CAPÍTULO 3

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Nunca en su vida había hecho un sacrificio tan grande como esperar por más de cinco horas en un hospital público, sentado en una silla realmente incómoda mientras soportaba un calor casi inhumano. Durante ese tiempo el teléfono se le había descargado, pero aprovechó su última llamada para pedirle a su chofer que le llevara el cargador y alguna bebida refrescante.

Ya no era ni la sombra del hombre que había llegado a ese lugar, debió quitarse la chaqueta, el chaleco y la corbata en busca de comodidad. Se encontraba totalmente desesperado por largarse del sitio, y al mirar su reloj, que era una verdadera muestra de su excentricismo, maldijo estar perdiendo sus horas en las prácticas de Jiu-Jitsu, por estar en medio de la incertidumbre de lo que pasaba con Alexandre. Por tercera vez en cinco horas Moreira volvía a llamarlo, ya reconocía el número que no pensaba registrar en su teléfono.

—Todavía no sé nada —dijo apenas contestó, ya cansado de su insistencia.

—No puede ser, ha pasado mucho tiempo, ¿cómo es posible que no te digan nada? Exige que te informen maldita sea —explotó João, quien no era poseedor de la mínima paciencia.

—Si tanto te interesa, ¿por qué no vienes tú y lo haces? No jodas Moreira, estoy haciendo demasiado con perder mi tiempo en este puto lugar.

—No voy porque estoy tratando de averiguar qué fue lo que pasó con tu hermano, no corriendo por Ipanema, mirándole el culo a las mujeres.

—Bueno, entonces no exijas una mierda, en cuanto me den noticias te llamo. —No esperó a que le dijera nada más, simplemente terminó la llamada y soltó un ruidoso suspiro, que parecía ser más la vía de escape a su rabia y cansancio.

Hizo varias respiraciones profundas y contó lentamente hasta diez; sin embargo, no consiguió serenarse, mucho menos encontrar estoicismo para seguir ahí, así que repitió la acción; pero solo había contado hasta seis cuando la voz de una mujer lo interrumpió.

—Familiares de Alexandre Nascimento. —Se asomó a la sala de espera una mujer delgada y de baja estatura, con una voz demasiado enérgica para una persona de su tamaño.

A Marcelo le llevó varios segundos procesar la información de que era el único familiar ahí presente de Alexandre. Se levantó sintiéndose extraño, no podía definir si se sentía preocupado o ya totalmente hastiado de toda esa situación.

—Yo —dijo acercándose a la mujer de ojos oscuros, que llevaba el pelo cubierto por un gorro quirúrgico.

—¿Cuál es su parentesco? —preguntó, esperando la respuesta para anotarla en la historia clínica del paciente.

Marcelo pensó que la enfermera le estaba tomando el pelo, por lo que no pudo evitar juntar ligeramente las cejas en un gesto de tácita molestia, pero al ver que ella lo miraba con una expresión de impaciencia, no le quedó más que responder.

—Hermano —respondió con voz rasposa al tener que aceptarlo, porque desde hacía muchos años Alexandre dejó de ser sangre de su sangre, para convertirse en un traidor—. Gemelo —ironizó, y ella lo miró con presunción ante el tono que usó—. Aclaro que es una pregunta estúpida la que acaba de hacer, porque el parecido es evidente.

—Cuando lo vea me dirá si sigue pensando que hago preguntas estúpidas —acotó en una actitud incisiva y se dio media vuelta—. Sígame por favor, el doctor Lucchetti necesita hablar con usted.

Marcelo siguió a la diminuta figura que caminaba con un aire jactancioso. Le pareció que era demasiado altanera para trabajar con el público, sobre todo en el área de la salud, donde debía ser más empática y amable.

Mariposa Capoeirista (Libro 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora