XLVII: "Pequeña risa"

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Ian amaba a Liam

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Ian amaba a Liam.

¿Como podía no hacerlo?

Lo seguía haciendo después de casi ocho años sin verlo pero en realidad, se veía muy lejano aquel lindo rostro con una gran sonrisa y los ojos más amables y brillantes que podían existir, si no fuera por las fotos de él, probablemente no podría evocar perfectamente a su mente el contorno de su rostro y era extraño, le resultaba atípico porque si bien su rostro era imposible de olvidar, probablemente su propia mente le estaba obligando a desprenderse de un recuerdo fantasma que nunca iba a poder volver a sus brazos, nunca más. Había logrado enfrentar todos los miedos que tenía gracias al Dr. Downey, quien veía muy feliz el avance que Ian tenía en su persona, había logrado hacerlo por sí mismo y no por otra persona y eso lo mantenía feliz y agradecido consigo mismo, finalmente había dejado la dependencia emocional de lado y había adquirido la ayuda profesional que necesitaba.

Y es que, su salud mental era lo más importante ahora; había vencido a sus trastornos de alimentación en donde no comía por días hasta desmayarse, se había despedido del insomnio y lo único que restaba de ello eran las ocasionales pesadillas que lo asaltaban cuando sentía la soledad acuchillar su piel, había comenzado a hacer ejercicio más ocasional para mantener la concentración en su punto y no descuidarse a sí mismo como se había acostumbrado a hacer. Se sentía bien, estar sano emocionalmente era la gloria para el eco de sus pensamientos de castigo y de reprimendas constantes, ahora podía tener el control de sus pensamientos, de aquellos sentimientos que en algún momento le asfixiaron y podía manejar sus comportamientos y no, no estaba curado pero las recaídas no eran tan horribles como lo solían ser.

Había entendido que tenía que enfrentar los desafíos que tenía pendientes, ahora aquellos problemas imposibles los podía ver en una diferente perspectiva que no le provocaba un nuevo ataque de ansiedad. No es como si Ian fuera feliz todo el tiempo, de eso no se trataba el tener una buena salud mental, sino de poder lidiar con los cambios de la vida y pedir ayuda, oh, a Ian le gustaba mucho pedir ayuda cuando la necesitaba por lo que se había unido a grupos de apoyo para compartir su experiencia y aprender más de otras personas en una situación parecida a la suya. Se sentía cómodo, seguro y listo para enfrentar las cosas que había dejado pendientes, lo sabía.

Él miró su tablet vieja con indecisión, hacer aquello era un gran paso para él. Navegó por la web mientras compraba boletos para enfrentarse a los monstruos del pasado, vale, tenía que hacerlo, había esperado mucho y su psicólogo opinaba que ya era hora de hacer las paces. Suspiró, caminando alrededor de la habitación, siendo animado por su mejor amiga, Ariana, mientras recitaba el mismo mantra memorizado frente al espejo:  “Om Sarvesham Svastir Bhavatu.”

Ian había madurado, sus facciones físicas inclusive lo decían. Su mandíbula se había endurecido y tenía una barba ahora en su rostro, la mirada era decidida aunque siguiera siendo el crío que se emocionaba con cada noticia que recibía de Owen acerca de su familia, su cabello seguía acomodado en el mismo tupé de siempre, la diferencia era que ahora el chico había gastado mucho su visión con tantas horas de lectura en libros para su estudio por lo que ahora usaba gafas de pasta delgada. Pero su actitud también lo había hecho esta vez, estaba decidido a tener paz en su vida finalmente.

Ian sentía con tristeza en ocasiones aquella vuelta que había dado su vida y la sonrisa que llevaba lo hizo en algún momento, sentirse culpable; recordaba que debía acabar ese tipo de pensamientos para liberarse de la cruz que cargaba desde hace años, era hora, era el día, era el momento en que cumplía 29 años y finalmente pudo alejar aquellos razonamientos tras una ardua lucha entre su misma persona en cuatro tiempos de vida distinto: antes de conocer a Liam, siendo feliz con Ian, siendo desdichado sin Liam y resurgiendo como un nuevo ser tras años de preparación.

