Años atrás, cuándo era apenas un niño, se enamoró por primera vez. Podría decirse que le gustaba un poco un pequeño infante que conocía. Ese pequeño niño que paseaba por los campos del pueblo, recolectaba las manzanas más rojas y parecía soñar despierto durante todo el día, sin preocupaciones y sin nadie que pudiera molestarlo o sacarlo de su pequeña nube de la ignorancia.
Recuerda que tenía unos seis años la primera vez que habló con él. Se encontraba buscando las más jugosas ballas cuándo casi de inmediato reconoció a su compañerito de clases, aquel pelirrojo que prácticamente no hablaba, que se pasaba las clases completamente distraído, aquel al que conocían como el niño soñador.
Se acercó a él, escuchando el relajante sonido que hacia la corriente cuándo arrastraba con violencia el agua del río, a tan solo unos metros de distancia.-¡Hey, niño!-Le gritó desde la lejanía, escuchándose más tosco y hostil de lo que hubiera preferido.
Ante su fuerte voz, el niño que se encontraba subido en algún resto de tronco de lo que alguna vez fue un árbol, ahora talado, se tambaleó y pronto cayó al piso, manchando su perfecto vestuario.
Katsuki corrió hacia él deprisa, todo lo que sus pequeños pies le permitieron.-Auch. Eso dolió.
-¿Te encuentras bien? lo siento mucho, no pretendía asustarte.
-Estoy bien, tranquilo.-Se levantó con algo de ayuda.-¿Qué pasa? ¿Por qué me llamabas?
-Bueno, es porque quiero ser tu amigo.
-¿Amigos? pero si no te conozco.
-Voy a la misma escuela que tú, pero no creo que jamás te hayas fijado en mí.
-Lo siento, pero no me suenas.-Se limpió el polvo de sus rodillas con sus manos.-Aunque supongo que ya sabrás que no suelo prestarle atención a nada, o al menos eso dicen.
-Sí, eso dicen. Pero eso no me importa en absoluto, aún así quiero ser tu amigo. ¿Te gustaría?
Le ofreció su mano, para que este la estrechara, para así poder saber si aceptaba su propuesta o no. Eijiro lo miró a los ojos durante unos segundos, sin saber muy bien que hacer, pero pronto una suave sonrisa se asomó en sus labios y estrechó con fuerza su mano contra la suya.
-Está bien, seamos amigos.
Katsuki sonrió mirando ambas manos entrelazadas, se percató de los rasguños que tenía Eijiro en estas a causa de la caída.-Ven, vayamos al río a limpiarte esas heridas.
Y condujo a ambos hasta allí. Una forma algo peculiar de conocer al amor de tu vida.
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¿Quién iba a decirle que pronto se enamoraría perdidamente de él?
Que todos sus suspiros serían causados por el encantador y joven Eijiro, que no podría vivir mucho tiempo sin él, que lo imaginaria día y noche y soñaría despierto con la dulzura de sus besos y el tacto de sus labios contra los suyos.¿Quién iba a decirle que su amado Eijiro también sentiría lo mismo por él? Que le permitiría cada vez que quisiera comprobar cómo se sienten sus besos o como de suave era su piel, esa que sin pudor alguno le mostraba durante las noches más oscuras, tan sólo cuándo estaban a solas. Pero cada vez que lo besaba, lo tocaba, lo imaginaba o soñaba con él, sentía que algo malo lo estaba esperando detrás, que aquel cuento de hadas no podía ser real.
Quizá sentía eso porque estaba maldito, prácticamente desde el momento en el que llegó a este mundo, tenía una maldición a sus espaldas.
Venía de familia, y ni siquiera sabía cómo había surgido. Pero todos sus familiares afirmaban que tenían una maldición que pasaba de generación en generación, acechando desde más tiempo del que imaginaban. Y es que, la familia Bakugou tenía una maldición, dónde nunca les iría bien en el amor. Katsuki estuvo años pensando que él tal vez podría ser la excepción, porque Eijiro y él eran perfectos, pero tiempo después se percató de que ni siquiera él podía salvarse de aquella maldición familiar.
Todos los días, sin falta, Eijiro y él discutían y peleaban, tan sólo para reconciliarse en las noches y volver a enamorarse. Nadie más podía ponerlo tan triste cómo el pelirrojo, pero nadie más podría tenerlo tan cerca de tocar el cielo.
No sabía lo que estaba haciendo ni en lo que estaba pensando, pero pronto, por su culpa y solo su culpa, se rompieron en mil pedazos, se vinieron abajo junto con su amor que seguía intentando aguantar en aquella batalla. Eventualmente, se separaron el uno del otro. Y nunca más lo volvió a ver, cómo si Eijiro se hubiera desvanecido junto con su amor, para jamás volver.
Tocaba la puerta de su casita, esa que parecía la pequeña casa de un hada, esperando una respuesta, pero nadie abría la puerta, nunca. Visitaba a diario el río en el que iban constantemente, pero nunca lo encontraba allí, tan sólo a algún pescador, visitaba los manzanos a los que solía ir constantemente, pero allí no se encontraba ninguna cabellera del color del fuego. Era como si de repente su amado hubiera desaparecido. Preguntaba por todo el pueblo, pero nadie sabía decirle dónde podía encontrarlo.
A día de hoy, sigue sin encontrarlo. Pero tiene esperanzas en que algún día, de la forma más inesperada posible, lo encontrará de nuevo. Y cuándo eso ocurra, ambos comenzarán de nuevo, porque sólo así podrá dejar de creer que está maldito. Está enamorado de aquel cuento de hadas del pasado, aunque duela como nada más en este mundo. Sabe que han pasado treinta años desde la última vez que lo vió, sus barbas blancas ya se asoman por su barbilla a pesar de que siga afeitándose, Eijiro jamás lo reconocería ahora, y él tampoco lo reconocería si lo viera, es lo más probable. Seguía en el mismo pueblo de cuento de hadas, dónde ya lo conocían como "el hombre esperanzado" algunos hasta se atrevían a llamarlo loco. Pero no le importaba si había perdido la cabeza por completo, ya estaba lo suficientemente gafado.
Seguiría soñando con que su romance de cuento de hadas tuvo una magnífico segunda parte, dónde Eijiro y él se reencuentran años después, en ese mismo pueblecillo de fantasía. Él estaba maldito, ya nada le importa, pero Eijiro seguiría siendo un cuento de hadas, o al menos en sus maravillosos y fantasiosos recuerdos.
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One shot Bakushima
FanfictionHistorias cortas e independientes sin ninguna conexión entre ellas basadas en canciones