Capítulo 16

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Interesante

Darren.

Llego a mi habitación ingresando directamente al baño para poder limpiar la herida, me contemplo en el espejo y me deshago de mi camisa. Observo la supuesta herida que tengo a un lado del abdomen al igual que las lesiones que tengo en el rostro.

Menudo imbécil.

Observo bien y solo es una raja larga, no es tan profunda, así que la pérdida de sangre no es tan excesiva como en el momento que fue hecha. Busco el botiquín, me lavo las manos con jabón y empiezo a limpiar la herida con agua oxigenada, después alcanzo la caja de suturas, la abro y saco una aguja de una bolsita. 

Empiezo a auto saturarme, siento el dolor, más no tengo la necesidad de quejarme sobre ello o hacer algún gesto, simplemente pasara, siempre pasa. Mi piel queda unida en una línea y respiro hondo. Cojo una venda esterilizada, limpio la sangre que rodea el área, aplico un ungüento, agarro un vendaje y me envuelvo en él. No hago nada con los golpes del rostro.

Me recuesto sobre la cama y mi mente trae los recuerdos de Alissa besando a Thomas, de Alissa tirando de la mano de Thomas, yéndose con él, su rostro preocupado en el entrenamiento, sus gritos. Jodida mierda. Lo de Nicholas en cierto modo fue... estimulante, sonrió al recordar su expresión preocupada ¡Ja! Idiota. Lo de la pelea solo fue una manera de indemnizar el cabreo que no me ha dejado respirar desde ese estúpido beso y me pregunto:

¿Desde cuándo me interesan las cosas que le pasen a ella o al mundo?

Chasqueo mi lengua en señal de frustración.

Me sé bien la respuesta, más no pienso admitirlo. Aunque no puedo negar que cuando se trata de ella soy un completo imbécil y lo compruebo gracias esa noche donde la volví a besar después de haber demandado que nada pasara entre nosotros. Debe de pensar que soy el mayor de los cabrones. Carajo. 

—Darren ¿Estás ahí? —la suave voz de Miranda se escucha detrás de la puerta.

No espera mi respuesta y entra dejándome ver su bonita silueta. A pesar de tener un poco más de cuarenta años Miranda es una mujer sumamente hermosa, sus facciones son muy parecidas a las de Alissa. Se sienta a un lado de mí, riñéndome con esos impecables ojos color azul turquesa.

—Michael me contó lo que pasó —inquiere— ¿Cómo está esa herida?

—Estupenda —ironizo y ella entrecierra los ojos.

—Debiste dejar que te la atendieran, pudo ser grave —reprende con voz dócil—. Alissa está preocupada.

—Ella siempre se preocupa —blanqueo los ojos.

Me sonríe cálidamente.

—Si, así es ella—concluye mientras acaricia mi pómulo derecho, mirándome de esa manera en la que las madres miran a sus hijos cuando están en sus brazos. Casi ruedo los ojos. 

Me concentro en su tacto y no siento absolutamente nada ¡Nada! Ni siquiera una pizca de apego o cariño y no es que la odie, simplemente no me importa su afecto, sin embargo, es una de las pocas personas que respeto de esta familia. Bueno, más o menos.  

—Bueno cariño, descansa y cuida esa herida —se levanta y se dirige a la puerta, no sin antes desearme buenas noches.

Pasan aproximadamente unas tres horas en la que estoy tumbando en mi cama sin poder conciliar el sueño. Maldita sea. Localizo mi móvil, lo reviso y me percato que pasan más de las dos de la mañana.

Necesito un trago.

Me levanto sintiendo algo de dolor emanar de mi costado, más lo ignoro. Bajo por las escaleras y entro por un pasillo que conduce a la cocina. 

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