Capítulo XXXV

10 0 0
                                    

- ¡Ah! Candy... - exclamó la matrona comenzando a llorar y dejándose caer sobre sus rodillas para después colocarse el dije en la mejilla como si estuviera abrazándola a ella.

Mientras en el barco, Candy se encontraba durmiendo la mayoría del tiempo, Albert por fin había descansado, se había puesto serio y extrañaba también sentirla, pero como Mickael lo dijo, era por el bien de su bebé y en ese momento él habló con ella, por el bien de su bebé y no por él. Le hizo entender que su bebé era tan importante como ella y como él y como cualquier persona, lamentó también que verla llorar como si no lo hubiese hecho nunca, las lágrimas que se dispersaron por su rostro y las que se absorbieron en la camisa de su esposo fueron las mismas de cuando Annie se fue del orfanato, se sentía abandonada, quién sabe por qué, sentía ese mismo dolor que dejó hace cinco años atrás.

Los días pasaban, prefería dormir antes que pensar que ya no podría saltar ni correr y mucho menos divertirse, los demás sabían que ella se dormiría en cualquier hora del día para no sentir el deseo ni de asomarse a ningún lado que no fuera en su habitación, se había reprendido así misma por haberse ocasionado esa enorme sanción, pero lo que no sabía ella era que la vida y su vida no eran suficientes para atentar contra su hijo. Desde esa noche, en la que la vida de su hijo fue importante para ella, hizo que reaccionara, aunque no de la forma que todos esperaban, evadiéndose, no enfrentado las ansias para divertirse, escogió evadirse, dormir todo el día, era lo único que le quedaba o pensaba.

Su esposo había pensado en que la mejor manera de confortarla era bañándola de noche, Albert había también pensado que sería mejor conversar con ella sobre la actitud que había tomado. En las noches los baños que su esposo le daba para quitar el dolor de su espalda eran lo más cercano a estar con él en la intimidad. Albert pensó un día que no podía estar más con su esposa si solo se limitaba a un hola y un adiós y si tenía suerte un gracias, ya no había más contacto, ya no más besos y no más caricias, ella ya no lo deseaba y era lo peor que le estaba pasando; así que decidió hablar con ella, esa misma noche; por lo que la metió en la tina y la cobijó en sus brazos mientras le daba suaves masajes en la espalda.

- Candy - la llamó con cautela.

- Mmm - Candy dio la respuesta con la boca.

- ¿Estás cómoda? - cuestionó su esposo.

- Sí - ella se limitó a responder.

- Candy... en Dover me voy a ir directo a Escocia mientras tú viajas con los Borthwick para distraer a Lemarque - resolvió decirle.

- Pero... - la rubia intentó protestar.

- Pero nada, debemos ser más inteligentes que él y lo sabes - resolvió decirle.

- ¿Me vas a repudiar? - preguntó ella alejándose de sus brazos.

- Candice Andley ¿cómo piensas eso? - si antes no esperaba ni que le dirigiera la palabra, ahora estaba más que enfadado y más cuando palmeó el agua de la tina. ¿Qué, acaso no me conoces? ¿Crees que te haría algo así? ¡Mi hijo no será desdeñado nunca! - intentó amedrentarla y lo había logrado.

- ¿Qué quieres que piense? ¡Ya no me haces el amor! ¡Ya no me besas! ¡Ya no me tocas! ¡Sólo buenas noches y buenos días! ¡Qué tienen de buenos! - respondió ella indignadas y temerosa por la reacción de su esposo que nunca lo había visto realmente enojado.

Albert casi se va para atrás cuando oyó su reclamo mientras se enteraba que era eso lo que ella pensaba, así que decidió que era hora de tener su primera discusión en serio.

- Son recomendaciones del médico - espetó el rubio muy serio.

- ¡Ese medicucho qué sabe! ¡Tú tienes la culpa de que este así! Si no...si no... - Candy se vio interrumpida por Albert.

Pasión AfricanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora