ahora simplemente no reconocía aquello que se reflejaba en él, no reconocía a ese joven el cual se estaba terminando de arreglar para su ceremonia de iniciación la cual terminaría de sellar su destino.
Sentí como mi madre entró a la habitación y posó su mirada en mí, la cual ya tampoco reflejaba en lo más mínimo la mujer que era
-Tienes la corbata torcida cariño, déjame ayudarte- dijo
No dije una palabra, solo asentí con la mirada fija en mi reflejo deseando desaparecer, pero las lágrimas de mi madre captaron mi atención, por lo que decidí abrazarla. Ella no dijo nada, solamente se desahogó contra mi traje. Odiaba verla así, pero tampoco tenía las fuerzas para animarla, pues no había forma de verle algo positivo a esto.
