Capítulo XXV

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Afortunadamente el carruaje del Duque Grandchester se veía a lo lejos. Fácilmente pude alcanzarlo. Abahinn se veía preocupado, pero a toda costa debía saber a dónde se dirigía el padre de Terry. Por lo extenso del camino, observó que el lugar al que iba era nada menos que el hospital donde se encontraba el hijo del Duque Lemarque; Pierre sin duda. No sabía qué era lo que más le tenía molesto, el haber confiado en su amigo el Duque o en no haber doblado las manos con su hijo Terry; que era lo que le dolía más, ¡ah sí, recordó! Fue su orgullo herido, Terry al haberlo chantajeado con que iría a Estados Unidos a ver a su madre, le puso tan furioso que no quiso saber nada de él. ¿Cuándo lo había perdido? Sabía que no lo trataba con el mismo cariño que sus otros hijos, pero lo amaba aún a pesar de él mismo, porque era su primogénito, pero tan parecido a ella cuando ya era un adolescente que aborrecía su amor por el teatro, fue un alivio cuando Terry su hijo de catorce años apenas comenzó con las parrandas y la bebida, sin saber a ciencia cierta lo que sucedía con su hijo en sus noches idílicas con la bebida, pero de algo estaba seguro, mientras lo tuviera alejado de la idea de irse a Estados Unidos, a pesar de las pataletas, lo tendría a salvo, lo tendría con él antes que con ella, antes de verlo identificarse en el silencio con Eleonor Baker, su madre...la actriz.

El Duque de Grandchester tenía en esos momentos el rostro adusto, meditaba sobre lo que había hecho, aliarse con el Duque Lemarque no había sido buena idea, después de todo. Él había pagado por el rescate de su hijo, él había intercedido por Pierre ante el buen corazón de Candice, él le había ayudado con el contrato, él había sobrepasado los límites del honor para ayudarle a él y cómo le pagaba, Terry lo había retado a irse con su madre, si lo entendía, pero lo que no entendía era como el Duque Lemarque pudo traicionarlo, su hijo no merecía ser marcado como un animal, no era parte de un ganado y menos siendo de la realeza. Los castigos de esa índole eran del siglo XVI, pero no para un ascendiente de la Corona Inglesa. ¿Cómo se atrevía a hacerle algo como esto a su hijo? ¡Esto sería algo que se cobraría en ese mismo momento! El duque se dirigía al hospital donde se suponía que estaba el hijo de Pierre.

Decidido estaba a ajustar cuentas con ese dizque Duque, si él no le había dañado a su hijo, él no entendía por que él si había respetado a Pierre y Lemarque no. Apenas se orilló el carruaje y sin esperar a que su cochero le abriese la puerta, él decidió hacerlo, salió tan rápido que el propio cochero se asustó y azotó la puerta, entró rápidamente hacia la estación de enfermeras y preguntó por la habitación del Conde Pierre Lemarque.

- Buenas noches señorita, podría decirme ¿dónde se encuentra la habitación del Conde Lemarque? - cuestionó el duque.

- Buenas noches señor, él se encuentra en el área privada señor, suba por las escaleras y al fondo encontrará un pasillo, gire a la izquierda y ahí están las habitaciones privadas - refiere la enfermera.

- Gracias señorita - comenzó a caminar rápidamente.

- De nada, dese prisa, en media hora se suspenderán las visitas - lo animó rápidamente ya que esa hora avanzaba y el duque no se movía de su lugar.

- Sí señorita, no creo demorarme mucho, con su permiso - el duque accedió y comenzó a caminar sin detenerse.

El Duque Grandchester se dirigió a ese camino por donde le había indicado la enfermera, las habitaciones privadas están enumeradas, comienza a caminar y observar los nombres de cada uno de los pacientes. Ya casi se terminaban, cuando vio el nombre del Conde Lemarque en la platilla, toco y entró a ésta, la salita de espera que poseía cada una de las habitaciones se encontraba desierta, decidió entrar y al cerrar la puerta oyó que alguien conversaba. Se acercó diligente y prestó oídos.

- ¡Hijo, despierta, despierta! Tenemos que ponernos al corriente, hacía dos semanas que Albert y Candice debieron de llegar de África y no lo han hecho, ¿qué habrá pasado? El barco está anunciado para ésta semana. Algo debemos hacer, estamos quebrados y tú que no despiertas, hijo ¿qué te paso? ¿Quién atentó contra tu vida? ¡Dímelo! Luego el tonto viejo ese, en vez de quedarse conforme con el rescate que él mismo pagó, quiere matarme, que diga que lo envolví perfectamente para que pensara que había ayudado a su hijo. Nunca he sabido ayudar a nadie, ni a mi hermano le ayudé a nada, él que se creía tan importante hasta que amaneció muerto por un ataque de un animal. ¡Qué conveniente me fue esa historia! Tuve que matarlo para que la herencia de mi padre pasara a mis manos, la que me dejó mi madre ya me la había acabado, mis malditos acreedores, siempre pidiéndome dinero como si no pudieran hacer otra cosa más productiva. Te imaginas hijo, cuando tengamos las propiedades de los Andley, vamos a ser inmensamente ricos; pero si matamos a Albert y la casamos con Terrence Grandchester y luego hacemos lo mismo con Terrence, podríamos ser herederos de ambas dotes, te imaginas hijo, no si con éste padre que tienes te harás el hombre más poderoso de Europa - seguía en su soliloquio creándose fortunas inconcebibles, mientras que el Duque Grandchester lo miraba asustado.

Pasión AfricanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora