Capítulo 2

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Atenea

Entro a mi oficina hecha una furia tras mi reunión con el comandante. Nada salió como quería, y, si antes creía que estar cerca de Black sería muy tentador ahora mismo me retracto. Es toda una pesadilla. El muy imbécil ha tenido el descaro de negarme mis putas vacaciones sin siquiera revisar el informe que redacté porque, según sus propias palabras, no necesito más descanso del que tuve siendo la muñequita del narco mexicano y juro que he tenido que hacer acopio de un autocontrol impropio de mí para no meterle un tiro en ese instante. Para colmo, me ha asignado una pila enorme de trabajo administrativo correspondiente a cualquier tropa menos la mía y ese tipo de trabajo no es para un agente como yo pero donde manda comandante no gobierna capitán asi que no puedo quejarme, a menos que lo haga ante el ministro y esa no es una opción.

―Martínez, ¿está bien? ―Pregunta alguien trayendome de regreso a la realidad y abro los ojos enfocando al coronel Miller con su traje de combate de pie frente a la puerta de mi oficina con pinta de llevar rato ahí lo que me pone de pie en una fracción de segundo.

«Regla número 1: Nunca permanezcas sentada ante tu superior.»

Adopto la típica pose militar de saludo y dirijo mi mirada a sus ojos verdes como lo indica el protocolo medio avergonzada por estar tanto tiempo ensimismada que no me percate de su entrada a mi sitio de trabajo.

―Disculpe, mi coronel. Estaba distraída ―digo sin pensar arrepintiendome al verlo arrugar el ceño. ―¿Necesita algo? ―Pregunto intentando arreglarlo y en menos de nada lo tengo a centímetros de mí.

―¿Desde cuando pide disculpas por algo, Atenea? ―Cuestiona con esa voz ronca que me prende lo que me hace sonreir con malicia.

―Nunca es mal momento para cambiar y ser mejor persona o ¿cree que no pueda serlo, coronel?

―No ponga palabras en mi boca que no he dicho, capitana. Ambos sabemos que puede ser cualquier cosa que se proponga solo que el papel de buena persona no le pega tanto como piensan otros ―pronuncia con una mueca sobre mis labios y aunque quisiera negarlo no tiene caso hacerlo asi que me limito a sonreír de medio lado como respuesta y evadir el tema lanzándome a por sus labios.

Lo beso con fiereza complacida de saber que sigo teniendo el mismo efecto en él, hecho que compruebo cuando responde gustoso a mi ataque obligándome a enredar las piernas en su cadera para empotrarme contra la pared sin ningún tipo de delicadeza mientras la ropa va desapareciendo hasta ambos quedar semidesnudos de cintura para arriba, ansiosos por más.

Sus manos se cuelan en mi falda apretando mis glúteos a su antojo y sin dilación aparta mis bragas rozando mi centro antes de introducir el par de dedos que me ponen a ver estrellas en tanto su boca no se separa de la mía acallando los gemidos que amenazan con salir cuando las sensaciones me abruman por lo que aprieto más mis piernas alrededor suyo sintiendo su dureza que me hace querer mas de él y como puedo separo mis labios de los suyos para dar la orden en alemán que desata su lado perverso. Ese que me hace jadear como perra en celo mientras me coge como ansiaba contra la pared de mi oficina y aunque sé que está mal lo que hago el placer que siento lo vale.

Cada roce, cada beso y cada embestida me acerca mas al climax que llega arrasando con todo, enviándome a una espiral que manda mi buen juicio a la mierda y me digo a mí  misma que no importa lo que antes pensaba, que está bien lo que pasó porque despues de todo él es la persona con la que quería hacer mi vida hace un año.

―Te extrañé, amor ―susurra contra mi cuello luego de alcanzar su liberación para con delicadeza salir de mi interior y; volviendo a ser el Dominic de siempre, quitarse el preservativo, anudarlo, y dejarlo en la papelera.

―Yo también ―respondo sin mentir mirándolo a los ojos porque aunque no sea igual que antes me hizo falta muchas veces en México.

―Me alegra que lo digas ―sonrie haciéndome sentir culpable por muchas cosas sin proponérselo por lo que solo le dedico una mirada como respuesta.

«Si supieras… »

Sacudo la cabeza para deshacerme de pensamientos que no me ayudan nada ahora mismo y al ver mi sostén en medio del suelo de mi oficina no puedo evitar reír provocando que Dom me vea interrogante.

―Menuda bienvenida me has dado, ¿no te parece? ―Hablo y me lleva hacia su ejercitado pecho donde recuesto la cabeza sintiendo los latidos de su corazón.

―Te la merecías, amor. Estoy seguro que extrañaste mis besos y pensabas en mí cuando estabas con el. No hay que ser adivino para darse cuenta.

Permanezco callada sin saber que responder. Mexico es muy reciente y Dominic no merece que lo lastime con verdades que ni yo misma quiero aceptar. Antes de decirle nada necesito pensar porque no quiero hacer otra cosa de la que me arrepentiría. Es eso lo que me lleva a darle un casto beso en los labios y girarme a recoger del suelo y ponerme mi sostén y camisa azul dispuesta a seguir con mis tareas mientras el hace lo suyo.

―Tengo que volver al trabajo Dom ―aviso tratando de que no suene a que lo estoy botando y asiente en respuesta antes de encaminarse a la puerta.

―¿Estamos bien? ―Interroga deteniendose a medio camino.

―¿Por que habriamos de estar mal? ―Contesto en su lugar convenciendome que es lo mejor.

―Solo queria estar seguro.

―Vale. Que tengas buen dia.

―Tu igual ―dice y se gira continuando su camino aunque al abrir la puerta se devuelve y sorprendiendome me besa con ternura a lo cual respondo dejándome llevar. Entonces se separa y deposita un beso en mi frente para definitivamente salir de mi oficina dejándome descolocada y con muchas dudas.

«Que facil seria mi vida si…» el sonido del teléfono sobre mi escritorio me impide continuar divagando y tomo la llamada sin muchas ganas.

―Capitana Martínez, ordene.

―La quiero en mi oficina en diez minutos ―pronuncian del otro lado y maldigo a mi suerte mil veces.

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