Capítulo 58

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Una familia con suerte (2011)

-Televisa


Salimos del hotel tan a hurtadillas como podemos, que no es mucho, porque los paparazzi y los curiosos han invadido la carretera y apenas dejan que el pobre conductor avance más allá de un centímetro por segundo.

Es exasperante.

Cuando llegamos a casa de mi madre y mi abuelo, ambos estamos cansados y solo queremos algo de paz y pasar el tiempo en familia.

Mi madre nos recibe en la puerta con los niños. Me bajo del taxi y corro a abrazarlos a todos con fuerza mientras Eric paga al conductor, le da una generosa propina y le agradece el habernos traído de manera discreta hasta aquí y se nos une después en los escalones de la entrada.

—¡Papá! —grita Carlitos entre risas al verlo, escapándose de mi achuchón para lanzarse sobre su padre con los brazos tendidos para que lo alce en el aire como suele hacer.

Eric lo eleva y le hace cosquillas, inclinándose luego para darle un abrazo a Julio y un beso en la mejilla a mi madre, que me mira y alza las cejas con sorpresa pero con gusto por el inesperado gesto de afecto, a los que Eric no es muy dado si no es con sus hijos o, últimamente, conmigo.

—Pasad, el abuelo está en la terraza esperándoos para la merienda —nos señala mi madre, urgiéndonos a entrar en la casa.

Cruzamos el interior en dirección a la terraza de atrás, donde mi abuelo espera a que nos sentemos a la mesa con él, leyendo el periódico.

El abuelo Claudio (don Claudio para los extraños) es un hombre alto y de vientre prominente, con una barba tan blanca como su pelo que lo hace parecer Papá Noel, que es como lo llamaba Julio cuando era pequeño.

Esa creencia dio pie a que Claudio, que a pesar de ser más rico que Creso es un bonachón en el fondo, se vistiera de Papá Noel todas las Navidades para hacer felices a sus bisnietos.

Es un hombre estricto, pero familiar, al que le gusta la buena comida y leer su periódico por las mañanas mientras desayuna o por las tardes si ese día no ha tenido tiempo, y que no está planeando jubilarse a pesar de que ya roza los ochenta ya que es un adicto a su trabajo como CEO de varias empresas en las que es el inversor principal, entre ellas una petrolera y una reciente empresa de energías verdes con la que está muy entusiasmado y que espera que algún día sustituya a la petrolera que posee para proveer al país de energía.

En definitiva, un hombre bonachón pero astuto como el mismísimo demonio. Por ello, tal vez, es por lo que me he mantenido un poco alejada de él estos meses: porque, por muy abuelo mío que sea, intimida bastante.

—Hola, abuelo. —Me inclino a besar su mejilla, dejando mi reticencia a un lado, y él me sonríe.

De pronto pasa de ser el hombre de negocios que mira la sección de economía e inversiones del periódico con ojo crítico a ser simplemente mi abuelo, el que se disfraza todos los años porque adora a sus bisnietos.

—Hola, Emma —saluda él, doblando el periódico y dejándolo sobre un lado de la mesa—. Eric. Hacía tiempo que no estábamos todos juntos. Me hace feliz veros al fin.

—¡Eso digo yo! —dice mamá, sentándose a su lado tras besar su mejilla barbuda e indicándome que me siente al otro lado, con Eric en el otro extremo y los niños a cada lado de nosotros—. Ya era hora de que pasáramos un día juntos. Es que siempre estás tan ocupado, papá, ¿verdad, Emma? —No me da tiempo a responder—. Emma ha estado viniendo muy a menudo últimamente y me encanta que estemos pasando mucho más tiempo juntas con los niños.

—A mí también me encanta, mamá —sonrío al ver su entusiasmo.

Es cierto que antes la veía una vez cada tres semanas, como mucho, y que rara vez traía a los niños conmigo ya que prefería que se quedaran en casa y que los cuidara el personal mientras yo estaba fuera divirtiéndome.

—Eso es maravilloso —dice el abuelo, y su sonrisa se vuelve mucho más cálida cuando me mira—. Siempre he creído que lo tuyo no era el instinto familiar, pero me alegra que hayas decidido pasar más tiempo con tu madre y con tus hijos.

—Gracias, abuelo. —No tengo ni pajolera idea de cómo responder a eso. Ha dejado claro en pocas palabras que es bastante tradicional y que no le gustaba mucho mi conducta anterior, que no es el único en esto último, pero eso del instinto familiar es cosa de cada uno, oye.

Ser una mujer independiente es también algo genial. No todas tenemos por qué ser maternales. A cada una lo suyo y punto.

El personal sale de la puerta de la cocina que da a la terraza y sirve la mesa con todo tipo de frutas, postres, zumos y demás. Parece un banquete. Nunca me acostumbraré a eso de tener cocineros y camareros en casa y de ver tanta comida en una sola mesa.

—Por cierto, Eric —comenta el abuelo, girándose hacia mi marido—, he oído varias cosas que me tienen algo preocupado, aunque ya sabes que no suelo prestar atención a los chismes y que confío plenamente en ti.

Dudo que muchos hubieran percibido que Eric se acaba de tensar como la cuerda de un arco, porque pocos lo conocen desde hace tanto tiempo como yo.

—Si es sobre lo de los rumores de div...

El abuelo hace un ademán impaciente con la mano, cortándole. La mandíbula de Eric se tensa mil veces más que antes.

Uy, esto no me gusta.

—Mejor no discutamos esas cosas en la mesa y con los niños de por medio. Luego hablaré contigo a solas —declara el abuelo.

Uy, uy, uy. Creo que Eric iba a mencionar lo del fiasco del baile benéfico y los rumores de divorcio que Gabriel empezó sin querer cuando yo se lo conté. Y que el abuelo me acaba de dejar de lado en plan «los machos debaten, las mujeres escuchan o esperan».

Pues va a ser que no. A mí nadie me deja de lado cuando la cosa me interesa o cuando se trata de mi vida privada y lo pienso dejar clarito ya mismo.

—Abuelo, son solo rumores. Y, además, Eric no es el único afectado —intervengo con tono firme, para sorpresa de mi abuelo y diversión de mi madre, que ya se lo veía venir y que ahoga la risa bebiendo de su vaso. La antigua Emma no discutía nunca con su abuelo porque él la intimidaba y porque nunca habían estado muy unidos, pero esta Emma no se calla la boca ni por asomo. No me da la gana hacerlo—. Si tienes que hablar con alguien, puedes hacerlo conmigo o con ambos. No solo con él —declaro de manera tajante—. Y ahora, ¡a merendar!

Doy una palmada que hace reír los niños, que se ponen a dar palmadas, imitándome, y empezamos a comer.

Aunque el abuelo tarda un buen rato en hacer ademán de beberse su café con leche, y no deja de mirarme con esos ojos astutos suyos durante toda la tarde.

Aunque el abuelo tarda un buen rato en hacer ademán de beberse su café con leche, y no deja de mirarme con esos ojos astutos suyos durante toda la tarde

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Soy la villana (✔) ✦ COMPLETA ✦Donde viven las historias. Descúbrelo ahora