Capítulo 21

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El Mundo de fieras (2006)

-Televisa

Eric se marcha antes de que los demás, más relajados, acabemos de desayunar.

—Tengo una reunión, pero volveré para la cena —nos informa.

Casi pongo los ojos en blanco cuando me mira al decir esto último. No hace falta que deje más claro que todavía desconfía de mis intenciones para con los niños porque es más transparente que el agua, pero me muerdo la lengua porque, en el fondo, admiro que se preocupe tanto por sus hijos y que se haya dado cuenta, de una maldita vez, de que Villado no era, precisamente, la madre ejemplar del año.

¡Hurra por el idiota!

Aunque no los denigrara ni los maltratara físicamente, su distante frialdad, entremezclada con ataques de posesividad en los que les anunciaba dramáticamente lo mucho que los quería a voz en grito, solo para luego ser completamente indiferente a ellos e ignorar su existencia durante semanas otra vez (ataques relacionados solo con Eric, porque, para ella, ellos eran los hijos de Eric y la prueba de su unión), está claro que les ha hecho daño.

Si yo fuera él, también me habría divorciado de ella. Eso lo entiendo.

Pero mucho, muchísimo antes.

Lo que no me gusta un pelo es que sea tan hipócrita, porque él pasa menos tiempo que la propia Villado con los niños y porque tampoco es que sea ni un marido ni un padre ejemplar, precisamente. Ni tampoco me gusta cómo me trata, porque que yo comprenda lo que hizo Villado no significa que vaya a tolerar que me traten con semejante falta de respeto y que me hagan daño.

Yo no soy ella, aunque no pueda ir gritándolo a los cuatro vientos, no sea que me metan en un psiquiátrico como hicieron con ella al final.

Por muy inmaduro que parezca, y soy consciente de ello, me resulta casi imposible no rugirle como una leona y soltarle alguna que otra frase cáustica o sarcástica. Y se las merece por la manera en la que está llevando las cosas, así que, por eso, no pienso disculparme.

—¡Venga, al cole!

Aseguro a los niños en los asientos adaptados de atrás del coche y me subo al volante tras subir el peldaño (hay que ver lo alto que es este monstruo reluciente) y, tras despedirme alegremente de un feliz Ramón, el chófer medio enamoriscado de mí, pongo en marcha el auto.

Durante el camino al cole hablamos de todo un poco. Julio, tan entusiasmado como está con lo del fútbol, no deja de hablar de ello.

—... Y creo que tendría que practicar mis pases, pero Hermes está ocupado esta semana. —Su mejor amigo, recuerdo que he oído hablar de él otras veces—. Así que no sé a quién se lo voy a pedir si papá está ocupado también.

—¿Y por qué no me lo pides a mí?

—¿Tú lo harías, mamá? —se asombra—. ¿De verdad?

—Claro que sí. Yo te ayudo.

No debe de ser tan difícil darle a un balón, ¿no? Y tenemos un jardín enorme para ello.

—¡Genial! —se entusiasma—. ¡Ey! ¡Podrías ser la portera y yo el delantero del contrario! ¿Podrías?

—¡Seguro! Tú deja que tu madre te ayude, que ya verás como es una super-Messi o comosellame. —Es el único nombre del fútbol que conozco y solo lo hago porque no dejaban de dar por saco con él en la tele.

Eso sí, pienso ponerme uno de esos cascos de beisbol para que el balón no me dé en la cara. Uno de esos que vi una vez en otra telenovela, una coreana de esas que estaban tan de moda en los últimos tiempos, porque me da a mí que sigo siendo tan torpe como en mi vida anterior y no quiero acabar con la nariz rota.

—¿Conoces a Messi? —Si los ojos de Julio se pusieran más redondos, se le saldrían de las órbitas.

—Confieso que es el único que me suena. No tengo ni la más remota idea de deportes o deportistas. Por mí como si son alienígenas de otro planeta. Me sonarían lo mismo, la verdad.

El niño suelta una tremenda carcajada y se tapa la boca con la mano, mirándome por si me ofendo (de verdad que tengo que llevarlo pronto al psicólogo y, ya de paso, a Carlitos también. Y quizá vaya yo, ya que estamos, aunque no piense contarle lo de que «soy un fantasma habitando el cuerpo de un personaje de televisión» ni en coña, pero no me vendría mal ventilar mis emociones con alguien que no me juzgue por ello).

Me echo a reír, al inicio solo para hacerle entender que no me ha molestado su risa y, cuando ambos niños empiezan a reírse (Julio por diversión y Carlitos porque es un adorable solecillo que ríe cuando otros ríen, aunque no entienda el porqué), la risa acaba convirtiéndose en sentidas carcajadas que duran casi todo el trayecto al colegio.

—Venga, vamos, que está a punto de sonar la campana. —Aparco, me bajo del coche y los ayudo a bajar a ellos, dándoles sus mochilas y acompañándolos a la entrada del inmenso edificio, que parece un castillo antiguo y me recuerda al de Harry Potter.

Me pregunto si esa saga existirá aquí y si habrán visto las películas. Tal vez debería averiguarlo y hacer una maratón con Julio, ya que creo que le encantarían.

Cuando estoy a punto de arrancar de nuevo para poner rumbo a la cafetería del día anterior (me apetece otro café granizado) antes de mi cita con Adrián, el detective, mi teléfono suena y un número inusualmente largo que reconozco de manera inmediata como un teléfono de hospital (será por las veces que me llamaban a mí en mi vida anterior) aparece en la pantalla.

Descuelgo con un nudo de nervios y angustia, mezclados con esperanza, en el estómago.

—¿Sí?

—Señora Villado, buenos días —saluda la voz de Gabriel Banderas—. Le llamo para hablarle de los resultados. ¿Tiene usted un rato libre para venir a verme esta tarde? Así se lo comento en persona.

—¿Es grave? ¿Le pasa algo a mi hijo?

—No creemos que sea nada terminal, Emma —me tranquiliza—. Por suerte, hemos detectado las cosas a tiempo. Pero me gustaría hablar con usted y con Julio esta tarde. Es importante.

Su tono serio y solemne me va a parar el corazón de los nervios y el miedo, aunque sus palabras me alivien.

—Entiendo, gracias. Muchas gracias. Dígame a qué hora y estaremos allí.

Tranquila. En la serie, tiene cura. Julio estará bien, me repito una y otra vez.

Pero esto no es la serie. Esto es la vida real. Y ya hay suficientes cosas diferentes en esta historia, aunque hasta ahora hayan sido sutiles, como para darme motivos para estar aterrada por lo que van a decirme.

—¿Le vendría bien venir a verme hoy a las seis de la tarde en mi consulta?

—Sin problema. Allí estaremos.

Colgamos después de que el doctor me dé instrucciones sobre cómo llegar, por si acaso se me ha olvidado dónde está su consulta. Mis manos tiemblan tanto que el teléfono se me cae entre los pies, sobre la alfombrilla del coche.

La carita feliz de Julio me viene a la mente y no puedo evitar romper a llorar.

—Por favor —suplico al universo y a cualquier deidad que me esté escuchando—. Por favor, deja que Julio viva y esté bien. Por favor. Aunque tengas que matarme a mí de nuevo. Dale todos mis años de vida, si hace falta. Por favor.

Rompo a llorar con mi rostro contra el volante, con el terror en las venas congelándome por dentro como nada antes lo ha hecho en la vida.

Rompo a llorar con mi rostro contra el volante, con el terror en las venas congelándome por dentro como nada antes lo ha hecho en la vida

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Soy la villana (✔) ✦ COMPLETA ✦Donde viven las historias. Descúbrelo ahora