Capítulo XVIII

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Candy y Albert se entregaron a un beso sensual, que tiempo después se volvió ardiente y pasional, explorando sus bocas, cada recoveco, sus lenguas se deslizaban en una danza rítmica que los envolvía rápidamente en un calor de éxtasis. Albert añoraba tocar la piel de Candy, aquella que vio en el cuarto de baño, mientras Candy extendía sus pequeñas manos sobre la espalda de su rubio novio, demarcando con las yemas de sus dedos los músculos de él, lo que hizo que Albert fundiera su boca con la de Candy, atrayéndola hacia su cuerpo, deseaba y quería al menos sentir los picos de su amada, enfatizar que deseaba estar más unido a ella pero de una forma menos honorable.

A lo lejos, una sonrisa divertida afirmaba algo que venía días meditando, Candy amaba a Albert más de lo que se veía y más de lo que ella aceptaba, esos años de orfandad le habían dado a Candy los mejores principios sobre lo que una señorita de esa época debía de hablar o no, era liberal para todas las cosas, menos para hablar de sus sentimientos y ahora, que había encontrado su alma gemela, eso quizás ya no era así, sentía que tarde o temprano aceptaría lo que tanto le negaba a su corazón, aceptar el amor que sentía por su ahora prometido. Su mirada abstraída tuvo que desviarse debido a que notó con el rabillo del ojo que la figura de Pierre entraba en ese momento.

- ¿Dónde está Candy, Alfred? - cuestiona Pierre al no encontrarla, hacia días que no se encontraba de humor, estaba más inquieto que de costumbre y eso le preocupaba. la cercanía de Candy y Albert le resultaba inusual y debía averiguar ¿por qué?

- ¡Pierre, buen día! Albert y Candy fueron a dar un paseo - Alfred tuvo que voltearse hacia su persona para que Pierre no se diera cuenta de que aquellos dos estaban algo más que hablando y paseando en los alrededores del campamento. ¿Se te ofrece algo? ¿Hay algo en lo que pueda ayudarte? - preguntó Alfred sonando preocupado por Pierre, al ver que intentaba dirigir la vista hacia donde él observaba.

- No, sólo preguntaba, ¿hay algo que deba saber? - cuestionó Pierre al notar la preocupación de Alfred porque se oponía a que observara del otro lado de él.

- Algo ¿cómo qué Pierre? - preguntó él conservando la calma.

- No sé, hay algo que me ha estado molestando desde hace unas semanas - refirió Pierre.

- Con respecto ¿a quién Pierre? O ¿a qué cosa? - inquirió el anciano.

- Esto de la amistad de Candy con Albert, ¿seguro que sólo son amigos? ¡A veces creo ver más que una simple amistad! Y ¡eso me enfurece! - explicó Pierre, tornándose rojo por ello.

- Pues ves muy mal, Pierre. Se supone que esto del contrato que firmó Candy es una mentira ¿no? Entonces platícame, ¿por qué es que estás tan enfadado? - cuestionó sonriendo y se sentó delante de él, observándolo y creyendo aún más que ahora que Pierre se estaba aprovechando de eso o sencillamente había caído en las garras de la calidez de Candy como sucedió con todos los demás.

- Si claro, ese contrato es sólo para ayudarla, no sé ¿por qué me lo preguntas? - Pierre quiso parecer inocente por la acusación de Alfred.

- No sé, ¿qué es lo que tratas de insinuar Pierre? Debes saber que Albert es todo un Sir, no creo que debas dudar de la integridad de la señorita Andley, eso es... - Alfred se vio interrumpido cuando intentó levantarse enfadado.

- Calma Alfred, no he querido decir que el señor Andley pueda ser incorrecto con Candy, sólo que no te parece... extraño que de buenas a primeras la tristeza de Candy se haya ido y que haya vuelto a sonreír cuando ninguno de nosotros lo pudo hacer, dime si eso no es ¿extraño? - cuestionó Pierre, enfatizando su molestia.

- Para nada Pierre, anda vamos, tenemos que esterilizar el instrumental, ¡ayúdame! Hay que hacer algo de provecho y dejar de ver cosas ¡que no hay! - decidió llevárselo de allí, perdonando la perspicacia de su joven compañero de trabajo.

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