CAPÍTULO 40

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El taxi se desplazaba por el puente Presidente Costa e Silva, rumbo a Niterói, donde Alexandre dejaría a los niños y también aprovecharía para presentarle la mujer que amaba a sus progenitores.

Era primera vez que se enfrentaba a una situación como esa, y más que nervioso estaba eufórico, pero también temía que Elizabeth no fuese de su agrado o que lo juzgaran por haber puesto sus sentimientos en alguien tan joven.

Elizabeth iba a su lado y evidentemente estaba muy nerviosa; él intentaba calmarla, y no importaba cuánto Luana le dijera que sus abuelos eran los mejores del mundo, ella no podía ocultar la preocupación que anidaba en sus ojos.

Si no fuera porque él llevaba a Jonas rendido en sus brazos la reconfortaría. Sin embargo, admiraba la valentía que ella trataba de mostrar, posiblemente para no mortificarlo.

Alexandre le dio un par de indicaciones al chofer, para que acortara camino y llegara más rápido; entretanto, le apretaba con pertenencia un muslo a su mujer.

Elizabeth lo miró y sonrió, tragando en seco para ver si lograba bajar el corazón que lo tenía retumbando en la garganta, nunca había estado en una situación remotamente parecida, porque a los padres de Luck los conocía desde que era niña, y ambos la adoraban, era como un miembro más de la familia, también influenciaba que su noviazgo siempre había sido una farsa, y eso hacía las cosas menos complicadas. El taxista se detuvo frente a una casa de dos pisos de líneas rectas con grandes ventanales y un cuidado jardín frontal. No importaba las inhalaciones y exhalaciones lentas que hiciera, no conseguía calmarse.

—¿Hemos llegado? —preguntó ahogada ante lo que era evidente.

—Sí, aquí es.

La familia de Alexandre vivía en el barrio Itacoatiara, a pocas calles de la playa; la estructura había recibido algunas remodelaciones con los años, en el afán de hacer una arquitectura más moderna, pero seguía siendo su hogar, donde nació y creció.

Elizabeth se dio cuenta de que después de todo, Alexandre no era un hombre de bajos recursos, como lo había imaginado cuando visitó por primera vez la madriguera en la que vive.

Debió imaginarlo, si sus padres eran profesionales que todavía ejercían. Alexandre tenía la posibilidad de estar cómodo, no entendía por qué vivía como alguien que no tuviera para pagar por algo mejor en Copacabana.

Al bajar, Elizabeth le ayudó a Luana con las bolsas, pretendía que si se concentraba en algo podría conseguir que sus nervios mermaran.

Luana usó su huella digital para que el portón principal les diera acceso, caminaron por la calzada de lajas, enmarcada por un majestuoso jardín, que guiaba a la iluminada vivienda.

—Este jardín es hermoso —comentó Elizabeth, al ver lo cuidado que estaba el lugar.

—Es de mi madre, lo quiere más que a los hijos —comentó Alexandre.

—Lo certifico, mi abuela lo adora, es como su santuario. Puede pasar un día completo hablándole a las plantas, les da más cariño que a mí —dijo sonriente.

—No lo dudo, se nota que le invierte mucho tiempo.

—Y dinero —comentó Luana.

Por un minuto logró poner su atención en la amena conversación, pero en cuanto estuvieron frente a la puerta principal, los nervios aparecieron de golpe.

—¡Llegué! —Se anunció Luana apenas pisaron el vestíbulo, segura de que sus abuelos a esa hora debían estar en su habitación, viendo televisión.

Mariposa Capoeirista (Libro 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora