CAPÍTULO 50

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Samuel entró a la boutique con paso acelerado e imponte, llevaba una mano metida en el bolsillo del pantalón y en la otra un folder que contenía una imagen satelital. Apenas correspondió con un ligero asentimiento de cabeza a los saludos de quienes trabajan en el lugar.

Sin tocar la puerta irrumpió en la oficina de Rachell, quien en ese momento hablaba por teléfono. Ella se mostró perturbada por la inesperada invasión.

—Está bien... Janeth, se me ha presentado algo, te llamo luego. —Terminó la llamada sin quitar la mirada de su marido, que a decir por su apariencia estaba furioso; los ojos color mostaza parecían dos faroles que la encandilaban.

Él sacó del folder la imagen y la plantó sobre el escritorio. Los ojos violetas de Rachell se posaron sobre el punto rojo, que inmediatamente Samuel apuntó con su dedo.

—Ahí está tu hija... ¿Sabes dónde es eso? —preguntó irónico y muy molesto, pero al ver que ella solo lo miraba perpleja agregó—. En Río, y no precisamente en la casa de mi tío. —Retrocedió un paso e hizo un ademán acusatorio—. Ahí tienes, para que sigas brindándole confianza. Esa nota que te envió, en la que me culpaba, no es más que una excusa para irse con ese hombre, como tanto deseaba. —Empezó a caminar de un lado a otro en la oficina, sintiéndose cada vez más molesto, porque entre más trataba de entender a su hija menos lo hacía.

—A eso la llevaste.

—No, yo no la llevé a nada. —Negó con el dedo moviéndolo enérgicamente—. Era lo que ella quería, ese tipo la tiene cegada... Debiste decirme desde el mismo instante en que supiste de todo esto, las cosas no hubiesen llegado tan lejos. ¿Cómo es que permites que nuestra hija esté con un hombre como ese? Yo lo conocí —dijo tembloroso por la rabia que le provocaba pensar en eso—. Lo vi, al hijo de puta lo vi... No es un hombre que Elizabeth merezca...

—Samuel, para ti ningún hombre la merece... Tus celos no te dejan ver más allá.

—Ese no es el punto, ese hombre no quiere a nuestra hija, trabaja con la policía. ¿Sabes lo infieles que son?... ¿Sabes que solo se la pasan de bar en bar? Hará la vida de Elizabeth un infierno.

—Era la misma opinión que tenía sobre los abogados —dijo señalándolo—. Y tú no eras precisamente un santo; sin embargo, me arriesgué a quererte y descubrí un hombre bueno, un hombre entregado a su familia, un hombre que cree en lo nuestro... No arruines las cosas con estúpidos prejuicios.

—Entonces, Elizabeth huye a medianoche de la casa, no te dice a dónde rayos va, ¿y todavía la justificas?, ¿sigues defendiéndola?... ¡Es increíble! —Se llevó las manos a la cabeza, pensando que la reacción de su mujer era inaudita. ¿Acaso él estaba tan cegado?

—Estoy molesta con ella, sí. Estoy muy molesta por la manera en que se fue, pero eso no es razón para mandar sobre los sentimientos de mi hija... Analiza la situación Samuel, nadie se entrometió en nuestra relación, nadie nos dijo que estaba mal querernos. No es justo que opines sobre los sentimientos de los demás e intentes frustrar una relación... No seas egoísta.

—Le rompen el corazón a Elizabeth y para ti está bien... Solo intento protegerla, cosa que tú no quieres hacer.

—Algunas veces es bueno experimentar el dolor, una decepción amorosa. Un corazón destrozado nos hace madurar, déjala que se enamore, que se entregue, y si no resulta déjala que sufra, que llore... Lo importante no es mantenerla intacta, lo importante es que estemos ahí para recoger sus pedazos y reconstruirla... Solo si eso llegara a pasar, claro.

—Siento no pensar como tú, no puedo... —Negaba con la cabeza sin poder ceder—. Es mi hija y yo decido si sufre o no.

—¡Pues tú la estás haciendo sufrir, si no lo notas!

Mariposa Capoeirista (Libro 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora