CAPÍTULO 24

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Alexandre despertó casi un minuto antes de que sonara la alarma, lo que le dio tiempo a desperezarse y desactivar el aviso antes de que lo perturbara el molesto sonido; salió de la cama y se fue al baño, se cepilló los dientes y se lavó la cara, solo llevaba puesto el bóxer y se puso por encima un pantalón azul eléctrico de chándal.

Antes de salir de su habitación ya el aroma a café inundaba el ambiente, una de sus manías era programar la cafetera antes de irse a dormir, así justo al despertar ya tendría su dosis de cafeína.

Agarró las tobilleras estabilizadoras y se fue a la cocina, se sirvió una generosa taza de café, una manzana verde y salió del apartamento, se fue a la azotea por las escaleras mientras disfrutaba de su aperitivo preentrenamiento.

Dejó la taza vacía sobre una banca, todavía no salía el sol cuando se puso las tobilleras y empezó su entrenamiento, que iniciaba con estiramientos, capoeira y por último una serie de ejercicios constantemente variados y de alta intensidad.

Al terminar ya el sol había despuntado completamente, y él estaba bañado en sudor, con el cuerpo todo tembloroso y algunos músculos adormecidos, pero con las energías renovadas.

Bajó rápidamente y se duchó, una vez más se integraba a su agitada rutina laboral y sabía que le esperaba un día de mierda en medio de la putrefacción de los cadáveres que iban a buscar.

Había avanzado un par de calles cuando una vez más a través del retrovisor reconoció la moto que lo había seguido la noche anterior, inevitablemente sus nervios comúnmente de acero se vieron alterados, pero se obligó a mantener la calma y la distancia.

Echó varios vistazos, asegurándose de que no era Nardes quien lo seguía, porque ninguno de los dos hombres correspondía a la contextura del maldito; sin embargo, no podía descartar que no fuesen algunos sicarios mandados por él.

Trató de perderlos al zigzaguear entre el pesado tráfico de la primera hora de la mañana; decidió que no era prudente desviarse de su destino, porque era mejor ponerse a salvo en la comisaría.

Entró al estacionamiento y se quedó encima de la moto, manteniendo el equilibro con los pies apoyados en el suelo, mientras los latidos del corazón se le agudizaban; se encontraba en total tensión, con el odio palpitante y con la mirada atenta, mientras empuñaba la culata de la Glock.

No pensaba huir, si iban por él ahí iba a esperarlos, pero después de más de un minuto no pasó nada, en el lugar subterráneo solo se escuchaba su respiración y un lejano eco proveniente de la calle.

—Hermano, ¿de vuelta al trabajo? —Juninho le palmeó un hombro.

Alexandre apenas se sobresaltó debido a su autocontrol, pero realmente lo había asustado, inhaló profundamente para calmar los latidos apresurados.

—No queda de otra —dijo soltando la culata del arma y bajó de la moto, sintiéndose aliviado.

Ambos entraron al ascensor y cada uno se dirigió a su puesto. Alexandre fue recibido en medio de palmadas en la espalda y palabras alentadoras.

Ni siquiera le dio tiempo de reposar el culo en el asiento cuando Souza anunció que debían prepararse para ir por los cuerpos que según Vidal había desperdigados en su mayoría en las reservas naturales de la ciudad.

El equipo de peritos inmediatamente se puso manos a la obra, él buscó en el cajón inferior de su escritorio la cámara fotográfica principal, a la cual le puso la batería y la revisó, seguro de que estaba perfectamente operativa la dejó en la encimera, sacó también la cámara auxiliar, igualmente la verificó y la guardó en el bolso, donde también echó un par de baterías de repuesto para el flash y para las cámaras, tarjetas de almacenamiento, testigos métricos y flexómetro, escala para lesiones, un filtro polarizador circular, un objetivo estándar y otro de una de gran angular, además de otros implementos necesario para su día de trabajo.

Mariposa Capoeirista (Libro 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora