Capítulo LVII

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- Richy te doy permiso que me traiciones, vas a decirle a Lemarque que tienes a su hijo en Londres... - soltó Candy esperando que su ahora amigo no preguntase nada.

- ¡Estás loca! ¡No lo voy a hacer! – cómo era obvio Richard se negó.

- ¡Pues lo harás! ¡Invéntate cualquier cosa! ¡No sé, qué sabes todo lo que haremos o cosas así...! – soltó Candy viéndolo reflejado en el espejo.

- ¿No puedes estar hablando en serio? – exclamó Richard asustado por el dejo de preocupación que al parecer no apareció nunca.

- ¡Oh sí que lo estoy haciendo y lo harás! – advirtió ella bajando la mirada a su emblema familiar.

- Duque, le recuerdo que ha firmado... - comenzó a decir Sir McDougal.

- ¡Sé lo que hice! Pero Candy, ¡no puedes pedírmelo en serio! – él quería convencerse de que ella no se lo estaba pidiendo.

- Pues te lo estoy pidiendo en serio, Richard, lo siento, debes aliarte con Lemarque – volvió a decirlo nuevamente.

- ¿Quiénes más Candy? Dime, ¿quiénes más estarán cumpliendo esta orden? – cuestiona Richard muy preocupado.

- Será mejor que no pregunte, ha firmado... - recuerda Sir McDougal.

- ¡Maldita sea! ¡Sé lo que he firmado! ¡Pero no quiero hacerlo...! - reacciona Richard.

- Abahinn y el jeque y... - responde Candy, soltando un suspiro y dándose la vuelta para encararlo.

- ¿Y? – Richard insistió, sabía que debía haber alguien más.

- Mickael Branor Valois-Buchanan – soltó Sir McDougal observando a los presentes.

- Y ¿quién es ese? – el duque no lo pudo relacionar con nadie más o nadie de los que sabía que estaban ahí hasta que...

- Yo, Duque Grandchester – Mickael se levanta y presenta con una venia.

- ¡Tú! ¡Tú eres...! ¿Eres un... Buchanan? – sin poder creerlo, no podía creerlo, estuvieron conviviendo con otro Buchanan y no lo sabían.

- Sí señor y Candy es mi prima... - esa respuesta no era esperada, eso lo sorprendía de sobremanera.

- ¡Válgame... no puede ser cierto, tan pequeño que es el mundo! – exclamó el duque, tratando de sostenerse en pie sin poder lograrlo. ¿Cuándo nos lo iban a decir? – preguntó muy enfadado.

- Cuando fuera necesario, de ser necesario... nunca... - respondió él mismo Mickael.

- Serénese Richy, necesitamos que ustedes tres, hagan lo que me prometieron... - recalca Candy aún esperanzada.

- ¡Somos cuatro! – rebatió Richard.

- Hasbún, no cuenta... – refiere Mickael.

- Abahinn, Hasbún y Mickael, ¿crees que nos hará caso? – pregunta Richard incrédulo.

- Nadie me conoce Richard, en teoría yo soy un allegado a la corona, pero tampoco lo sabe nadie, así que puedo ser cualquier persona. La realidad es que sólo son dos de este lado – confiesa Hasbún.

- ¿Dos? – Richard no se quedaba tranquilo.

- Sí, dos. El otro es el Rey... - suelta Sir McDougal.

- ¿Qué hará el rey para obligarlo a salir? – repregunta, sabiendo que muy probablemente no se le informará nada.

- No lo sabemos, pero de que nos enteraremos, lo haremos. Con su permiso, debo ver si nuestros alimentos ya están listos – refiere Mickael, se le había ocurrido una grandiosa idea, pero necesitaba del interesado en ella y por ello saldría de esta habitación para ir en su búsqueda a la otra, donde yerno y suegro peleaban por la virtud de Lady Candice.

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