Capítulo 19

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GIF: Carlitos quiere ver películas contigo (Gakuen babysitters).


Los ricos también lloran (1979)

-Televisa

La cena es uno de los eventos más incómodos de mi vida (de ambas vidas, de hecho), y mira que en mi divorcio anterior lo pasé mal y que pensé que nada podría superarlo.

Pues me equivocaba. Los sentimientos que flotan en el aire entre Eric y yo lo superan con creces.

—¿Quieres más brócoli, Julio?

El niño niega con la cabeza. Está cansado y empezando a estar somnoliento tras un día ajetreado para él también, pero se le nota que no quiere irse a la cama. Está demasiado excitado por algo que no sucede a menudo (ni siquiera una vez al mes, últimamente): tener a sus dos padres junto a él y, además, que estos se hablen de manera civilizada y sin teatros exagerados por parte de Villado.

—Estoy lleno —anuncia, y se apresura a añadir—: ¡Pero todavía no quiero irme a la cama!

—¡Yo tapoco! —corea su hermano que, a pesar de mis esfuerzos por darle de cenar sin que se ponga perdido, tiene los mofletes, el cuello y las manitas perdidas de puré de patatas y de la salsa de tomate del segundo plato.

Lo limpio con la servilleta humedecida con agua por enésima vez, pero él solo me sonríe y golpea con su cuchara infantil la mesita de su trona, situada a mi lado para que pueda tener un ojo en él mientras come, esparciendo más restos de comida por todas partes. Es por esto por lo que, a pesar de su edad, todavía no come sentado en la mesa con los demás. Es un terremoto de chiquillo.

—¿Quieres más agua, Carlitos?

—¡No! ¡Nibujos!

—¿El qué?

—Quiere ver dibujos —aclara Julio con un bostezo mal disimulado—. Pero yo no quiero ver La Patrulla Ladridos o La Guardia Maullidos otra vez, son muy aburridas —protesta—. ¿Podemos ver una película?

Eric y yo nos miramos por encima de sus cabezas y apartamos la mirada del otro con rapidez segundos después, como si quemara.

—Una cortita. Y luego a la cama, que mañana hay colegio —responde él en tono firme.

Julio hace una mueca de desencanto, pero accede a ello siempre y cuando no sean dibujos «para bebé».

Tras acompañarlos a lavarse los dientes y ponerse el pijama, bajamos al salón para encontrarnos a un taciturno y pensativo Eric sentado en una esquina del inmenso sofá rinconero que hay frente a la enorme televisión de pantalla plana, tan grande que casi parece la de un cine.

—Solo una, ¿eh? Ya lo habéis oído: mañana hay cole —les recuerdo a los niños, que no protestan mucho porque ambos tienen pinta de que van a dormirse nada más empezar el film.

Me siento en el sofá, dejando un hueco para que los niños se puedan sentar entre nosotros, pero, aun así, siento la atención del maridín clavada en mí, como un león que observa a una leona con cautela, listo para saltar con un poderoso rugido a la más mínima aparición de garras o colmillos.

Al final, tras veinte minutos de discusión entre ambos niños, Eric pone una película de Disney que, al parecer, ya han visto un millón de veces. Ambos pequeños, tal y como yo había predicho, se quedan profundamente dormidos en menos de cinco minutos tras empezar la película.

—Emma —llama Eric con una voz que no da lugar a discusiones, como suele suceder con él. Mal para él que a mí discutir se me dé de lujo—. Me disculpo por la dureza con la que te he hablado antes. No debería haberlo hecho de esa forma. —Qué maduro, me sorprendo pensando sin sarcasmo alguno. Me mira de reojo, como si esperara algo de mi parte que, cuando ve que no llega, hace que su rostro pase del hielo invernal a la piedra. Si espera que me disculpe por mi actitud de hace unas horas, que lo haga sentado (ja). Ahora mismo no me nace hablar de nada. Solo quiero irme a la cama y mañana ya será otro día—. Mañana hablaremos con más calma. No quiero discutir más.

—Ni yo —admito. Pero no puedo evitar que un quedo bufido escape de mis labios.

Me tengo que morder la lengua para no soltarle que, si no quiere discutir, qué coño hace viéndose con otra mujer a mis espaldas, y recordarme a mí misma con enfado que yo no tengo derecho a pedirle explicaciones porque yo no soy realmente Villado, aunque ahora mismo me sienta como si fuese ella y ambas nos solapáramos en ocasiones como esta, cuando las emociones están a flor de piel y los recuerdos de ambas mujeres tienen la misma potencia en mi cabeza.

Así que me callo la boca, porque no pienso humillarme a mí misma por nadie, y menos por un hombre que apenas conozco. No realmente, aunque me haga temblar el corazón y haga cantar mi sangre cuando lo miro, y aunque tenga recuerdos de días y noches compartidos con él que no me pertenecen pero, al mismo tiempo, son totalmente míos porque son recuerdos muy vívidos y muy emocionales.

El silencio es un trago amargo, pero no tan amargo como las lágrimas sin derramar que, no sé por qué, siguen insistiendo en hacerme arder los ojos.

Mi nuevo cuerpo se convierte en mi peor enemigo cuando él me mira. No puedo controlarlo y ello me aterra.

Se siente como si la distancia entre nosotros fuera un abismo de medidas infinitas, profundo y oscuro, y yo, desde el otro lado, le estuviera diciendo adiós a mi viejo amor de la infancia.

Supongo que, en cierto modo, así es.


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Soy la villana (✔) ✦ COMPLETA ✦Donde viven las historias. Descúbrelo ahora