Capítulo 23

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Luz y sombra (1989)

-TV GLOBO

Cuando Gabriel nos recibe al fin en su consulta, mis nervios, que he tenido que esconder porque no quiero que Julio los note, casi han acabado con cada ápice de autocontrol que me queda.

Con la mano de Julio firmemente agarrada a la mía, entramos en la misma oficina de la primera vez, que tiene una puerta lateral que supongo dará a la sala de exámenes médicos en la que me reuní con el doctor por primera vez.

—Por favor, siéntese —me indica Gabriel y procede, tras desearnos una buena tarde y sonreírle a Julio, pidiéndole que vaya a ver a la enfermera en la sala de al lado ya que tiene una piruleta para él, a contarme que mi hijo mayor tiene una enfermedad cuyo nombre me parece impronunciable e incomprensible y de la que jamás había oído antes.

Mi palidez debe de asustarlo, porque se levanta con cara de preocupación de su asiento y se sienta en el que Julio ha dejado vacante, a mi lado, cogiéndome la mano entre las suyas.

—Emma. Quería que la llamara Emma, ¿no es así?

Asiento, mareada y fatigada.

—Soy demasiado joven para todo eso de señora. No me gustaría ni a los setenta. —Lo último es una broma a mi costa que solía decirle a Merche, mi mejor amiga, cuanto más me acercaba a esa cifra, pero eso él no lo sabe.

Su sonrisa de medio lado es breve, pero hermosa, como todo él.

—Emma, lo bueno es que es tratable y que se puede curar con el tratamiento adecuado fácilmente en su primera fase, que pautaremos para Julio hoy mismo. Así que no debe dejarse llevar por la angustia, ¿vale? —Su voz es tan dulce, tan compasiva y transmite tanta fuerza que me cuesta mucho tragarme las lágrimas, porque cuando alguien me consuela suelo llorar con más fuerza, como si me diesen permiso para poner mis emociones a descubierto y dejar ir la pena acumulada—. Es asombroso que usted se haya dado cuenta, ya que suele pasar desapercibida, por desgracia. Pero, gracias a su insistencia en que viese al niño, hemos logrado encontrar la causa de su malestar y podemos ponerle remedio. Eso es maravilloso. Usted es... —se corrige, deteniendo su lengua antes de decir algo que sospecho que era demasiado personal para alguien tan profesional como él—. Usted es una mujer ejemplar y muy fuerte y Julio en ese sentido es como su madre. Lo supe en cuanto los vi. Superarán esto juntos.

Hace años, muchos años, desde que Merche falleció, que nadie me consuela. Y mucho más, incluso, que un hombre me toca con afecto, aunque sea por empatía.

La piel de Gabriel es cálida y su agarre tan firme y tan honesto como él, y a mí se me acelera un poco el corazón al sentirlo tan cerca una vez se me va pasando el mareo y soy más consciente de dónde y cómo nuestras pieles hacen contacto.

—Gracias, doctor. Siempre le estaré agradecida.

Él se ruboriza ligeramente y, si fuese un hombre impulsivo, estoy segura de que hasta se habría removido en su asiento.

—Es mi trabajo y se lo prometí tras la donación, así que no debe darme las gracias.

—Claro que debo dárselas —insisto con firmeza—. Si no hubiese sido por usted, a saber si le habrían diagnosticado eso a mi Julio y quién sabe cuánto tiempo habría pasado con eso dentro de él y si lo habrían cogido a tiempo. Nunca me cansaré de darle las gracias. Las merece.

—Por favor, Emma, tutéame y, si te parece bien, yo haré lo mismo —alienta él, tragando saliva. Oh, me doy cuenta. Quizá sí que haya algo de atracción aquí por su parte, también. Qué inesperado—. Y no te preocupes por lo del tratamiento, de verdad que estoy seguro de que Julio, siendo un chico tan fuerte, lo llevará bien y podrá hacer una vida normal. Yo mismo lo iré revisando en consultas sucesivas para ir adaptando el dosaje e ir controlando los posibles efectos adversos, que son mínimos pero que debemos tener en cuenta igualmente.

—Gracias, Gabriel —repito una vez más, soltando todo el aire de los pulmones, y resisto la urgencia de abrazarlo con fuerza—. Muchas gracias.

Gabriel no solo tiene aspecto de ángel, es un maldito ángel disfrazado de mortal.

A su lado, me siento segura y en calma, y sé que puedo confiar en él.

Hablamos un rato más de la enfermedad y del tratamiento, hasta que Julio, con cara de pillín (luego me confiesa que se he comido dos piruletas y que ha estado hablando con la enfermera sobre fútbol, ya que ella es una gran fan de su equipo favorito) aparece por la puerta de la consulta de al lado.

—¿Nos vamos ya a casa? —pregunta el niño, mirándome con ojos suplicantes—. Quiero practicar con la pelota.

—En un segundo, mi amor.

Con las pastillas de su tratamiento en el bolsillo y un firme apretón de manos, que dura más de lo que es estrictamente necesario y me deja la piel de la mano tintineante y cálida, nos despedimos de Gabriel tras programar otra consulta en unos días y decidimos irnos a casa donde he dejado a Carlitos, a pesar de sus protestas, antes de venir.

Caminamos hacia la salida y miro por encima del hombro hacia la consulta antes de que la puerta se cierre justo a tiempo para pillar a Gabriel Banderas mirándome el culo durante unos segundos, antes de desviar la mirada con una mueca de vergüenza, como si no hubiera podido controlar el impulso y se estuviera recriminando por ello mentalmente.

Vaya, vaya.

Interesante, sonrío para mí misma sobreponiéndome a los nervios durante unos breves minutos, apretando los dedos de Julio, que me cuenta qué pases quiere practicar y cuántos goles ha marcado hoy en el patio de recreo, suavemente entre los míos y sintiendo su pulso latir contra el mío durante todo el trayecto, fuerte y vivo.

Interesante, sonrío para mí misma sobreponiéndome a los nervios durante unos breves minutos, apretando los dedos de Julio, que me cuenta qué pases quiere practicar y cuántos goles ha marcado hoy en el patio de recreo, suavemente entre los míos y s...

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Soy la villana (✔) ✦ COMPLETA ✦Donde viven las historias. Descúbrelo ahora