Capítulo 5

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Maximilian

Esta ha sido probablemente la semana más estresante de toda mi vida.

El comando ha estado movilizado totalmente por la presencia de la viceministra Turner en las instalaciones desde el lunes. No ha parado de dar órdenes en busca de todo lo que pueda usarse en el juicio contra el narcotraficante mexicano capturado hace un par de semanas por agentes de la organización. Entre ellos la capitana de ojos grises que no ha parado de joderme desde que llegó, aún sin estar aquí en estos momentos. No tengo dudas de eso después de descubrir la conexión que tiene Atenea con el alto mando.

Una conexión que si bien me hará más difícil conseguir lo que quiero no me sorprende del todo. Era algo que debí haber sospechado desde que supe la influencia que tenía en la central e incluso en el país antes de entrar en el operativo contra Santos pero no le di la importancia que requería, solo asumí que su autoridad aquí se debia a lo buena que es en su trabajo o al hecho de que se tiraba al coronel de la base. Me equivoqué en lo referente a ella y eso es un error que no planeo volver a cometer.

A partir de ahora no puedo permitirme un paso en falso o todo lo que he planeado se irá a la mierda.

El móvil desde una esquina del escritorio suena obligándome a levantarme del sofa, donde estaba tirado hace media hora intentando sin éxito despejar de mi mente todo aquello que me estorba, y al ver quién llama suelto un resoplido.

―¿Qué quieres ahora?

―¿Ni siquiera vas a saludar, Max? No te cuesta nada decir: hola, amor, ¿cómo te encuentras? ―Bufo ante lo que dice la persona al otro lado de la línea arrepintiendome de no haber bloqueado su numero ya.

―Al grano Alyssa ―espeto con fastidio harto del drama que arma todo el tiempo por estupideces.

―Mis padres quieren que cenemos todos en el Lorenz Adlon Esszimmer esta noche a las ocho.

―Ve tú que yo no tengo tiempo para esas idioteces. Samantha nos tiene a todos ocupados.

―Es sábado, amor ―el apelativo me hace rodar los ojos y respiro profundamente para no decir algo que después me traiga problemas con su padre. ―Además he llamado a Sami para que te diera permiso de salir temprano hoy ―continua y no me contengo.

―¿Quién rayos te ha hecho creer que podías interferir en mi trabajo? Soy yo quién decide qué hago y hasta cuándo, maldita sea ―grito furioso con ella y conmigo que cometí la estupidez de meterme con ella pero de momento no es algo que vaya a solucionar porque me conviene usar las influencias de su padre para llegar a donde me propongo.

―Sabes bien porqué puedo hacerlo, amor. ¿Olvidas quién es mi padre? ―Interroga y puedo imaginarla enarcando una ceja sintiéndose segura de lo que impide que me separe.

¿Cómo olvidar a la ficha clave de mi tablero? Después de todo el motivo por el que sigo atado a ella es mi suegro, porque sé que si abandono a la que es mi esposa no me apoyará cuando llegue el momento de mostrar mis cartas.

―Ok, mujer. Tú ganas. Confirmales mi asistencia ―acepto y le cuelgo diciéndome que es lo mejor por muy poco que me gusten casi todos en esa familia.

Aunque sea un total hijo de perra, mi suegro es de admirar. Es un hombre de armas tomar que tiene todo por mérito propio, no como la ambiciosa de su mujer o su hija. Esta última parece que no rompe un plato pero es una zorra que en cuanto vió la oportunidad de acceder a mi fortuna hizo todo a su alcance para asegurarse que sería suya aunque por decisión del destino no se le dió y me alegro por ello.

Para evitar eventos como el anterior bloqueo de una vez su contacto enviándole antes un mensaje diciendo que no iré a recogerla porque tardaré en salir de la oficina.

«Que se las arregle.»

Paso el resto del día ocupándome de mis asuntos, coordinando a los soldados en sus tareas asignadas por la viceministra, haciendo hablar como sea a todo el que sepa algo sobre el narco que lo vincule en actividades delictivas en suelo alemán. La viceministra no lo quiere soltar, el ministro tampoco y yo lo quiero joder por ser de una mafia con negocios con los sicilianos, y por ende con Rinaldi.

Cae la tarde y mi celular suena a las siete recordándome la dichosa cena. En medio de gruñidos de fastidio me pongo mi chaqueta y recojo mis pertenencias para bajar directamente al estacionamiento donde mi Ducati Superleggera V4 negra destaca.

Prendo la moto que enciende el motor con el ronroneo que tanto me gusta y acelero largandome del lugar. Paso de largo a los soldados de la Alfa001 que custodian la base, saltándome los controles como siempre, y me enrumbo hacia la ciudad llegando al lugar donde vivo quince minutos más tarde.

Dejo la Ducati en una de mis plazas del parqueo y camino al ascensor que me conduce directamente a mi departamento, uno de los tantos privilegios que me da el ser dueño de la fábrica de armas mas grande de Europa que heredé de mi familia hace un par de años cuando mi padre se retiró del negocio y, aunque no pueda estar presente como el CEO que soy tengo a la mejor persona ocupándose de todo por mí.

Sin reparar mucho en mi alrededor voy a mi habitación donde me ducho para media hora después salir vestido como el lugar que escogió Mila para cenar lo requiere.

Decido conducir el Audi R8 Spyder negro y me encamino al hotel Adlon Kempinski Berlin donde se encuentra el famoso restaurante con cuatro punto seis estrellas Michelin tardando casi veinte minutos en llegar a causa del tráfico. Le entrego las llaves de mi auto al valet parking y me adentro en el hotel tropezando en el trayecto con una morena enfundada en un escotado vestido azul que miraba una de las lámparas colgantes del lobby como si eso fuera lo más interesante del mundo.

―Ten más cuidado por donde caminas, animal ―espeta y ni me molesto en responderle. Sigo mi camino llegando a las ocho y treinta y cinco a la mesa donde el maître me conduce tras decir el nombre de quien sé hizo la reservación pues a nadie más se la darían con tan poco tiempo de antelación.

«Todas las pirañas han venido» pienso al ver a mi suegra y esposa acompañadas de las sobrinas de la primera junto a sus padres, los cuales son un par de gusanos que viven de lo que les da Mila. Por supuesto no podía faltar mi suegro, artífice de esta cena que pretende ser familiar.

―Buenas noches, señores. Perdonen el retraso ―hablo y todos voltean a verme.

Alyssa se levanta de su silla y camina hacia mí sonriendo como la arpía mojigata que es.

―Buenas noches, esposo. Me alegro de que hayas venido, estamos esperando por ti hace buen rato ―expone y se lanza a besarme. No la detengo por estar donde estamos así que simplemente me dejo llevar y pongo una mano en su cintura mientras los demás se levantan a saludar.

―Me alegra que aceptaras la invitación Maximilian ―dice el padre de mi esposa dándome un apretón de manos y sorpresivamente me abraza haciendo a un lado a su hija. ―Lamento lo del otro día pero tuve mis motivos. Pronto los conocerás ―susurra haciendo que frunza el ceño y lo mire confundido cuando se separa.

―No es necesario… ―comienzo a decir pero soy interrumpido por una voz.

―Buenas noches a todos. Espero no haber llegado tarde a la fiesta ―todos nos volteamos al escucharla y se desata el caos.

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