CAPÍTULO 25

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Giovanni Vidal le había mostrado dónde estaban todos los cuerpos, lo que empezaba a extrañarle al apartamento científico y criminalista era que no había seguido el mismo patrón con todos; sin embargo, no le restaban ingenio a la manera tan brutal en la que había cometido cada aberración y su maestría para esconder los cuerpos.

Durante los incontables interrogatorios que le habían hecho, él había confesado que desde muy temprana edad empezó a fantasear con sentir lo que sería quitarle la vida a alguien, y practicaba con algunos animales, a los que desmembraba y le sacaba los ojos; deseos insanos que mantuvo en secreto por mucho tiempo y que muy probablemente si hubiera tenido la posibilidad de mantener el engaño por siempre no habría pasado nunca a la acción criminal, pero cuando vio tan feliz a Daniela Sutilli el desastre fue inminente; descubrió su falta de sentimientos y salió a flote su verdadera esencia.

Relataba los hechos sin sentir el mínimo resentimiento, miraba directamente a los ojos con expresiones cuidadas, usando un tono de voz siempre prolijo, dispuesto a conversar y colaborar, porque él era consciente de que había cometido a sangre fría crímenes despiadados.

Aunque muchas veces terminaba contradiciéndose, su teoría de mayor peso era que existía «otro yo», uno que no podía controlar; aseguraba que sentía cómo se apoderaba de él, obligándolo a actuar de esa manera en la que el verdadero Giovani, el hombre amable, el trabajador no pudiera evitarlo.

Llegó el punto en que sus ojos grises enrojecidos por la falta de sueño se achinaron, mostrándolo como un ser maligno cuando Moreira le anunciaba todo lo que le esperaba al Giovanni amable y al despiadado, porque ambos debían pagar las consecuencias de sus actos.

Como si comprendiera que debía actuar de manera distinta, como si fuese un robot que debía programarse para mostrar otros sentimientos empezó a llorar en medio de sollozos, manifestándose enfáticamente sufrido.

Lo que él no sabía era que el psiquiatra lo estaba observando a través del espejo de expiación y sabía que un psicópata como Vidal no poseía en absoluto la capacidad de sentir, simplemente estaba tratando de engañar a quienes lo rodeaban. No estaban tratando con un hombre sano, sino con alguien que sugería ser una máquina sutilmente construida para copiar la personalidad humana perfectamente.

—Nada conseguirás con llorar como un marica —sentenció Moreira—. Tu cuento del «otro yo» no me lo creo; y en el punto en que estás, lo que valen son los hechos, no las mentiras. Así que te repito la pregunta, ¿dónde está Naomi Barbosa? —interrogó tajante, apuntando con su dedo la foto de la turista portuguesa que reposaba sobre la mesa de metal.

—No lo recuerdo, no lo recuerdo —respondió lo mismo que venía diciendo desde que les mostró dónde estaba el último cuerpo y no hallaron el de la turista.

Hasta ahora tenían casi todas las piezas del rompecabezas, de los veintidós cuerpos encontrados habían cotejado el ochenta por ciento y todos pertenecían, en su mayoría, a niños y niñas entre los ocho y catorce años, que habían sido reportados por sus familiares como desaparecidos.

Todas las víctimas habían estado en cautiverio por semanas y habían sido terriblemente torturadas, lo que mantenía a la nación alarmada; pero la pieza que no terminaba de encajar era que algunas de las víctimas, sobre todo las mujeres que pasaban los veinte años, no habían sido torturadas ni abusadas sexualmente, la causa de la muerte había sido por una sobredosis de morfina, que en algunas provocó paro cardíaco, y en otras paro respiratorio, procediendo después a desmembrarlas.

Tampoco daban con el paradero de la turista, lo que les hacía suponer que seguía con vida, encerrada en algún lugar; pero Moreira había jurado que le sacaría la información, así fuese a patadas.

Mariposa Capoeirista (Libro 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora