Capítulo 28

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Dos mujeres, un camino (1993)

-Televisa

Me despierto por la mañana con un dolor de vientre terrible, la vagina sensible y adolorida y con la sensación de que me he hecho pipí encima y me doy un buen susto cuando, tras apartar la sábana ligera con la que me cubro y bajar la vista hacia mi entrepierna, veo una manchita roja en el camisón por la parte delantera... y otra bastante más grande debajo de mí cuando me incorporo que se extiende por todo mi maldito trasero, mis muslos y por la sábana bajera.

Llevo tantos años sin tener la regla que me cuesta un rato darme cuenta, con el cerebro tan adormilado como lo tengo, de qué es lo que me ha ocurrido.

—¡Ay, la hostia! —exclamo de mal humor con un gemido de asco por lo pegajosos que están mis muslos y el maldito dolor palpitante y angustioso de mi bajo vientre y mi sexo—. No te echaba de menos, cabrona —le siseo a la maldita menstruación, a falta de algo con lo que pagar la creciente y frustrante irritación sin sentido que tengo ahora mismo con la vida.

Hoy el día va a ser duro. El malestar es bastante intenso y sé que voy a estar yendo al baño cada diez jodidos minutos todo el día, aunque mañana esté mejor.

O eso espero, porque si no me voy a cabrear con la vida mucho más que ahora.

—Me cago en la... ¡Mierda! —me quejo, maldigo y siseo cuando, al moverme, el bajo vientre me da pinchazos de dolor continuos.

Camino hacia la ducha para limpiarme, a ver si así logro sentirme mejor, con cuidado y con mi mano presionando la zona que más me duele, moviéndola en círculo sobre mi abdomen y soltando gemidos de dolor a cada paso.

Voy a necesitar ibuprofeno, como mínimo. Espero que tengan algo similar en este mundo o me voy a cagar hasta en sus muertos, con y sin perdón.

No me extraña que anoche ya empezara a sentirme mal, pero no había caído en la cuenta de que esto podía pasar porque son muchos años acostumbrada a no tenerla.

Cuando logro estar limpia tras pasarme diez minutos, sin exagerar, sentada en la taza del váter, y darme una buena ducha, larga y con agua caliente, me apresuro a buscar compresas o tampones en los armarios que hay bajo la pila doble del baño, sintiéndome aliviada cuando encuentro una caja sin empezar de estos últimos.

—¡Bingo!

Ponérmelo me resulta más fácil de lo que esperaba tras tanto tiempo sin necesitarlos y, cuando salgo finalmente del baño hacia el vestidor, al menos ya no tengo miedo de que la cascada sangrienta de Satanás, porque solo el peor de los demonios habría inventado algo así, vuelva a hacer de las suyas.

Por desgracia, no encuentro ningún medicamento que me pueda ayudar con el dolor, pero como tengo los recuerdos de Villado sé que ella acudía a algún trabajador de la casa (el primero que se le cruzase por los pasillos) para pedirle algo que lo mitigase. Así que sé lo que tengo que hacer.

Ya vestida con un conjunto de top y pantalón corto a cuadros vichy en amarillo canario y blanco y unas sandalias monísimas que estaban sin estrenar (cómo no iban a estarlo, con esa desvergonzada cantidad de ropa), salgo de la habitación hacia las cocinas.

Son las seis y media de la mañana según mi reloj de pulsera (que he cogido de la zona del vestidor dedicada íntegramente a la colección de joyas), así que el personal de la casa debe de haberse levantado hace nada para ir preparando los desayunos de fin de semana, que se sirven sobre las ocho y media o nueve de la mañana o a veces más tarde.

Encontrar a doña Begoña, llamada así por los demás trabajadores por el respeto que le tienen a la mujer de casi noventa años, que lleva cuidando de la alimentación de los Donovan durante tres generaciones, no me resulta difícil.

Soy la villana (✔) ✦ COMPLETA ✦Donde viven las historias. Descúbrelo ahora