•POV LIZ I•

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He intentado olvidar lo que pasó hace tres años y siento que lo hice  cuando quemé los recuerdos, pero es cuestión de que vuelva a verlo para que estos vuelvan a arder de las cenizas como el ave fénix. No tolero tenerlo de frente y recordar que fui una tonta y su maldito juguete.

Mi ingenuidad me llevó a cometer el peor error de toda mi vida. Nunca me voy a perdonar el hecho de haberle entregado lo más preciado para mí a él, sobre todo, de enamorarme de un sinvergüenza y descarado como Alexandre Moura.

Hace tres años era demasiado tonta como para pensar en la maldad. Me dejé calentar el oído con sus dulces palabras hasta que caí en su juego. Lo peor vino después, cuando noches enteras de decirme que era la mujer más linda que una vez conoció y ha tenido el placer de recorrer, me dejó en claro que solo podíamos ser amantes clandestinos o simples amigos, como si mis sentimientos le hubieran válido tres hectáreas de mierda. Es estúpido pensar que en cuestión de días me enamoré de ese miserable, pero culpo a la tonta e ingenua Liz de veinte años, porque no conocía nada del amor y del sexo.

Hace seis meses no lo veía y estaba mucho mejor porque ya no recordaba. Vivía tranquila sin tener que pensar que me lo iba a encontrar en cualquier momento en la empresa porque incluso no es de este país. No sé a qué ha venido, pero deseo que se largue por donde mismo vino y nunca más regrese. Tenerlo frente a frente me recuerda a la tonta que él se encargó de matar y enterrar bajo tierra.

Ni siquiera he podido darme una oportunidad en el amor por el miedo de volver a ser usada y salir herida. Hay hombres que valen la pena, son buenos y dan lo mejor de sí —como mi jefe, que es un amor de hombre y lo que cualquier mujer desearía tener—, pero yo estoy ligada a los casanovas y al maldito que solo busca abrirte las piernas. Es como si ese imbécil me hubiera echado la sal luego de pasar por mi vida.

«Ya deja de comerte la cabeza con ese imbécil mecha corta y feo», me reprendí a mí misma, revolviendo de mala gana mis huevos con salchicha.

El timbre de mi apartamento sonó y suspiré con hastío. ¿Quién mierda viene a esta hora a hacer visitas?

Apagué la estufa y me acerqué a la puerta para ver de quién se trataba, pero la sorpresa fue grande al ver a ese sexi brasileño frente a mi puerta. ¿Y este qué diablos hace aquí?

—Sé que estás ahí. Abre la puerta.

—Está equivocado, aquí no se reciben a los mecha corta.

Lo vi sonreír de lado por la mirilla y mi corazón se aceleró.

«Mala tuya, corazón, si vuelves a caer en los embustes de ese malnacido», le advertí, pero el desgraciado solo incrementaba su palpitar en mi pecho.

—Ábreme, Liz.

Mi piel se puso chinita al oír mi nombre salir de sus labios. Su acento me cautivó desde el primer momento. El condenado sabe usar sus encantos y no siente ni un poco de vergüenza por ello.

Suspiré y le abrí la puerta, más no lo dejé entrar a mi espacio. Una cosa es encontrarme con él por los pasillos de la empresa y discutir, pero otra muy diferente es estar a solas con él.

—¿Qué quieres, mecha corta? ¿Tu mamá no te dijo que venir sin avisar era de mala educación o es que se te perdió algo por estos lares? —la sola idea me puso de mal humor y más enojada de lo que me encontraba—. Ya sé a lo que vienes, pero déjame decirte que pierdes tu tiempo. Vete por donde mismo viniste, imbécil.

—Mujer, ¿por qué tanta agresividad? Además, ¿tú qué sabes a qué he venido a verte?

—Lárgate de mi apartamento, Alexandre. No estoy de humor para soportar tu fea cara ahora mismo.

Cautivo[✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora