Capítulo 4

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Wingsford

Alissa.

Camino temerosa por los sombríos pasillos de la mansión hasta llegar al gran salón. Observo todo el lugar con recelo. Todo está completamente oscuro, lo único que puedo divisar es la tenue luz de la luna que se refleja por el gran ventanal.

Avanzo hasta adentrarme a la mitad del salón. 

Algo anda mal.

Intento llegar al ventanal, pero mis pasos son detenidos al sentir un líquido debajo de mis pies descalzos. Entrecierro mis ojos tratando de averiguar que carajos estoy pisando. 

Mi presión baja al imaginarme de lo que se trata, sin embargo, prefiero no sacar conclusiones todavía. 

Me pongo en cuclillas para poder distinguir mejor la sustancia. Palidezco cuando el olor metálico invade mis fosas nasales.

Sangre. 

Un látigo de terror marca mis huesos cuando el salón es iluminado. Mis ojos viajan por todo el río de sangre que hay hasta llegar al causante de esta. Me quedo petrificada al fijarme en el hombre que yace en el suelo a unos metros de mí. Está totalmente muerto, pero tiene los ojos abiertos de manera perturbadora. Todo él está cubierto de sangre y reparo las grandes cortadas que tiene en diferentes lugares del cuerpo.

Tiemblo al percibir que no estoy sola, alzo la vista y contemplo los rostros familiares alrededor de mí y el cuerpo sin vida que cohabita en el piso.

Todos me miran satisfechos haciéndome sentir más aterrada de lo que estoy.

—¿Quién ha hecho esto? —pregunto con pánico a la respuesta.

—Tú —contestan todos al unísono, dejándome aturdida.

Los observo incrédulamente

¿Pero que están diciendo?

Me estremezco al sentir algo pesado en mi mano derecha, la levanto y contempló el cuchillo pringando de sangre. 

La dejo caer al momento mientras niego varias veces con la cabeza.

¿Cómo llegó eso a mis manos?

—yo no... no, no —murmullo débilmente.

Yo no pude haberlo hecho.

No, no pude.

Froto mi cara con mis manos en un acto de frustración, mis lágrimas no tardan en aparecer.

—Era un vil, Alissa —habla mi padre con detenimiento—. Merecía morir.

—Yo... yo no lo mate —digo entre sollozos.

La cabeza me da vueltas mientras me repito varias veces que no soy una asesina.

—Ya eres una de nosotros —vuelve hablar mi padre—. Una castigadora, una Black.

—¡No lo soy! ¡Cállate! 

Los miro atónita y todos empiezan a decir las mismas palabras unánimemente al mismo tiempo que caigo de rodillas y me llevo las manos al oído.

—¡NO! —grito con todas mis fuerzas—. ¡NO, CALLENSE! —vuelvo a gritar.

Abro los ojos abruptamente a la vez que me levanto de la cama quedándome sentada sobre el colchón. Llevo las manos al pecho sintiendo mi corazón latir con fuerza.

Ha sido una pesadilla.

—Una maldita pesadilla —me digo a mí misma mientras mi pecho sube y baja debido al mal sueño.

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