Dejó de sentir que no era suficiente bueno para alguien y entonces aprendió a quererse lentamente a través del gran lapso de tiempo que había transcurrido, era el tipo de persona del cual su yo pasado podía enorgullecerse ahora, era el tipo de persona que deseaba ser con todas sus fuerzas tras una larga lucha que había sido ardua de ganar, en la que hubo muchos tropiezos pero de alguna manera salió victorioso más no ileso. Era aquella persona por la que había dedicado los últimos años a mejorar y realmente se sentía bien. Sin mentiras de por medio, finalmente bien.

Libre.

Ian seguía su terapia, solía escribir en el tiempo libre que su trabajo le permitía y se mostraba satisfecho al releer sus propias vivencias y ver en la persona en la que se había convertido, se sentía orgulloso del progreso que había hecho y además de haber amado con intensidad. Podía ser inclusive que su corazón finalmente pudiera amar en su totalidad sin temor de tener temor alguno mientras se podía entregar completamente a aquella persona pero sinceramente no buscaba a nadie en ese momento, que no fuese Liam Belzer, y siendo ese caso, lo veía imposible.

Ariana se marchó de su apartamento con una sonrisa victoriosa, seguida de un Owen con una sonrisa traviesa y pícara que el hombre castaño dejó pasar, realmente le había dejado de importar realmente las travesuras que aquel par de esposos hacían cuando venían a su casa cuando no tenían nada que hacer en su vida, como si la bebé que la chica nuevamente castaña traía en sus brazos no fuese demasiada responsabilidad en su vida.

Ellos lo habían ayudado tanto y estaba tan agradecido de haber encontrado a aquellas maravillosas personas quienes se habían asegurado de que siguiera por el camino correcto a la sanidad. Los apreciaba tanto, además, ese bebé... Era realmente bonito. Sonrió, apenas un poquito.

El celular empezó a sonar a lo lejos pero entonces el hombre castaño se negó a abandonar el sofá tan suave que había adquirido recién por lo que dejó que pasara la llamada. Y así, hasta que el celular volvió a sonar e Ian enterró su cabeza en un cojín para no oír ese molesto tono que le interrumpía su película favorita, o sea Titanic. O sea, faltaba realmente poco para que Jack le cediera la tabla a Rose y la chica lo dejara morir allí, y aunque Ian se sabía la escena de memoria, él realmente disfrutaba de revivir aquella escena en la que sus memorias volvían atrás a cuando él y aquella persona estaban en un sofá parecido, disfrutando de la película cuando justo en ese momento, se empezaba a poner la cancioncilla de My Heart Will Go On, y sus recuerdos evocaron ese entonces en los que sus labios se dieron un roce por primera vez.

Sonrió, plenamente. Recordar aquel beso siempre le levantaba los ánimos, en cualquier momento del día.

Pero a Ian ya le molestaba realmente los tonos de su celular y bufó, rindiéndose mientras dejaba la tablet en la mesa de café que había comprado recientemente y entonces caminó por casi toda la casa en una búsqueda de su celular, hasta que finalmente lo encontró y vio con odio la barra de notificaciones la cual marcaba 10 llamadas perdidas de un número desconocido.

—¿Hola?—Descolgó, apenas la siguiente llamada comenzó—. Disculpe, no le tengo agendado por lo que probablemente se trate de un número equivocado. Y...—El castaño vio el código de Noruega allí y entonces, su voz se hizo pequeña de pronto, dejando de hablar en inglés y apretando los labios antes de hablar en noruego—. Disculpe... ¿Con quién estoy hablando?—preguntó, con una voz casi inexistente—. Uh... Soy Ian, por lo que podrías decirme quien eres, ¿por favor? ¿Hola?—Los labios de Ian temblaron mientras su voz se hacía más pequeña y amenazaba con romperse en cualquier momento. Hubo un gran silencio en el que se oía una suave respiración al otro lado que de pronto soltó una pequeña risa y el cuerpo de Ian reaccionó al instante, estremeciéndose al reconocer la risita que aquella persona dejó escapar.

Y entonces, la otra persona colgó.

Palabras de miel.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora