Epílogo

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Un año después.

......

El reflejo de la puerta de cristal acoge mi figura a la vez que mi empleado más leal abre la puerta para mí. Muevo los pies por el pasillo amplio siendo franqueada por una docena de escoltas.

—Alessandro —demando.

—Mi señora.

—Háblame de Christian —ordeno mientras sigo caminado con él a uno pasos detrás de mí—. ¿Dónde se encuentra ahora?

—Recientemente se ha infiltrado en uno de nuestros clanes en busca de Orthrus —comenta—. Dejo una masacre a su paso.

Una sonrisa venenosa toma mi rostro.

—Pobre —gimoteo con peligrosa diversión—. Parece que todavía no supera la muerte de su querida esposa.

Tomo aire con cierta satisfacción al analizar mis planes y reafirmar que todo está saliendo justamente como quiero y llevo planeando por años.

—¿Tuvo ayuda? —pregunto con interés.

—Christian Black sigue trabajando por su cuenta.

Pienso en la porquería inmunda que tiene por familia, pienso en cada uno de ellos y en la felicidad que derrocharé cuando acabe con todos ellos. Recuerdo sus nombres, sus rostros, incluso, sus sonrisas. Me dan asco. Sin embargo, no es para nada comparado con el odio y repudio que siento hacia Christian Black.

—¿Qué hay de la otra escoria?

—Darren Valerius permanece inactivo ahora que las peleas clandestinas de Mckay le han cerrado las puertas. Muy pocas veces se ha reunido con su padre, Malik Valerius, y ha sido ubicado varias veces aquí, en Rusia.

—Por supuesto que sí.

Llego a una sala descuida, oscura y remotamente espaciosa. Las paredes despintadas entre gris y marrón me hacen arrugar la nariz. Solo cuatro de mis escoltas entran conmigo, los demás aseguran el perímetro. Me acerco al vidrio rectangular polarizando que es utilizado como una espacie de ventana y observo a la chica que pelea en la cámara de simulación.

Analizo sus movimientos, los músculos trabajados, la postura perfecta, los ojos calculadores, la fiereza con la que golpea sin dejarse de ver totalmente tranquila. Denota un peligro de pies a cabeza que me pone alerta y me recuerdo que no puedo permitir que se me salga de las manos.

—Extraordinaria ¿Cierto?

Muevo la cabeza, poniendo los ojos en el hombre que cruza por el umbral.

—Orthrus —digo a modo de saludo.

Sus ojos fríos y atormentados me reparan de arriba a abajo. Porta una gabardina grande y voluminosa del color de las plumas de un cuervo y sus labios se estiran en una sonrisa demasiado falsa a mi criterio. Fija sus ojos con descaro en el anillo que llevo puesto en el dedo anular. El anillo que le recuerda quien soy y el poder que tengo.

—Su excelencia —ruedo los ojos ante el tono sardónico, sin embargo, él no logra captarlo por los lentes que traigo puestos.

Hago todo lo posible para que mi desprecio no salga a la luz. Orthrus ocupa un puesto importante en mi venganza y lo necesito a mi lado hasta que deba desecharlo.

—Es buena sin duda alguna —regreso mi vista en la rubia—. Demasiado buena.

—Deberías tener cuidado —lo siento pegado a mi espalda. Mis escoltas atentos a cualquier movimiento de parte de el—. La estas convirtiendo en un arma de doble filo.

Estudio su técnica de ataque, la forma de terminar con cada amenaza que la simulación le presenta.

Demasiado buena.

—Estamos, cariño, estamos —medio ladeo la cabeza—. Recuerda, si pierdo te mato antes.

Calla por unos segundos. Mi piel siente su lenta respiración.

—No vas a perder —musita—. Porque eres tú quién está detrás del tablero, los dos sabemos que yo solo soy un peón en tu juego con Christian Black, un peón que piensa dejar que lo uses a tu placer.

No muevo ni un musculo como tampoco me molesto en decir algo.

—Ya ha pasado un año —susurra escabrosamente—. ¿Cuánto más debemos esperar?

—Christian no es el único que se está lamiendo las heridas —un látigo de regocijo me toma cuando se aleja de mi—. Y respondiendo a tu pregunta; Reanudaremos cuando yo así lo ordene.

—Por supuesto —concede—. Es tu venganza.

—Exactamente. Mía —camino sin cuidado por la sala—. Ahora, ¿Dónde está Robert? Detesto que me hagan esperar.

Orthrus se cruza de brazos a la vez que se encoge de hombros. Tuerzo los ojos y cuando dirijo mis ojos a la puerta de entrada por fin aparece.

Robert Donovan.

Alias Bobee.

Uno de los hombres de confianza de Christian Black.

Y mi espía.

—Mis disculpas por la tardanza —ofrece—. No tenía conocimiento de su visita.

No me molesto en responderle.

—Ocupamos un reporte inmediato sobre tu más reciente alumna —expone Orthrus—. Como veras, debemos cerciorarnos de que todo salga según lo pensado. No queremos fallas en el producto.

—Y no lo tendrán —afirma—. He estado trabajando en ella desde el día uno, la he vuelto más fuerte, más astuta, he afinado sus instintos y he reducido su sentido de empatía a nada. Es Impetuosa, peligrosa y sobre todo letal.

—¿En un año? —elevo una ceja.

—Recordemos que ha recibido entrenamiento desde que era una niña —camina hasta llegar al cristal—. Fue cuestión de pulir lo que ya estaba en ella, cuatriplicando su entrenamiento, fortaleciendo su mente, llevándola al límite más que a cualquiera que haya estado dentro de estos muros. Definitivamente convirtiéndola en la asesina perfecta.

Todo movemos nuestras miradas en la rubia que pelea a diestra y siniestra.

—Excelente resolución —manifiesta Orthrus—. Sin embargo, ¿Como puede ser la asesina perfecta si todavía no ha cometido el acto? No voluntariamente.

—Lo hará —asegura—. Ha entrado a la fase final.

—Eso espero —advierto—. Porque ella es mi mejor arma contra Christian Black.

Robert asiente. Lo evaluó con profundidad, considerando cuando me traicionará, porque sé que en el fondo les guarda cariño a los Black.

—¿Sospecha algo? —cuestiona Orthrus.

—Para nada —responde—. Ni ella ni nadie de la familia Black.

—Bien —grazno—. Puedes retirarte, nosotros seguiremos observando nuestro producto.

Nos da la espalda y pongo mi vista en el hombre de ojos grises.

—Si Alissa Black pasa la prueba final y regresa a Blackwood... —sonrió con perversión—. El verdadero juego iniciara. Un divertido juego desbordante de sangre y dolor.

Orthrus me sonríe con complicidad.

—Alissa Black, arma.

—Darren Valerius, detonador —a completo con la misma sonrisa.

Después de todo los hijos siempre serán el punto quiebre de un padre. Y el sufrimiento de Christian Black y de toda su asquerosa familia apenas comienza.

Porque Orthrus tiene razón, en este juego yo no voy a perder.

No.

En este juego yo soy la ganadora.  

DARKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora