XXXV: "No es un tal vez".

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Él sonrió, besando mis labios en cuando me vio nuevamente tras un mes de paciencia de ambos

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Él sonrió, besando mis labios en cuando me vio nuevamente tras un mes de paciencia de ambos. Sus manos revoloteaban en mi cintura, las yemas de sus dedos rozaban con cuidado la piel de mis caderas mientras mis manos jugaban con el nacimiento del cabello de su nuca. Él murmuraba cosas que apenas se oían a través del ruido de las aves en donde se nos había ocurrido reunirnos para la ocasión.

Era un día soleado, tal como el verano lo indicaba, no era caluroso, solo lo suficientemente cálido para estar por allí, jugueteando como niños pequeños en un idilio de amor y reencuentro. La glorieta nos cubría de aquel sol, estaba rodeada de enredaderas y pequeñas flores silvestres regadas por las columnas blancas que estaban alrededor.

-Hola...-Me saludó, después de regarme la cara de besos. Sus manos retiraron el flequillo que me había crecido y había olvidado levantarlo en un tupé por la prisa de venir enseguida aquí desde el aeropuerto-. Tienes ojeras algo grandes, mi amor... ¿Has dormido bien?

-Si, eso creo...-Me encogí de hombros, abrazándolo más fuerte cada vez más. No me cansaba de sentirlo cerca, de hecho, desearía que nuestras pieles fuesen más delgadas para sentirnos más cerca-. No mucho en los últimos días por esperar este día... ¿Cómo has estado?

-Eso me lo preguntaste hace dos horas, niño bonito-Se rio, acariciando mi mejilla con la yema de sus dedos y sosteniendo mi mirada con cariño, ¿no se cansaba de ser tan precioso?-. Estoy de lo mejor ahora que ya te tengo aquí...-Sonrió. Él me levantó por los muslos y mis piernas se enredaron en su cintura, entrelazando mis pies-. ¿Y tú?

Sonreí, sin poder evitarlo.

-Estoy bien.

Esta vez ya no era una mentira.

* * *

Sus labios viajaron hacia mi cuello y los míos a sus clavículas, ambos provocándonos sensaciones indescifrables mutuamente. Sus dientes se ceñían en mi cuello, haciendo una marca que después sería violeta, en cambio los míos hacían una marca en sus clavículas y en su pecho. Él gemía bajito, golpeando sus caderas con las mías y me froté contra él, revolviéndome entre sus brazos al sentirme cada vez más cerca, él tomó mi falo y comenzó a masturbarlo, haciendo un maravilloso desastre conmigo debajo suyo.

Él tomó una de las flores regadas en el suelo y rozó los pétalos con el contorno de mi rostro, mirándome fijamente, como si estuviera admirando algo inefable de mi, algo que yo no sabía que existía o ni siquiera era consciente de ello. Las últimas embestidas fueron acompañadas de pequeños besos muy profundos en donde se apreciaba el té de manzanilla que él había tomado antes de que el picnic se convirtiera en otra cosa.

Él llevaba flores enredadas en el cabello, escondidas casi perfectamente y caían en mi frente cuando él embestía y su cabeza se sacudía y aquellas pequeñas flores blancas se desentrelazaban de su cabello rubio. Sus mejillas estaban rosáceas por el esfuerzo, apenas coloreadas como el pétalo de la flor con la que delineó mi rostro.

Y, en aquella glorieta, solo se podían escuchar los gemidos que ambos compartíamos y otros se silenciaban en nuestras bocas. Se podían apreciar las caricias que ambos destinábamos al otro, acariciando con ligereza la piel del otro que tanto amábamos, revoloteando nuestras bocas en otros sitios del cuerpo del otro hasta que gemíamos alto y llegaba el fin de aquel acto consumado entre flores pequeñas blancas y rosas, regadas alrededor de la superficie de la glorieta.

Tal vez el amor podría herir pero lo cierto es que también sanaba.

* * *

Aquella noche, él acostado en mi estómago en el césped a un lado de la glorieta sobre la sábana blanca de repuesto que se me había ocurrido traer, él miraba las estrellas que formaban constelaciones como las de su espalda, con anhelo, levantando sus brazos hacia el cielo mientras yo acariciaba su cabello rubio que había quedado algo lastimado al haberlo jalado de aquella zona anteriormente. Él sonreía como un niño en una mañana de navidad ante cada caricia y cada vez se acurrucaba encima de mi, su cabeza en mi pecho y su cuerpo ampliamente apoyado en el mío, y yo simplemente lo rodeaba en mis brazos al no tener la menor intención de dejarlo ir, no más, no quería apartarme de esa emoción tan voraz.

-Te amo-Él dijo-. Te amo como las princesas aman a sus príncipes, te amo como una rana ama a su sapo, te amo como unos de aquellos días en los que te levantas y te sientes indescriptiblemente feliz, tal como esta noche en la que amas las estrellas de esta noche. ¿Por dónde empezar? Eres maravilloso Ian y nadie tiene el derecho para decirte lo contrario, porque eres un maravilloso desastre en este mundo. Alguien de quien se puede extrañar como un loco, alguien con el que ansías acostarte a su lado, con este paisaje diario, es algo inefable por lo cual no se puede expresar fácilmente en palabras, ¿acaso eso es posible?-musitó para comenzar a reír -. Claro que es posible... eres Ian Hargitay.

-Ese es el ejemplo de amar más extraño que me hayas dicho alguna vez-Sonreí, él subió un poco hasta llegar a la altura de mi cuello y yo apoyé mis labios en su cuello, sacándole risas inmediatas-. Te amo, tal vez más de lo que alguna vez creí que hubiera un límite y el tiempo pasa rápido, ¿un año y medio? Te amo, definitivamente lo hago porque eres Liam Belzer.

-Entonces estamos de acuerdo.

Sonreí, besando tras su oreja y acariciando su abdomen bajo la ropa, él giró su rostro, lo justo para que sus labios me dieran otra caricia en aquella noche.

-Y no es un tal vez.

Palabras de miel.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora