Capítulo 50

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Atenea

Enamorarme de Maximilian nunca estuvo en mis planes. Formar una familia junto a él era impensable tiempo atrás. Sin embargo, hoy estoy agradecida con el caprichoso destino por haber puesto en mi camino a ese maldito animal con cuerpo de hombre, ojos de hechicero y alma de Satán que con sus trucos de lobo embaucador consiguió lo que otros no pudieron lograr. Supo conquistar mi cuerpo, colarse en mis pensamientos y enamorar mi alma de tal manera que estar a su lado amenaza con tornarse una necesidad para mí.

Incluso me da miedo todo lo que sería capaz de hacer con tal de tenerle siempre a mi lado aunque eso parezca algo ilógico teniendo en cuenta todas las cosas inmorales e incorrectas que a lo largo de la última década de mi vida he hecho. Quizá en eso tenga mucho que ver que ahora lo que me mueve es el amor en lugar de la venganza, el dinero o el poder como pasó en ocasiones anteriores.

―¿Qué haces? ―Escucho que pregunta ese que de mi cabeza no quiere salir.

Le doy un vistazo fugaz por encima del hombro derecho y devuelvo la vista al frente para seguir contemplando a Amelie y Patrick turnándose para mecer a Artemisa en el columpio del patio a pesar de que ya está a punto de anochecer.

―Pensar ―respondo sin entrar en detalles.

―¿Matías sigue dormido? ―Cuestiono cambiando de tema cuando sus manos rodean mi cintura.

―A eso precisamente es que venía ―responde con su barbilla sobre mi cabeza. ―Esa cosa sigue dormida. Si sigue así no me extrañaría en lo más mínimo que nos vuelva a dejar sin dormir esta noche también. Y yo quiero dormir, ¿sabes? Mi cerebro necesita un buen descanso después de tanto esfuerzo ―se queja sacándome una sonrisa.

―Es un bebé que aún ni siquiera tiene seis meses, Maximilian. Lo normal a esa edad es pasar más tiempo dormido que despierto pero, no te preocupes, esta noche me haré cargo solo yo de cuidar a Matías para que tu descanso no se vea interrumpido. A fin de cuentas es mi hijo ―contesto corriendo las cortinas de la ventana a través de la cual observaba a mi hermana.

Me deshago de su agarre y voy directamente al escritorio del despacho a coger los papeles que necesito para poder regresar a Alemania. Guardo los relacionados con Artemisa y Matías en una carpeta azul y los documentos clasificados de la operación Matarratas en una negra para no confundirlos mañana cuando los necesite.

―¿Para qué recoges todo eso? ―Indaga el comandante arrebatándome las carpetas para ver su contenido.

―Para poder regresar a Berlín, Maximilian. No puedo salir del país antes de entregar en el distrito federal todo lo relacionado con la operación realizada hace un par de días y mucho menos puedo llevarme a mi hermana o a Matías sin los permisos pertinentes ―explico mientras los examina.

―Creí que Artemisa se iba a quedar aquí con sus padres ―replica mirándome confundido.

―Pues no. Resulta ser que Hela ha dejado en notaría un documento donde Vicente y ella me ceden la tutela de Artemisa por un período indefinido. Incluso pidió que me fuera entregada una memoria USB cuyo contenido desconozco y una carta donde decía que cuando viera lo que hay ahí grabado entenderé sus razones para mucho de lo que hizo. Sin embargo, no pienso ver nada porque a ella me es imposible creerle. Y sé que si decidió dejarme a la niña es por algo que poco o nada tiene que ver con arrepentimiento o amor maternal. Solo me falta descubrir qué es ―expongo y, mientras lo hago, su mirada se torna más oscura de lo que normalmente es.

Me entrega las carpetas sin pronunciar palabra, saca su móvil y escribe algo en él. Segundos después suena su tono de notificación e intuyo por su expresión que la respuesta que le dieron a lo que sea que haya preguntado no le agradó en lo más mínimo.

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