Capítulo 11

2K 211 5
                                    

—Pase. —El doctor abre la puerta de su despacho y me indica que me siente en una de las dos sillas desgastadas que hay frente a su escritorio, cosa que hago, dejando mi bolso encima de mis muslos con recato fingido y mirándole sin mucha sutilidad mientras él se sienta al otro lado, en su deteriorada butaca.

La bata le queda un tanto pequeña en ciertas zonas, con esos hombros tan anchos suyos, y a mí me están entrando calores solo de mirarlo.

Dios, qué guapo es. Y, por todos esos diplomas que cuelgan de las paredes, casi ocupándolas de suelo a techo, también es muy inteligente.

Dos en uno y uno entre un millón. Este hombre es único.

En fin, hora de sacar mis dotes dramáticas del armario y, ya de paso, coquetear un poco con él para tantear terreno, porque es demasiado guapo como para que no pruebe mis nuevas dotes de flirteo descarado, aunque sea solo un poco y mientras no se interpongan en mi objetivo principal.

—Perdone que le haya abordado de esa forma, doctor, pero es que estoy muy preocupada por mi hijo. Mi precioso Julio —digo, sorbiendo un poco los mocos y sin tener que fingir la humedad de mis ojos, porque realmente me angustia bastante la situación.

Él frunce el ceño y apoya las manos con los dedos cruzados sobre el escritorio. Tiene unas ojeras terribles, como si no hubiera dormido nada durante días, pero no le restan apostura alguna. No creo que nada pueda hacer eso.

—Dígame qué le pasa a su hijo —exige, sin detenerse con formalidades sociales—. Y de qué me conoce, ya que estamos, porque no recuerdo haberla visto antes y tengo la sensación de que usted a mí sí.

—Ay, doctor, no sé qué le pasa exactamente a mi Julio, pero creo que es grave. Necesito su ayuda, estoy muy angustiada. —Cosa que es cierta, porque la enfermedad ni se nombra en la serie—. Y le conozco porque una conocida mía me habló maravillosamente bien de usted y de sus méritos como el mejor médico del país.

Él se ruboriza levemente, avergonzado por el cumplido, aunque sea cierto.

¡Ay! Cada vez me gusta más y no hace ni cinco minutos que nos conocemos.

—¿Una conocida? —carraspea.

—Sí —asiento—. Rocío Martínez de Pablo. Es una antigua conocida mía de la escuela a la que considero una amiga.

Él parpadea con sorpresa.

Y tanto que se sorprende, pienso yo, carcajeándome por dentro. Rocío es la futura esposa de su hermano, amiga de su niñez, que se hace amiga de Araceli y le aconseja llevar a Julio a que lo vea Banderas cuando el pequeño cae malito.

Villado la recuerda de haberse cruzado con ella en varias fiestas de la alta sociedad de Capital y de haber ido a la secundaria juntas, aunque no hayan cruzado más que un par de «hola, qué tal» y ya está.

Pero si él le pregunta y ella desmiente mis palabras, sinceramente me importa menos que el valor nutricional de un pepino. Y no me gustan los pepinos.

Si usando el nombre de la mujer que sé que es el amor de su infancia, que se casa con su hermano en vez de con él y por el que anda como alma en pena antes de conocer a la protagonista (y volver a ser un alma en pena cuando ella, invariablemente, acabe con Eric), para que vea y trate a mi Julio, pues bueno es usarlo como un arma, aunque haya sido un impulso ya que no he pensado siquiera en el cómo iba a convencerle de que lo hiciera sin mediación de la protagonista femenina de por medio, que tiene de parte suya el poder del guion y de la trama.

El jodido destino a su favor, hablando en plata.

—Entiendo. Y, ¿cuáles son los síntomas de su hijo? ¿Le ha visto ya uno de mis compañeros o compañeras?

Soy la villana (✔) ✦ COMPLETA ✦Donde viven las historias. Descúbrelo ahora