Capítulo 4

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Atenea

De haber sabido antes sobre los aires de dictador de Maximilian hubiera jugado la baza del ministro desde el primer momento y me habría evitado tanto lío pero lo subestimé. No creí que se dedicara a preguntar por ahí sobre mí y mucho menos pensé que quién dice ser mi mejor amiga se lo contara. Debí suponerlo, ahora son marido y mujer, aunque erróneamente creí que quince años de conocerme serían motivo suficiente para que no dijera cosas de las cuales ni ella misma sabe el porqué. Sin embargo, como dicen en mi país, lo que sucede conviene y después de todo lo importante es que puedo largarme a las Cayman como quería.

Después de haber salido de la oficina principal voy directo a un ascensor de los tres que hay y presiono el boto que me llevará al primer piso. Una vez se cierran las puertas y comienza a descender, le marco a Sofía, una venezolana treintañera con la que comparto el penthouse desde que me mudé a Berlín y que conoce absolutamente todo sobre mí.

―Hasta que apareces, chama. Un año por quién sabe donde y ni te dignas a saludar cuando llegas. Eso no se hace, cabrona ―es lo que dice al contestar sacándome una sonrisa.

―Primero que nada, hola, y lo siento ¿ok? No te pongas así. Tenía que llegar al comando temprano asi que solo fui a la casa para ducharme y dejar las cosas ―me justifico porque es capaz de ponerme a cocinar por un mes si no le doy una explicación y ni me gusta ni sé cocinar.

―Bien. Te libraste por ahora ―acepta y suspiro aliviada. ―Pero no creo que hayas llamado solo para saludar asi que dime, ¿qué quieres?

―Bueno en realidad no quiero nada…

―Aja y yo soy la reina de España. Termina de decirlo, mensa.

―Ok ok. ¿Qué tal te parecería un viaje al Caribe? Me han dado vacaciones y… ―pega un grito que me interrumpe a mitad de frase y antes de que hable sé su respuesta. ―Haz las maletas, en un par de horas nos vamos.

―A sus órdenes mi capitana ―responde y cuelgo entusiasmada en el mismo momento en que se detiene la caja de metal a mitad del descenso.

No me fijo en quién entra al elevador, me limito a permanecer en una esquina. Lo que menos quiero es hablar con gente del comando. Ya tendré tiempo para eso cuando regrese. Suficiente estrés tuve ya lidiando con el señor que se cree dictador, sin saber que aquí la que manda soy yo. Aunque después de lo que ha pasado hace unos minutos espero que sea más... ¿dócil? Porque si cree que va a venir a joder mis planes está muy equivocado.

Voy directo al parqueo donde deje mi Jaguar F-Type, ensamblado en Reino Unido por los mejores especialmente para mí, y con el mando a distancia desbloqueo las puertas. Me subo y sonrío al escuchar el típico ronroneo del motor tras girar la llave de contacto.

Avanzo sin detenerme, pasando de largo el portón de seguridad donde acelero hasta los 150 km/h en menos de 7 segundos, siendo consciente de que los soldados que se encargan de este anillo de seguridad son mis subordinados al igual que los del siguiente y el que está despues de ese porque desde que me ubicaron en la sede esa ha sido una de mis tareas. Por ende controlo quién entra y quién sale así que mi tropa y yo siempre hemos tenido el privilegio de no someternos a los controles, claro está que tambien debido a eso debo tener un estricto control sobre mis soldados no sea que vaya a podrirse alguna manzana y se pongan feas las cosas.

Luego de una hora detras del volante arribo al centro de Berlin y zigzagueo en las calles hasta ver mi edificio situado en el extremo sur del Tiergarten. Me adentro en el parking subterráneo, bajo la ventanilla de mi lado para poner mi mano izquierda en el lector y al oír el chasquido que abre la puerta a mi sector prosigo mi camino. Detengo el auto en una de mis ocho plazas, justo entre el Bugatti Veyron rojo que mandé a traer de mi tiempo con Luis y la MV Augusta Brutale 1000 serie oro que me regaló mi padre por el último cumpleaños antes de ir a México, quedándome ahí por un par de minutos admirando a mis bellezas antes de ir a lo mío.

Subo al penthouse en el elevador privado que se detiene en el ático y cuando se abren las puertas no me sorprende ver a Christopher. Era algo que sabía sucedería desde que le hablé del inconveniente con su comandante.

No me molesto en saludar, simplemente sigo de largo hasta sentarme en un sofá. Me deshago de mis zapatos y masajeo mi cabeza sintiendo su presencia cercana a la mía. Lo miro de reojo notando que se ha dejado crecer la barba desde la ultima vez que lo ví y eso solo quiere decir una cosa… hay problemas.

―¿Qué pasa? ―Pregunto haciendo que sus ojos grises se enfoquen en los míos y lo que veo en ellos me confirma que algo sucede aunque tarda en responder.

―No te lo quería decir pero el narco quiere la extradición a México.

―Eso era de suponerse. Sin embargo no creo que llegue a nada. Solo un estúpido lo consideraría ―espeto convencida.

―Un estúpido o un vendido ―replica encendiendo mis alarmas... una vez más en el día.

―Eso no puede pasar Christopher ―niego con la cabeza sintiendo un cúmulo de emociones agruparse en mi pecho, y ninguna buena. ―Si Luis se sale con la suya y regresa a México… yo…

No termino la oración por temor a que se haga realidad y segundos más tarde tengo la cara enterrada en el pecho del ministro mientras sus manos obran la magia tranquilizante en mi cabello. Poco a poco el pánico va remitiendo con el pasar de los minutos y soy capaz de pensar con claridad, motivo por el que aparto mi rostro de su cuerpo y fijo mi mirada en la suya esperando a que la respuesta ante la pregunta que tengo en mente no sea la que creo.

―¿Por qué solicita la extradición si sabe que Hela lo querría también? Tiene más delitos en América que aquí en Europa según sé. Sería lógico que eligiera quedarse donde menos años le darían, ¿no?

―Ella no está interesada en él. Está detrás de peces mas grandes ―responde provocando que me levante iracunda.

―¿Cómo que peces más grandes? ¿Qué más grande que el puto jefe del cartel de Sinaloa quiere? ¿Acaso le vale madres que puedan matar a su jodida hija? Porque eso es lo que va a hacer en cuanto sepa que cayo por mi y eso si no lo sabe ya ―digo con rencor, dolida porque la gran Comandante no se preocupe por mí que soy su única hija. ―Aunque no sé por qué me sorprende si esa señora se largó hace años. Ni siquiera se dirigió a mí con cariño u orgullo cuando estuve con Luis en el distrito federal mexicano, ¿sabes? Simplemente soltó un: buen trabajo, soldado y siguió de largo en su recorrido y aun así me alegré de verla y saber que estaba bien aunque ya veo que no es reciproco ―suelto sin parar las palabras que a pesar de los años me duelen como la mierda y que hacen que un par de lágrimas se deslicen por mis mejillas.

Unos brazos me rodean y me doy la vuelta soltando las lágrimas que he contenido desde que era niña.

Una niña que tuvo que aprender a las malas que jodes o te joden.

Una niña que fue enseñada por su padre a camuflarse entre la gente, a cuidarse a si misma y a matar si lo debía hacer pero sobretodo a no confiar en nadie porque si a ella la tocaban el mundo se iba a poner patas arriba.

A la hija del ministro Christopher Müller se le respeta en cada rincón del mundo.

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