CAPÍTULO 1

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El Chrysler negro de cuatro puertas se detuvo frente al Hospital Municipal Miguel Couto, uno de los más antiguos de Río de Janeiro, y que a pesar de las dificultades sociopolíticas, seguía prestando un servicio decente a la comunidad.

Marcelo Nascimento miró a través del cristal tintado del lujoso auto, el logo que representaba al Morro Dos Hermanos con una cruz blanca, mientras esperaba pacientemente a que su chofer le abriera la puerta.

Al bajar, sintió cómo inmediatamente el calor del clima veraniego se le metió en el cuerpo, suponía que no debía estar a menos de cuarenta grados; de inmediato se arrepintió de haber abandonado la comodidad de su auto, pero no tenía opción, así que suspiró, y con el movimiento relajado de sus dedos se abotonó la chaqueta del traje de tres piezas que llevaba puesto. Dirigió la mirada gris hacia el hombre moreno a su lado, resuelto a cumplir con el inoportuno acontecimiento que se le había presentado.

—Ve a dar una vuelta, te llamaré en cuanto esté por salir. —Le ordenó con el tono impersonal y decisivo que lo caracterizaba. Sin ser plenamente consciente de que era el centro de atención de algunas miradas de la gente que estaba sentada en las escaleras del frente.

—Sí señor. —Movió la cabeza de manera afirmativa mientras cerraba la puerta, ratificando que había entendido la orden de su jefe.

A pesar del intenso calor que lo agobiaba, Marcelo subió con gran pasividad los escalones que lo condujeron a las puertas dobles de cristal de la entrada, ignorando soberbiamente a los hombres, que parados a cada lado, resguardaban el lugar.

Pensó que al entrar tendría la indulgencia de disfrutar de un aceptable cambio de temperatura, pero apenas lo notó; lo que dejaba claro que el aire acondicionado era totalmente precario. El ambiente era insoportable no solo por el calor sino también por el ajetreo de personas, quiso acercarse a recepción a preguntar, pero ver a la robusta mujer, agitada por atender a quienes esperaban, lo hizo desistir.

Así que en el vestíbulo del hospital sacó su teléfono del bolsillo del pantalón, al tiempo que trataba de aislarse totalmente de todo lo decadente que le rodeaba, deseando terminar cuanto antes con eso y largarse de allí. Marcó al número que ni siquiera había registrado y que insistentemente lo había llamado durante toda la mañana; después de haber perdido la paciencia, le pidió a su secretaria que llamara a ese número, porque él desde su teléfono no atendería a ningún desconocido; la noticia que le dieron no lo sorprendió para nada, pues desde hacía muchos años esperaba que algo como eso sucediera.

João estaba con la mirada fija a través del cristal de la ventana, observando atentamente cómo una paloma que había montado su nido en el alero, alimentaba a sus pichones, los que con un tembloroso movimiento de sus alas carentes de plumas le exigían atención, mientras él tomaba de su quinto café; ya no encontraba en qué poner su atención, tratando de recargar sus niveles de paciencia y aguardar estoicamente por alguna noticia de su amigo.

Una vez más el teléfono le vibraba en el bolsillo del pantalón, lo sacó y al ver el remitente se sintió aliviado de que fuera quien tanto esperaba y no un compañero de trabajo para preguntar cómo seguía Cobra.

—He llegado, ¿dónde lo tienen? —preguntó Marcelo sin rodeos y sin fijar la mirada en la gente humilde que lo rodeaba, todas con la preocupación y el cansancio marcando sus facciones.

—Sube al primer piso, a la derecha —respondió el moreno de ojos verdes, al tiempo que se levantaba de la silla metálica. Se bebió de un trago lo que le quedaba del café y aplastó el vaso al empuñarlo. Sin sorprenderse ante la falta de cortesía de Marcelo, quien no se tomó la molestia de saludarlo.

Mariposa Capoeirista (Libro 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora