•Capítulo 18•

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Antes de ir a casa de mis padres, decidí hacer una parada en la floristería para comprar las flores favoritas de mamá. A mi madre le gustan mucho los girasoles, por lo que no me puede faltar su detalle ahora que me he invitado yo mismo a cenar de improviso. De paso aprovecharé para llevarle otro ramo a Noa como agradecimiento, pero ¿qué tipo de flores le gustan a ella?

Miré cada flor y unas realmente azules y muy bonitas llamaron mi atención, más porque me recordaron el color de sus ojos. Espero que las flores sean de su agrado.

Llegué a casa a tiempo y fue mamá la que me recibió con una hermosa y gran sonrisa. Dejé un beso en su mejilla y le entregué su ramo de girasoles.

—Gracias, mi amor —no hay nada más hermoso en esta vida que ver la sonrisa de tu madre—. Están preciosos.

—¿Noa y su abuelo ya llegaron?

—Sí, no hace mucho llegaron —miró el ramo de flores azules y sonrió, más no dijo nada—. Entra, te estábamos esperando para servir la cena.

Sé que papá tuvo que haberle contado sobre la visita que le hice a Agatha hace unas horas, pero también sé que no va a mencionar nada hasta que yo mismo se lo diga. Y, para ser honesto, no tengo interés de hablar sobre un tema que solo me genera dolor de cabeza y malestar.

Por alguna razón que desconocía, me sentí nervioso en cuanto vi a Noa. Me tranquiliza mucho saber que se encuentra bien y sonriente junto a su abuelo.

—Buenas tardes, Sr. Karim —se levantó a toda prisa del sofá y negué con una sonrisa.

—Dime solo Karim, Noa. No tienes que ser tan formal conmigo. Y, por favor, siéntate.

—Lo siento, es la costumbre —sonrió tímida, desviando la mirada.

—Sr. Julio, buenas tardes. ¿Cómo se encuentra?

El señor de avanzada edad, me estrechó la mano y sonrió ladeado. Ahora que estoy frente a ellos, puedo darme cuenta de quién Noa sacó la sonrisa y ese color tan azul de ojos.

—Muy bien, muchacho. Gracias por preguntar. Las medicinas son un poco fuertes y me hacen dar mucho sueño, pero me he sentido mejor y menos cansado. Ya lo que me pesan son los años.

—Abuelo.

El Sr. Julio soltó una risita mientras Noa negaba con la cabeza, tomando su mano y acariciándola con suavidad.

—La mesa ya está servida —avisó mi madre y se acercó al abuelo de Noa—. Déjame ayudarte, Don Julio.

—Quítame el don, por favor.

Mamá se llevó al señor en medio de risas y Noa y yo nos quedamos a solas en la sala de estar en un silencio que se prolongó por largos segundos. ¿Es cosa mía o el ambiente se siente un poco extraño entre los dos?

—Gracias...

—Son para ti...

Hablamos al tiempo y reímos. Le entregué el ramo de flores y lo recibió sorprendida y sus mejillas calientes. Noa es demasiado tímida y suele avergonzarse con suma facilidad.

Acercó las flores a su nariz, cerrando los ojos y esbozando una sonrisa muy dulce.

Contemplé su rostro con detenimiento y empecé a notar las diferencias con Agatha. Sí, es cierto que tienen ciertos aires, más que todo en el color de sus ojos, pero realmente son muy diferentes la una de la otra. Ahora que miro a Noa y no a Agatha, puedo divisar un camino precioso de pecas que abarca sus mejillas y parte de su nariz. Sus labios son rosas y carnosos y su piel es en extremo blanca. Sus ojos azules tienen un color muy parecido al mar, cristalino y demasiado bello. En ella todavía no hay maldad alguna, y de corazón espero que nunca la alcance, porque perdería su esencia. 

Supongo que, al sentir mi mirada, abrió los ojos y sus mejillas se tiñeron aún más de rojo al darse cuenta de que la estaba mirando con fijeza.

—Son muy bonitas. Gracias, Karim.

—Un ramo de flores no va a compensar lo que te hice pasar.

—No te preocupes —sonrió—. Ya olvidé lo que sucedió.

—No te creo, ni yo puedo sacarme de la cabeza toda esa sangre y...

—¿Por qué no mejor olvidamos eso? Es cierto que fue muy impactante y todavía pensar en esas personas me da escalofríos, pero es mejor borrar de la mente esos sucesos y seguir adelante.

—Gracias por ayudarme, Noa. Aunque te arriegaste, sin ti no hubiera podido quitarme esa venda de los ojos.

—Me alegra haber sido de ayuda. Tú mereces mucho más.

Desvié la mirada y sonreí torpemente. A esta edad y luego de llevar una relación tan tóxica por años, dudo que pueda encontrar a la mujer correcta. Aunque por el momento no necesito atarme a ese sentimiento que doblega de una manera sorprendente.

—Perdona que te cambie el tema, pero me preocupa que pienses mal de mí porque no he ido a trabajar. Me tomé unos días libres y no te pedí ni permiso.

—No hay problema con que te tomes unos días, además, ya no estoy viviendo en esa casa tan grande y que me trae malos recuerdos. 

—Ah, ¿no?

—Compré un apartamento cerca a la empresa y con lo lleno que he estado de trabajo, ni siquiera he podido avisarle a los empleados de la casa, que ya no trabajarán más.

—Eso quiere decir que me quedé sin trabajo...

—No, no. Es decir, nadie se va a quedar sin empleo, solo que ahora harán sus funciones en las diferentes sucursales y en la oficina principal. Ahora vivo en un apartamento reducido y de una sola habitación, por lo que no es mucho el trabajo a realizar allí.

—Chicos, es hora de cenar. Luego hablan de trabajo, ¿de acuerdo? —mi mamá nos interrumpió y la seguimos a la mesa.

La cena fue muy agradable y divertida. El abuelo de Noa es un hombre maravilloso y muy gracioso, tenía muchas historias fabulosas que contar. Noa se veía feliz y tranquila riendo por lo que su abuelo contaba y ella conocía de antemano. Mis padres afinaron con él desde un principio, por lo que no hubo ni un solo instante de la cena donde no la pasaran bien. Reímos, comimos e intercambiamos anécdotas.

Luego de muchos años volví a sentir paz incluso en una simple e improvisada cena. No había tensión en el aire, ni tenía que cuidar lo que iba a decir, ni mucho menos miradas que me advertían que todo lo estaba haciendo mal. Me sentía muy bien, a pesar de que esa mujer por la que daba la vida no estuviera a mi lado. Fueron años sufriendo por su falta de amor, que ahora que nos hemos separado para siempre, ya no duele ni un poco. Esa herida que por tanto tiempo estuvo abierta, cerró y cicatrizó demasiado bien.

En cuanto la cena acabó y la noche hizo su entrada, me ofrecí a llevar a Noa y su abuelo a casa.

—Gracias por traernos —Noa me agradeció una vez que llegamos a su casa.

—No hay de qué.

La ayudé a llevar a su abuelo al interior de su casa y ella se encargó de acostarlo, puesto que manifestó sentirse cansado y con sueño.

—¿Te gustaría tomar un café? —me preguntó, dejando el ramo de flores que le había dado en un jarrón.

—No, gracias. Ya debo irme, además de que tú también debes estar cansada.

—No quiero ser imprudente ni nada de eso, Sr. Karim. Pero me gustaría saber cuándo volveré a trabajar. Ya sabe, necesito el trabajo para seguir pagando el tratamiento de mi abuelo.

—Volvemos a la formalidad, ¿eh?

—Es mi jefe y me siento rara llamándolo como si fuéramos amigos —sus mejillas se tiñen de rojo con suma facilidad.

—No me veas como tu jefe, sino como un amigo más. En cuanto al trabajo y para que estés más tranquila, te espero mañana en la empresa. ¿De acuerdo?

—Ahí estaré, Sr. Karim. Digo, Karim —soltó una risita nerviosa y reí.

—Te deseo una buena noche, Noa.

—Buenas noches, Karim —sonrió y, por alguna razón, su sonrisa me pareció muy tierna.

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