EPÍLOGO

6.4K 326 145
                                    

Lorraine

Emerald Hills sin lugar a dudas era una ciudad encantadora. Y mi condado favorito, Rellestt, había dejado sus calles a disposición del Carnaval de rubí, una festividad anual que tiene a la danza como protagonista y fui invitada para la inauguración. El carnaval duraba una semana, pero solo permanecí allí dos días, suficientes como para tomar unas lecciones gratis de un par de estilos danzarios y poder regresar a casa.

Estando de regreso a Heaven Gold City hice una parada en una cafetería de las afueras ya que fui a Emerald Hills en auto para ahorrarme el ajetreo del aeropuerto cuando de una ciudad a otra el trayecto en avión solo dura unos cuarenta y cinco minutos aproximadamente. Estaba cansada y necesitaba un café avainillado urgentemente.

Estaba disfrutando de mi expreso con vainilla y un croissant de chocolate cuando el ruido de un bebé me distrajo. A unas tres mesas de distancia había una mujer meciendo suavemente a un bebé que no superaba los seis meses de edad. La madre de encrespado cabello negro le enviaba miradas furtivas de disculpa a los presentes, pero el bebé aún se mostraba inconforme y molesto.

Cuando los ojos marrones de la madre se posaron en mí para emitir su disculpa silenciosa, le sonreí y negué con la cabeza para que no se preocupara. La entendía, Mateo también solía armar berrinches en lugares públicos y más recientemente me había pasado lo mismo con Makena.

Iba a acercarme a ella para ver si mis encantos de mamá lograban calmar al bebé, pero justo cuando estaba por levantarme llegó un hombre robusto, algo hosco y de expresión malhumorada y se sentó frente a ella. Comprendí que él debía ser su esposo y padre del niño, por lo que me abstuve de intervenir.

Pero mi abstinencia duró muy poco, ya que al rato escuché toda una serie de improperios muy toscos salir de la boca de ese hombre con destino directo hacia la madre y su hijo. Frases como "¡Haz que se calle ese estúpido mocoso!", "Nos van a echar de la cafetería por tu incapacidad como madre" y "Cuando lleguemos a casa verás lo que te espera" llegaron tanto a mis oídos como a los del resto de los presentes, porque ese tipejo ni siquiera se molestaba en hablar en voz baja. Noté que varios se mostraron molestos por los comentarios tan agresivos de ese hombre, aunque nadie se atrevió a entrometerse.

Pero yo sí.

Mi alarma de abusadores se había encendido y me dediqué a estudiar a dicho individuo y sus herramientas de intimidación. Primeramente, usaba un tono brusco y casi amenazante para referirse a ella, y esta a su vez se encogía en su asiento y abrazaba a su bebé como si se estuviese haciendo más pequeña. Podía ver claramente en sus ojos cómo se auto-menospreciaba, creyéndose cada palabra que emitía ese tipo. Bajaba la mirada, no rebatía palabra alguna, se mostraba temerosa, cuidaba sus movimientos para no hacerlo enojar aún más… Lucía exactamente como yo hace años atrás.

Mi análisis se vio interrumpido por la llegada de la camarera que atendía su mesa. Dejó la orden y se marchó al instante. La cara del tipo se transformó en furia pura al ver que la mesera había traído hamburguesas cuando, al parecer, él le había ordenado a su esposa que pidiera tacos. Lo más pequeño que hizo fue llamarla estúpida y lo más grande fue lanzarle una hamburguesa a la cara sin importarle que pudiera herir al niño.

Listo, se acabó.

Abandoné mi asiento y me dirigí con grandes zancadas hacia su mesa. La pelinegra había comenzado a llorar silenciosamente y ese imbécil le estaba levantando la mano, dispuesto a golpearla, cuando lo tomé del antebrazo y se retorcí hacia atrás sin importarme que rabiara de dolor.

—¿¡Pero qué…ah!? —chilló esto último cuando tiré de su extremidad con más fuerza—. ¡Suéltame, loca!

—No pienso hacerlo —farfullé y me valí de mi agarre para torcer todo su brazo hacia atrás, aplicándole una llave—. Esto es lo que le hago yo a los abusadores como tú.

Contrato: "Familia en Arreglo"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora