Capítulo 16

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En los culebrones, todo el mundo sabe que las mujeres mayores que no entran dentro del estereotipo «ancianita bondadosa», las ricas, las que son demasiado sensuales y cuya belleza no es inocente y se maquillan con colores fuertes, lejos de los tonos inocentes de las protagonistas, las ambiciosas, las de carácter fuerte y, en definitiva, todas aquellas que no sean la protagonista sino su polo opuesto, son las «malvadas»: las antagonistas; las que se interpondrán en el camino de la inocentona y humilde estrella del drama y, por eso mismo, acabarán mal. Muy mal.

Ellas son las que amarán y se obsesionarán con el protagonista masculino que, invariablemente, las despreciará y las dejará por la otra, dándoles la «lección de humildad» que, supuestamente, necesitan por no encajar con el molde de lo sumiso y lo deseable que nos impone la sociedad a las mujeres.

Y yo soy muy consciente de ello, pero lo soy más aún cuando lo miro a él.

Porque, cuando lo hago, me siento como si me golpeasen con una maldita hacha directamente en el corazón, partiéndolo en dos mitades muy desiguales: una que le desea y agoniza por ello y la otra que se rompe y sangra, condenándose a sí misma por desearlo porque sabe que no debe hacerlo.

Los hombres que me he cruzado hasta ahora, especialmente Gabriel, eran guapos a rabiar, sin duda alguna, y cualquiera de ellos tiene el poder de robarle el aliento a cualquier mujer que lo mire tan solo unos segundos. La risa de Gabriel todavía resuena en mi cabeza como un eco de belleza masculina.

Pero, ¿Eric?

Eric es la masculinidad personificada.

Es como si alguien hubiese abierto el corazón de una mujer (el mío) y hubiese sacado de su más profundo yo todo aquello que ella desearía en un hombre, y luego, con eso en las manos, hubiera diseñado a Eric Donovan.

Alto, fuerte, hermoso en cada ángulo y cada aspecto, con unos ojos que le arrebatarían la cordura a cualquiera y una voz que seduciría a un ángel, le da mil patadas al actor que lo interpretó en pantalla, que no le llega ni a la suela del zapato.

Su aura es poderosa, magnética y atrayente.

Eric es de esas personas que, al entrar en una sala, la dominan solo por estar presentes en esta, sin necesidad de abrir los labios para decir nada. Basta con que exista en ella.

No me extraña nada que Villado se volviera loquita hasta los huesos por él, aunque yo sigo en mis trece de divorciarme de él y ser libre del destino de esta Emma. Y ello requiere no interponerme entre él y Araceli, sino que, por el contrario, debo buscar mi propia felicidad porque, como sé muy bien, soy la maldita antagonista principal de la historia y debido a ello mi «lección de humildad» será la más cruel de todas si sigo insistiendo en quedarme junto a él.

Pero, aun así, a pesar de todas mis determinaciones y fortalezas, el corazón me duele cuando lo miro.

Grita, llora y rabia en silencio sin que yo pueda hacer nada por evitarlo. Sangra, agoniza y solloza y me desgarra por dentro de mil maneras diferentes que no había sentido hasta ahora.

Porque no soy inmune a él ni a los recuerdos que Villado tiene de él, desde la niñez hasta hace unas semanas, cuando se fue de «viaje de negocios», ni tampoco a la atracción que ejerce sobre mis sentidos y sobre mi cuerpo; sobre la Emma que fui, antes de esta vida, y la que soy ahora.

Es absolutamente imposible mirarlo y no desearlo. No sentirse atraída por él. No anhelar su cercanía, su sonrisa, el sonido de su voz o el sabor de sus besos.

Duele. Saber que ama a otra y que no hay posibilidad alguna entre nosotros, sino que he perdido la batalla por su corazón antes siquiera de intentarlo, duele mucho.

Soy la villana (✔) ✦ COMPLETA ✦Donde viven las historias. Descúbrelo ahora