CAPÍTULO 51

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El aroma a café volvió a despertarla, se removió perezosa entre las sábanas, sintiendo cómo el algodón acariciaba su cuerpo desnudo; parpadeó para aclarar la vista, tratando de acostumbrarla a la claridad que se colaba por debajo de las persianas.

Se levantó sin preocuparse por cubrirse, caminó desnuda por el apartamento, llegó a la cocina e iba a servirse una taza de café cuando vio al lado de la cafetera otra nota.

—Es anticuado. —Se dijo sonriente, sintiendo que ese simple detalle le emocionaba más de la cuenta. Adoraba esa caligrafía imprenta algo triangular, o por lo menos la A así la trazaba.

Hola amor.

Gracias por cambiar las sábanas, apenas me percaté esta mañana. No tenías que hacerlo, y no quiero que organices nada. A media mañana irá la señora Irma, ella me ayuda con la limpieza.

Si quieres salir puedes hacerlo, no tienes que quedarte encerrada en un lugar tan aburrido. En el florero que está en la mesa junto a la entrada hay un juego de llaves, es para ti.

Te dejé unas tapiocas en el microondas para que desayunes, no quise prepararte nada más, porque no sé con qué te gusta acompañarlas; de ninguna manera quiero imponerte un menú.

Espero poder ir a la hora de almuerzo, para que podamos compartir.

Buen día minha gostosa.

Elizabeth terminó de leer en medio de suspiros y una tonta sonrisa, dobló la nota, la llevó a su cartera y la guardó junto a la otra.

Empezó a sentir ganas de orinar, por lo que corrió al baño, después aprovechó y se fue a la ducha para quitarse las huellas de la noche apasionada que había vivido, porque durante la madrugada apenas se había medio lavado entre las piernas.

Totalmente renovada y energizada salió del baño y envuelta en una toalla regresó a la cocina por su café, se lo llevó a la sala y se sentó en el sofá. No pudo quitar la mirada de su teléfono y se aventuró a revisarlo. Como era de esperarse tenía más de quince llamadas perdidas de su madre, además de algunos mensajes, otros de Luck y de Cristina, pero absolutamente nada de su padre.

No se tomó la molestia de leer los mensajes de su madre porque sabía que solo serían para reprenderla, así que inhaló profundamente en busca de valor mientras le marcaba.

—¡Por Dios Elizabeth! —exclamó Rachell, sin dejar que su hija la saludara.

—Hola mamá —dijo en voz baja y después tragó en seco—. Siento no haberte llamado antes.

—No, no lo sientes en absoluto, ¿por qué no te habías comunicado conmigo? No tienes ni mínima idea de lo preocupada que estaba... ¿Cómo es posible que te hayas ido de la casa así? ¿Cómo se te ocurre señorita?

—Sé que no fue la manera correcta, pero si te lo decía no me lo ibas a permitir. Fue una decisión que tomé el mismo día de mi partida... No quiero que te preocupes, estoy bien.

—Pedirme que no me preocupe por ti es como olvidar que eres mi hija y eso es imposible. Lo sabes, ¿verdad? —reprochó duramente.

—Lo sé mamá, pero en serio estoy bien.

—Sí, lo imagino. Aunque fue demasiado desconsiderado de tu parte irte sin decir a dónde ni con quién.

—No tienes que preocuparte, estoy en...

—Río —interrumpió—. Con ese hombre, ya lo sé.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó sorprendida.

Mariposa Capoeirista (Libro 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora