•Capítulo 23•

3.3K 331 25
                                    

Mientras esperaba que Karim llegara, me miré una vez más en el espejo. El vestido azul cielo que escogí me quedó a la perfección, es bonito y sencillo. Mi cabello peinado hacia un lado y mi rostro con una leve capa de maquillaje asegura lo que me esforcé por verme bien. ¿Por qué decidí acicalarme tanto si nunca lo hago? Es una cena común y corriente la que vamos a tener, no es como que sea una cita.

Dos toques suaves en la puerta hicieron que mi corazón se saltara un latido. Solté todo el aire de golpe y le abrí la puerta, quedando sorprendida por lo atractivo que se veía vestido de manera tan casual. La camisa blanca de lino ajustada a su cuerpo, hacía ver sus brazos y su pecho más grandes y anchos de lo usual. Los primeros dos botones de su camisa están sueltos, por lo que podía ver una cadena de oro reposar en su pecho. No pensé que tuviera tatuajes, pero esa víbora enrrollada en su brazo izquierdo es muy bonita.

Lo veo todos los días y sabía que era muy atractivo, pero ahora es que me fijo mejor en toda su presencia. Sus ojos, sus facciones masculinas, sus labios, su piel ligeramente bronceada, su pecho, sus brazos. Este hombre es bello desde la primera hebra de su cabello desenfadado hasta la punta de sus pies. Es imposible no admirarlo, si roba miradas y suspiros inconscientes.

—¿Estás lista? —su voz me sacó de mis pensamientos y asentí nerviosa, cayendo en cuenta de que había sido muy evidente—. Perfecto. ¿Vamos? —me extendió su brazo junto a una sonrisa muy bonita y mi corazón se agitó el doble en mi pecho.

—Vamos... —entrelacé nuestros brazos, con una taquicardia terrible y propensa a padecer de un infarto.

***

Pensé que la cena sería en el restaurante del hotel, pero no fue así. Karim me trajo a un restaurante demasiado bonito y costoso, el cual me dijo que era su favorito y era costumbre venir cuando estaba en la ciudad.

Parecía que ya había hecho reservación, porque nos guiaron a un reservado con una vista increíble de la playa.

Como no entendía nada de lo que ponía en la carta, dejé que él pidiera por mí.

—Definitivamente, tan pronto regresemos, me haré un curso de portugués.

—Si quieres puedo ayudarte con eso. Soy muy bueno enseñando.

—No hace falta. Tú tienes tus propias ocupaciones y un curso de esos come tiempo.

—Puedo hacerlo los fines de semana y cuando estemos libres de trabajo —sonrió—. No tengo problema con enseñarte. Es más, practiquemos un par de palabras ahora.

Me habló despacio y mis ojos no podían dejar de mirar sus labios y su forma de moverse. Recuerdo esa vez que estuvo muy cerca de mí y toda esa locura de pretender enamorarlo. Si las cosas hubieran sido diferentes, ¿entre nosotros hubiera pasado algo? Para fingir que yo le interesaba, no sucedió nada relevante entre nosotros. Ni siquiera nos dimos un abrazo o un beso.

«¿Qué diablos hago pensando en eso?». Será mejor que deje de pensar en lo que no fue y me centre en lo mío.

—Ahora es tu turno.

—No te entendí bien. ¿Podrías repetirlo?

Volvió a decirme lo que debía repetirle y tuve que apartar la mirada de su boca porque no me dejaba concentrar en sus palabras. En cuanto terminó, traté de decirlo tal cual lo hizo él, pero fracasé en el intento, haciéndolo reír.

—Es más difícil de lo que parece —reí a la par.

—Es cuestión de aprendizaje. Si aceptas que sea tu profesor, lo harás perfectamente.

Reímos ante su fingida arrogancia y dos meseras se acercaron con nuestras órdenes.

—Está bien. Acepto que sea mi profesor de portugués —le dije una vez que nos quedamos solos y sonrió.

—Encantado de guiarla, Srta.  Michel.

—Gracias por tomarse el tiempo para enseñarme, Mr. Leroy.

Bromeamos un poco más y hablamos de cosas triviales mientras comíamos. Nunca había probado comida de mar y se me hizo tan deliciosa. Todo lo que Karim ponía en mi plato, lo devoraba como si fuera mi primera comida de la vida y el mundo se fuese a acabar.

La cena fue mejor de lo que esperaba, comimos y nos divertimos mucho hablando de una cosa y otra. Incluso sentí que esa amistad que nombró entre los dos hace un tiempo es real y se fortaleció con esta cena. Pero el problema está en mí, en que lo veo a los ojos y mi corazón se alborota, en que escucho su risa y no puedo dejar de mirar su felicidad, en que cada parte de mi ser vibra cuando se me queda mirando tan fijamente o me sonríe. Jamás había sentido esto con nadie, ni siquiera con ese niño que me gustaba tanto en la escuela.

Es imposible que él me guste. No puedo confundir la amabilidad con un gusto, porque no tiene cabida.

—¿Antes de ir al hotel, te gustaría beber algo?

—¿Beber qué?

Sonrió ladeado.

—Una caipiriña. Es un cóctel, muy rico por cierto.

—Nunca he bebido.

—Solo será un cóctel. Diría Alexandre que para matar el antojo.

—De acuerdo.

Del restaurante fuimos a un bar cercano y Karim me pidió el cóctel con nombre extraño que me había dicho antes y para sí pidió un whisky doble. Me sentía fuera de ambiente en aquel lugar, pero debía confesar que la música era pegajosa y divertida. No entendía por qué se nos acercaban tantos hombres y Karim parecía responderles lo mismo a todos.

El cóctel estaba muy rico. Sabía a naranja y también un poco amargo. No me estuvo mal, pero no era lo mío, así que decidí beber un cóctel más sin alcohol mientras Karim seguía bebiendo su whisky.

—¿Quieres bailar?

—No sé bailar —miré a las parejas en la pista—. Haría el ridículo.

—¿Qué dices? —rio—. Yo tampoco sé bailar, así que haríamos el ridículo los dos.

Acepté ya que me insistió tanto y, en lugar de sentirme avergonzada, me sentía en una nube. Percibía no solo la calidez de su cuerpo, sino la de su aliento en mi cuello y que me provocaba escalofríos. No tenía ni la menor idea de lo que estábamos bailando, aun así, traté de seguir sus movimientos con él guiando mis caderas.

—Quiero pedirte una vez más perdón —susurró en mi oído y fruncí el ceño sin comprender sus palabras.

—¿Por qué me pides perdón?

Se separó de mi cuerpo y me hizo caminar hasta la barra, donde pidió un trago y se lo bebió de golpe seguido de otros dos más. ¿Qué le sucede? ¿Por qué está tan ansioso? Nunca lo había visto beber así. Aunque en su oficina tiene un bar repleto de botellas de whisky y vino, no suele tomarse más de una copa de vez en cuando.

—Soy un idiota —lo oí decir, apretando mi mano en la suya—. Dame otro trago doble, por favor.

—Oye, ¿qué sucede? —lo hice mirarme y suspiró profundamente—. ¿Qué pasa? ¿Estás bien? Mejor vayamos al hotel. No creo que beber sea una solución.

—No lo es, pero necesito un trago —se lo bebió y pagó por ellos—. Bueno, la verdad es que necesito muchos.

No entendía lo que le sucedía. Todo estaba bien y de un momento a otro empezó a actuar raro. ¿Será que todavía piensa en esa loca? Puede que por ella esté así tan achicopalado y pensativo.

Cautivo[✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora