Capítulo XXII

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¿Cuánto ha pasado? Pareciera que el día en que nos encarcelaron fuera tan lejano ya, ahora somos libres, libres de los alemanes, de los malos tratos, de algún otro sentimiento que en éstos meses se nos haya escapado, por muy pequeño que sea. Hasta ahora se cumplieron noventa y seis noches, hemos visto luz de día, de nueva cuenta, el día noventa y siete fue lo mejor que hemos disfrutado. Cuando salimos de aquella celda maloliente y putrefacta, caminamos con la única esperanza de que ella estuviera, ahí, esperándonos, pero sufrimos una gran decepción.

La primera luz que llegó a mis ojos los lastimó, mis ojos se tardaron demasiado tiempo en reconocer paisajes, el cual no fue muy grato, buscamos alrededor de todo el lugar, no vimos a nadie, ahí se encontraban todos, dos señores que no conocíamos y dos que sí, la Tía Abuela Elroy y George, pero cuál fue nuestra desilusión al no verla, fue duro darnos cuenta que ella aún no era libre como nosotros, la sonrisa que buscábamos no se encontraba en ningún lado y darnos cuenta de que pasaría mucho tiempo antes de que volviésemos a verla nuevamente. El Teniente Wilham nos sonrió cuando firmamos nuestra liberación. El aire invernal soplaba ya, la cruda verdad nos golpeó en el rostro haciendo que lágrimas bañaran nuestros rostros, sólo tuvimos un poco de aliento antes de pronunciar su nombre y perder el conocimiento.

Pasaron algunos días e incluso podría jurar que fueron semanas, preguntándonos ¿Cuán débiles fuimos? Siempre era ¿por qué no nos han sacado? ¿Por qué nadie intercede por nosotros? ¡Somos de la realeza escocesa! ¡Pertenecemos a las familias más importantes de América! ¡Nadie puede encerrarnos!

Tristemente nos dimos cuenta que ser de la alta sociedad no valía para los alemanes. ¡Somos y fuimos tan egoístas! ¡Sólo pensamos en nosotros y nunca en Candy! Candy mi hermana, Candy la que siempre me protegió, la que me cuidó, la que cambió su destino por el mío, la que me animó a seguir a pesar de mi nacimiento, la que me hizo enorgullecer del lugar donde crecí, la que maduró más rápido que yo; mi amiga, mi gran hermana y ahora... ahora soy yo la que la quiero aquí, conmigo, para amarla como ella lo hizo conmigo, yo que fui tan egoísta, tan cobarde, tan tonta...

Me creí la señorita de sociedad por mucho tiempo y no soy más que otra niña de porcelana o lo era hasta hace tres meses, esos meses con escasa luz me han dado ¿en qué pensar? ¿En qué considerar y reconsiderar? ¿En qué sentir? ¿En qué decir cuando la vea?

Me despierto con la resolana de la mañana, a un lado de mi cama se encuentra aquella amable y joven mujer que me cuidó desde que era una bebé, la Hermana María me toca la frente, con su mano desnuda y cálida para luego tomar un pañuelo, humedecerlo y colocarlo en la frente, reduciendo mi temperatura; he recaído, mi cuerpo se siente tan débil, escuché decir al doctor que estamos desnutridos y por la forma precaria en la que vivimos a través de los meses hicieron que nuestros cuerpos se esforzarán demasiado y todo porque no estábamos acostumbrados a ese nivel de vida.

Hace unas horas, me he enterado que el Duque Lemarque quiere forzar a Candy a casarse con Pierre, ¿quién será Pierre? Me he preguntado mientras la Hermana María toma la temperatura con el termómetro, ¿por qué es que ella siempre es la que se arriesga? La que da todo por todos, la que no le molesta sacrificarse por los demás. Me pregunto también, ¿si es tan estúpida para sacrificarse por mí? De mi rostro una lágrima se cae y la hermana María me habla.

- ¡Annie, no llores! ¿Qué pasa? - le pregunta la Hermana María, pasándome el dorso de la mano sobre la mejilla, evitando que la lágrima llegue a la almohada.

- Hermana María, ¡he sido tan tonta! Me he dejado llevar por mi familia...por la familia que me adoptó sin importarme los demás, lo que ella sentía, he sido una tonta, muy tonta, soy una niña tonta de sociedad - Annie rompió a llorar, se sentía tan vacía.

Pasión AfricanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora